“Los accionistas del Sabadell viven pobres y mueren ricos”. Así reza un dicho popular de la ciudad vallesana que vio nacer el Banc Sabadell en 1881. En el último año, ante la amenaza existencial que supone la opa presentada por el BBVA en 2024 y que podría suponer el punto y final a la empresa más célebre de la ciudad, son muchos allegados a la entidad los que han insistido en que el Sabadell es “más que un banco” y que han apelado al factor sentimental para rechazar la propuesta del banco de origen vizcaíno.
‘Factor sentimental’ puede sonar a oxímoron radical cuando hablamos de un banco hecho de balances, sometido a resultados, pendiente de la evolución de la acción y con la vista puesta en el dividendo. Pero Joan Corominas Guerin y Joan Llonch Andreu son la prueba de que es posible mantener un vínculo emocional con una empresa. Ambos son tataranietos de alguno de los 127 fundadores del Banc Sabadell y descendientes de altos ejecutivos del banco. Su vida ha estado marcada por el banco y ambos son depositarios de un vasto legado de historias y anécdotas que repasan con EL PERIÓDICO.
Los primeros estatutos del Banc Sabadell, junto con una publicación histórica de la ciudad vallesana / MANU MITRU
Historias que nacen en el mismo momento de la fundación del Sabadell, el 31 de diciembre de 1881 en la notaría de Antonio Capdevila, por donde tenían que desfilar los 127 empresarios y comerciantes que impulsaron la empresa. No todos pudieron hacerlo en esa fecha, y los que fueron citados para enero se encontraron con una triste noticia: el notario falleció en aquel inicio de año y los trámites se hubieron de completar en una segunda notaría.
Joan Corominas salta unas cuantas décadas para recordar cómo durante la presidencia de su padre, Joan Corominas Vila, el banco atacó su crecimiento por el territorio catalán. “Entonces se hablaba de la estrategia de la ‘mancha de aceite’, y abrían en Sant Cugat, en los pueblos, en Barcelona”, rememora. “Iban abriendo sucursales y cuando lo hacían de director siempre ponían a alguien del pueblo y mi padre, a quien le gustaba mucho la historia, se empollava todo sobre el pueblo y echaba unos rollos que dejaba a todo el mundo boquiabierto”, ríe Corominas.
Banqueros sin chófer
Era otra época, hecho que queda reflejado en un detalle: aquel presidente -lo fue entre 1976 y 1999- presumía de haber estrechado la mano a todos los empleados del banco. Corominas, predecesor de Josep Oliu, asumió el cargo tras la defunción de Joan Llonch Salas. Ambos conocieron tiempos muy alejados del Íbex-35 y de la sofisticación actual. “Mi padre y Joan Llonch iban juntos a las inauguraciones de las oficinas, uno recogía al otro en coche, y ni chófer, ni nada, se iban a Tremp o a donde tocase”, explica a este diario Joan Corominas Guerin.
Era una época donde los presidentes no tenían la exposición mediática actual, como lo demuestra una vivencia del presidente Joan Corominas: un día se encontró con un empleado del Banc Sabadell en la cumbre del Aneto. El joven colega no le reconoció y le preguntó en qué oficina trabajaba. El banquero repuso que en servicios centrales. A los pocos días, ambos se encontraron en el ascensor de la sede del banco y, esta vez sí, el sonrojado excursionista le reconoció: era el presidente.
Joan Llonch, nieto de presidente del banco Joan Llonch Salas, también evoca tiempos remotos. Recuerda cómo, tras las mortíferas riadas que sufrió Sabadell en 1962, Franco visitó el ayuntamiento de la ciudad y cómo él pudo asistir al discurso desde el vecino balcón del banco. “Mi abuelo no era en absoluto franquista, pero yo tenía ocho años y me ha quedado esa imagen gravada”, narra.
El arqueo de año nuevo
Pero su mejor recuerdo de infancia vinculado al banco llegaba cada 1 de enero, cuando era invitado por su abuelo a asistir al arqueo. “Consistía en contar todo el efectivo que había en la caja de seguridad que había en el sótano”, recuerda. “Eran pilas y pilas de billetes en las mesas, era muy impresionante, y también unos carritos llenos de monedas”, evoca. “Cuentan que cuando los consejeros se iban, había un directivo que hacía siempre el mismo chiste: ‘Ya podéis volver a contar el dinero, a ver si falta algo!’”
En aquellas décadas el banco no cotizaba en bolsa y obtener acciones, algo muy ambicionado en la sociedad vallesana de la época, era una tarea compleja. Joan Oliu, que fue primer ejecutivo del banco entre el 1977 y el 1990 iba a algunos clientes y les lanzaba la promesa: “¡Te daré diez acciones”. Lo cierto, recuerda Llonch es que nadie regalaban nada. “¡Se las tenían que pagar, claro!”.
Esta iliquidez, y lo preciadas que eran las acciones, dio pie a una anécdota familiar en casa de los Llonch. Al fallecer su abuelo en 1976 la familia descubrió que no había hecho testamento, pero sí había dirigido una carta a Oliu Pich. “Le decía: ‘De mis acciones, tantas a mis nietos, tantas, a éste, tantas al otro, y tantas a mi nuera’. Su nuera era mi madre y a raíz de aquello siempre decía ‘¡sí que me quería, mi suegro!”.
Dividendos para cenar
La vida de Corominas y Llonch, según relatan a este diario, estuvo trufada de comidas familiares donde se hablaba incesantemente del Banc Sabadell. “El Sabadell era una segunda familia, comíamos y cenábamos con el rollo del banco, que si qué oficina abrirían, cómo iría la junta general, se hablaba del misterio del valor que le darían a la acción y del dividendo qué darían”, recuerda el primero.

Detalle de una de las primeras acciones emitidas por el Banc Sabadell en el momento de su fundación / MANU MITRU
En conversación con este diario, esta pareja de tataranietos del Sabadell explican la idiosincrasia de la capital vallesana. “Es una ciudad que es un miniestado: tienes una caja de ahorros, un banca, una cámara de comercio, una compañía de seguros, una mutua, la compañía de agua, uno de los clubes con más socios de Catalunya [en referencia al Natació Sabadell]”, explica Corominas. “Y hay que poner en valor que de los 127 fundadores, muchos eran competidores entre sí, pero en Sabadell cuando se organiza algo como un banco, todos trabajan por el objetivo común”, añade.
Llonch le da la razón con una imagen del consejo del banco en los años 50. De los siete consejeros que aparecen, cuatro competían en el negocio de la pañería, uno más se dedicaba al algodón, otro era proveedor de todos ellos y sólo uno era ajeno al sector del téxtil.
Este Fuenteovejuna financiero ha dado lugar a una institución muy querida en la ciudad, donde las acciones se han transmitido de padres a hijos, haciendo bueno el dicho de que “los accionistas del Sabadell vivían pobres y morían ricos” porque acumulaban un patrimonio del que nunca acababan disponiendo.
Corominas, de hecho, afirma que esta resistencia de los accionistas salvó al banco en la abrupta crisis que golpeó al sector financiero durante la Gran Recesión: “Al banco lo aguantaron los accionistas de toda la vida”, afirma. También recuerda que recientemente el Sabadell ha vivido etapas duras. “Un año no dieron dividendo, y después los dieron muy pequeños dos años, y fíjate, la gente aguantó”, apunta.
Más allá de los números
Entre los que lo hicieron, claro, estaban Llonch y Corominas. Ambos forman parte de la Associació d’Accionistes Minoritaris Banc Sabadell, que fue fundada para oponerse a la opa del BBVA. El activismo de estos dos descendientes de presidente del banco llegó al punto de que en un acto de Carlos Torres, presidente del banco de origen bilbaíno, mantuvieron un duro cara a cara con el financiero madrileño. “Ya se puede imaginar lo que me dice el corazón sobre la opa”, le dijo Corominas. “Esto no es como Enagas, las acciones alcanzaron los 30 céntimos y no vendimos porque estas acciones las hemos heredado de nuestros padres y de nuestros abuelos”, le explicó Llonch. “Usted habla de números, pero esto son más que números”, añadió.
Corominas y Llonch se miran cuando se les pregunta si acudirán a la opa para que la cuarta empresa de Catalunya cambie de manos, para lo que tienen tiempo hasta el próximo 7 de octubre, y si lo harían a algún precio en caso de que haya mejora de oferta: “Yo no venderé, y menos con las perspectivas que hay de dividendo”, dice Llonch. Corominas se le suma. “Me lo he planteado y me pesa más el corazón que la cabeza: no venderé a ningún precio lo que yo quiero es transmitir las acciones a mis hijos, igual que mis padres me las transmitieron a mí”, afirma.
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