Estaciones. El verano: pirotecnia, fuego y artificio. Y el que acaba tampoco ha sido para tirar cohetes. Entre la añoranza y la expectativa, mejor lo segundo. Bienvenido, otoño. La periodista Marina Vega lanza una palabra tremendamente sugerente. “Nagori”. Es japonesa. Está emparentada con “enyorança” y saudade. Significa nostalgia por la estación que termina. Y otra acepción, la literal, es “la huella de las olas”. Ese sentido tan poético remite a lo fugaz, a la huella que dibuja una ola y borra la siguiente. Marina Vega ha creado “Mesa efímera”. Va de encuentros gastronómicos en los que la cocina (placer efímero) se alía con la arquitectura, el diseño, el arte y también la literatura (la palabra). Sabor y saber comparten la misma raíz (vienen del latín “sapere”). “Mesa efímera” enfatiza la trascendencia de la gastronomía.
Las palabras también tienen un poderoso sabor. Remolacha, por ejemplo, viene de “are more”, que significa “cerca del mar”. Y aquí, a un paso del mar, en l’Albir (l’Alfàs del Pi, la Marina Baixa), en el estudio de arquitectura Zero+ (Vicente Soler y Marina Fuster “cultivan” la arquitectura regenerativa), se “para taula”, se dispone una mesa efímera adornada con verduras y frutas de otoño (fertilísima estación) y perfumada con camomila.
El encuentro gastronómico en el estudio de arquitectura Zero+ / A. P. F.
Marina presenta al chef brasileño Cadu Gasparini y a la interiorista de Polop Andrea Rubio. Están muy ilusionados. La expectativa. El 13 de noviembre abren en el madrileño barrio de Legazpi el restaurante Flor.
El menú y los vinos son espléndidos. Cadu y Andrea van al mercado. Querían comprar brevas para acompañarlas con ajoblanco y raïm de pastor, pero no las encuentran y Cadu las sustituye por unos melocotones rojos, dulces y carnosos. Un plato redondo. Originalísimo. El cocinero desvela que su filosofía consiste en no desperdiciar el producto (que nada sobre: cocina ética) y sacarle todo el sabor a los vegetales. También se declara entusiasta de las tarrinas. Sirve una “terrine campagne de cerdo ibérico y ciruelas” sabrosísima.
El pan es de masa madre y lo ha horneado el jovencísimo panadero Nicolás Sequeira. Tiene el obrador en Benissa.
Otro plato sorprendente de Cadu Gasparini es la remolacha. Cocina de raíz. El chef la elabora con moras y balsámico. La humilde hortaliza es exquisita.

El local del distrito de Legazpi donde abrirá el restaurante Flor / A. P. F.
Y de postre, helado de leche cruda, manzanilla, pera y crumble de almedras. La almendra, de la variedad marcona y esencial en los dulces de la Marina, también estaba en el ajoblanco.
Todo armoniza. Esta mesa efímera es de las que no se olvidan.
La meditada sencillez del interiorismo
Y Flor es también diseño. Andrea ha trasladado el equilibrio de la propuesta gastronómica al interiorismo. Cadu se confiesa influenciado por la “modern british”, la cocina británica que venera el producto local. Y en la decoración se adivina quizás el influjo de Mackintosh: predominio de la madera de roble, cierta austeridad, ventanales divididos en cuarterones, cortinas de lino, una gran barra de mármol que conserva la textura de la piedra… El local hace chaflán. La reforma le ha sacado mucho partido (buen partido) a su aire sobrio y fabril.
“No hay artificio”, subraya Andrea. Y no lo hay en nada. La cocina transmite la sinceridad del sabor genuino. Y el diseño es de una sencillez bella y equilibrada. Cocina y diseño se retroalimentan. Flor promete. Y saborear en l’Albir, en un estudio de arquitectura “holístico” (arquitectura ética), los platos de este restaurante antes de su apertura (y será una de las sensaciones gastronómicas del año en Madrid) resulta extraordinario. Todo florece antes a orillas del Mediterráneo. «Mesa efímera» lo hace posible.