El Huerna no es una autopista: es un túnel del tiempo donde el año 2050 aparece más cerca que León. Mientras en otras regiones los peajes levantan la barrera, en Asturias seguimos pagando por un pasaje de ciencia ficción: una concesión prorrogada en su día con la alegría de quien firma un pagaré en servilleta. Europa ya ha señalado que el invento es ilegal, a menos que a ese precio se ofreciera al conductor cava y canapés. En Madrid se empeñan en mantener vivo un fósil, como si los túneles fueran una réplica de la caverna de Tito Bustillo.
Lo grotesco es que el Gobierno asturiano, del mismo color político que el central, proteste con gesto de indignación, pero con tono de cuñado en Nochebuena que sabe que discute en familia. Pone Barbón menos fe en su discurso que los vaqueros del Oeste cuando llegaba en carreta un vendedor de crecepelo.
Empresarios, transportistas y conductores llevan años haciendo números que siempre suman lo mismo: un peaje absurdo que convierte cada trayecto a la Meseta en un homenaje a la recaudación. Y eso que el Huerna es la “puerta de Asturias”. Sí, pero con portero de edificio de la calle Uría y tarifa creciente hasta dentro de un cuarto de siglo.
El desenlace será judicial, en Luxemburgo, donde jueces europeos tendrán que decidir si se trata de una concesión fraudulenta o de un atraco con ticket. Mientras tanto, los asturianos seguirán financiando un máster de arqueología fiscal: un peaje momificado, custodiado por gobiernos que cambian de discurso según si miran al Naranco o a la Moncloa. Eso sí, en el caso asturiano, con vistas espectaculares al hayedo y la caliza.
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