Hace unos años, el autor de obras visionarias como ‘Videodrome‘ (1983), ‘Inseparables‘ (1988) y ‘Crash‘ (1996) perdió a manos del cáncer a la mujer que había sido su esposa durante cuatro décadas, Carolyn Cronenberg. El largo y doloroso proceso de duelo que atravesó desde entonces fue la principal fuente de inspiración de su nueva película, ‘Los sudarios’, que ahora se estrena en España a través de Filmin. Su protagonista idea una tecnología que le permite tener imágenes en 3D del interior de la tumba de su mujer para poder contemplar sus restos a través de una app, y a causa de su invento cree verse envuelto en una trama de ciberespionaje internacional.
No es descabellado asegurar que ‘Los sudarios’ es su película más autobiográfica, ¿verdad?
No lo es. La escribí inspirándome en lo que sentí cuando enterraron a mi mujer. Cuando murió la sacaron de mi casa en una bolsa para cadáveres, y yo me sentía incapaz de separarme de ese cuerpo. Era mi mujer y de repente estaba en un ataúd, siendo metida bajo tierra, y yo quería meterme allí dentro con ella. Por supuesto, no iba a hacer tal cosa, así que pensé: “¿Qué otra cosa puedo hacer para mantenerme en contacto con ese cuerpo?”.
¿Es cierto que, después de la muerte de su mujer, durante un tiempo no quiso hacer películas?
No tenía fuerzas para ello. Había pasado dos años cuidándola, pasando con ella por radioterapia, probando terapias nuevas, hablando con médicos. Así que estaba agotado, sobre todo a nivel emocional. Y tenía que acostumbrarme a estar solo, y a lidiar con muchas cosas de las que siempre se había encargado ella; de repente, aprender a llevar mi contabilidad se convirtió en algo muy conmovedor. Llegado el momento, eso sí, cambié el duelo por el cine.
¿Qué efectos tuvo volver a hacer cine en usted?
No prolongó el dolor, pero tampoco lo mitigó. Para mí, el arte no sirve para hacer terapia ni es algo catártico. La persona a la que amas muere, tú sufres, y nada hará que ese dolor desaparezca. Hice la película porque los artistas tendemos a transformar nuestras experiencias vitales en nuestras obras. Habrá quien piense que ‘Los sudarios’ es una forma de explotar la muerte de mi mujer. Pero, según ese razonamiento, prácticamente todo el arte debería ser considerado inmoral.
David Cronenberg y Viggo Mortensen en Cannes. / GUILLAUME HORCAJUELO / EFE
‘Los sudarios’ convierte la contemplación de un cuerpo en descomposición en algo extraordinariamente íntimo. En ese sentido, es una película muy romántica.
Yo siempre digo, y la gente no me cree, que casi todas mis películas son historias de amor. Y además son divertidas, así que son en cierto modo comedias románticas. Me considero un tipo romántico.
¿Cree que una tecnología como la que aparece en su película tendría cabida en el mundo real?
Desde luego, y teniendo en cuenta qué extraños son algunos de los rituales funerarios que se practican en todo el mundo, tengo la sensación de que tendría mucha demanda. La tecnología va a cambiar los mecanismos del duelo. Dentro de poco, la inteligencia artificial podrá producir una voz que suene como el ser querido al que perdimos, y que sepa lo suficiente sobre la vida de esa persona para permitirnos experimentar la ilusión de rescatar a nuestros muertos de la tumba. Algunas personas encontrarán consuelo en ello, y otras lo considerarán muy inquietante.
¿Qué relación tiene usted con la idea de la muerte?
Cuando tu cuerpo se apaga, tú te apagas, y no hay más. Ese es mi sentimiento como ateo y, honestamente, creo que el mundo sería mejor si todos fuéramos ateos. Christopher Hitchens dijo que el temor a la muerte creó la religión, y estoy de acuerdo. El miedo a dejar de existir es muy comprensible, es duro imaginarse a uno mismo no existiendo. Pero sería maravilloso si pudiéramos aceptarlo, porque nos proporcionaría una magnífica comprensión y aceptación del universo.

Cronenberg en Cannes con Don McKellar y Lea Seydoux. / GUILLAUME HORCAJUELO / EFE
Casi toda su obra explora la interacción entre el cuerpo humano y la tecnología. ¿Por qué?
Me parece natural incluir la tecnología como parte integrante de la vida de la gente en mis películas. Desde el principio de los tiempos, el ser humano ha tratado de curar enfermedades usando la tecnología disponible en cada época. Yo simplemente actualizo lo que ha venido ocurriendo con los humanos desde el inicio de las sociedades. La tecnología siempre me ha parecido una extensión del cuerpo humano.
¿Le preocupa el auge de la inteligencia artificial?
No. En el negocio del cine lleva años siendo una herramienta útil. Por supuesto, necesita ser discutida y regulada porque, en efecto, podría ser muy destructiva. Y, peor aún, tiene un enorme potencial para fomentar la estupidez.
¿Qué le parece que su apellido haya dado origen a un adjetivo, cronenbergiano?
No me disgusta. Me lo tomo como la demostración de que he creado algo que tiene cierto impacto, y es interesante y revelador. Si existe lo felliniano y lo kubrickiano, me siento honrado de que también exista lo cronenbergiano.

‘The Shrouds’, de David Cronenberg. / EPC
¿Cuánto le importa su legado?
No me importa lo más mínimo; me parece totalmente irrelevante. Cuando esté muerto, no tendré mucho tiempo para pensar en mis películas. En el futuro, a los espectadores no les importará cuál de mis películas es anterior o posterior. Así que, para mí, no merece la pena preocuparse por ello, porque no puedo controlarlo. No hago películas para dejar un legado, sino para explorar la condición humana.
Usted ha sugerido que ‘Los sudarios’ podría ser la última película de su filmografía. ¿Sigue pensando igual?
Dirigir es extenuante, y me puedo imaginar a mí mismo en medio de un rodaje sintiéndome incapaz de seguir adelante. Me encantaría ser como Manoel de Oliveira, que a los 102 años aún dirigía películas. Por el momento me siento bien, pero a mi edad es imposible predecir qué pasará mañana.
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