Sarina Wiegman / REDACCIÓN
Tener un estilo propio y que sea efectivo en casi todos los contextos es algo al alcance de un grupo selecto de entrenadores del que sin duda forma parte Sarina Wiegman. La neerlandesa lideró a Inglaterra en la Eurocopa femenina que conquistó frente a España, quien había sido su ejecutor en el Mundial 2023. En cada torneo, su único objetivo es, como mínimo, llegar a la final. Con el de este verano, ya van tres cetros continentales y la única sensación es que tendrá que ampliar su vitrina en los próximos años.
Uno sabe que está dejando huella en el fútbol inglés cuando tiene su propio cántico. Los hools meten tu nombre en cualquier melodía para que te sientas un hit. Aunque a veces el esfuerzo en la composición es mínimo. Con Sarina, bastó versionar la canción Tequila de los Champs para torpedear la calma de Suiza, donde se celebró la última Eurocopa. La que confirmó a Wiegman como una entrenadora de época. Su figura es una de las que ha permitido superar el manido relato de la igualdad en el deporte femenino.
Una versión autolimitante y paternalista que ya no funciona en lo que ya es una industria en sí misma. Wiegman podría ser seleccionadora de la convulsa Inglaterra masculina, que todavía vive en las tinieblas del gol fantasma del Mundial 1966. De hecho, sonó para sustituir a Southgate, un técnico que, pese a llegar a tres finales —y perderlas todas— nunca causó simpatía. Finalmente, la Asociación Inglesa de Fútbol optó por Tuchel, una de las pizarras más brillantes, pero que viene acompañada de otro carácter complicado.
Wiegman sustituyó a Phil Neville, la perfecta muestra de que se puede haber sido un jugador profesional de éxito y a la vez un pésimo entrenador. Aunque los banquillos actuales parezcan una planta de reciclaje. Con el exjugador del United, Inglaterra venía de ganar solo cuatro de sus últimos 13 partidos. Sarina cambió por completo el clima de resignación. Lo hizo a través del equilibrio entre mando y asertividad que requiere dirigir a la selección del país que inventó el fútbol, pero donde la frustración es más desigual que en el resto.
En 2022, despidió a la excapitana de Inglaterra, Steph Houghton, y le dijo a la portera Mary Earps que no sería la titular para la Eurocopa 2025. Dos decisiones que, en el bando masculino, habrían causado decenas de tertulias hablando de cómo gira el sol alrededor de los opinadores que siempre tienen razón. Wiegman está por encima de todo esto.
A los seis años se cortó el pelo para poder jugar en el equipo de su hermano gemelo. A partir de ahí, lo tuvo claro: «Crecí escuchando: ‘Eso no es para mujeres’. Hubo momentos de soledad, pero nunca intenté actuar como un hombre. ¿Para qué?». Por eso no optó por el silencio cómplice con el caso Rubiales y le dedicó a la selección campeona del mundo el premio a mejor entrenadora del año. Al equipo que le hizo hincar rodilla en Australia. «Me dio pena como entrenadora, como madre y como persona que no se reconociese a España como campeona».
Por eso, más allá de las dos décadas que lleva entrenando, la mayor virtud de Wiegman es la coherencia y frontalidad en el pensamiento. Ella no habría dejado fuera de una convocatoria a Jennifer Hermoso por «la presión mediática», como justificó Montse Tomé, a la que derrotó en la Eurocopa. Ella habría desafiado esa ‘presión’, que podría haberle costado un puesto que encontraría en cualquier otro equipo del mundo. Tanto por méritos como por valores, que ha ido cultivando a través de los golpes, como la muerte de su hermana.
Lleva en su muñeca derecha un símbolo del infinito, acompañado de una pequeña rosa, un homenaje a Diana, que murió en junio de 2022 de cáncer de ovario. El tráfico suceso ocurrió tres semanas antes de la primera Eurocopa que conquistó con Inglaterra. Wiegman aprendió a convivir con el dolor que lleva en una mochila de múltiples argumentos para vivir y ganar, entre los que se encuentra el cruyffismo en el que se educó como jugadora.
Las victorias le han liberado y le han permitido no impostar una seriedad excesiva en público que no se correspondía con la de una profesional muy empática. Sus charlas antes de los partidos importantes son patrimonio del fútbol. Una revolución de sentimientos que estimula todo lo trabajado en la semana. Justo al revés que los técnicos que esperan aprobar un examen mirando las páginas antes de entrar en clase. Mientras ellos imaginan el tema que va a tocar, Wiegman, enfundada en su impecable traje Marks & Spencer, ya ha respondido a la primera pregunta, que, en una final, tiene siempre la misma respuesta: «Ganar».