MUERE ROBERT REDFORD | Los tres días del Cóndor

El director de cine Sydney Pllack (a la izquierda), junto a los actores Robert Redford y Barbra Streisand, en el rodaje de la película ‘Tal como éramos’, en Nueva York, en noviembre de 1972. / Marty Lederhandler / AP

Beatos esos “GenZ” que sólo hoy habrán sabido, por las redes sociales, quién fue Robert Redford, y que, si su curiosidad y capacidad de atención se lo permite, se adentrarán por vez primera en sus películas. Si tiran de ese hilo sabrán también quién fue Paul Newman y Barbra Streisand y Meryl Streep y Nathalie Wood y Sidney Pollack. Ahí es nada, la segunda época dorada de Hollywood, tras la de los años 50. Tengo una naturaleza obsesiva para el cine. Cuando una película me gusta, puedo verla treinta, cincuenta veces. No me cansa. Es como viajar allí donde has sido feliz durante dos horas y asistir al milagro recurrente de que lo sigues siendo. En tiempos poco edificantes como estos, darle al «play» es el mejor mecanismo de evasión, un tren que te transporta a tiempos mejores, a películas en las que el mensaje no estaba reñido con el entretenimiento, a una estética que hoy parece haber sido secuestrada por el mal gusto, y a unos personajes en los que nos proyectábamos por encarnar lo que hoy se llama “cool”. Muchas de esas películas son de Redford, en especial y en mi opinión: “Memorias de África”, “Los tres días del Cóndor” y “Spy Game”, un film tardío con Brad Pitt que me fascina y en la que RR parece ungir a su sucesor designado. De Redford me gusta casi todo lo que hizo, pues fue uno de esos actores y directores que pudieron y supieron elegir bien, y del que no te querías perder nada. El tándem con Newman fue imbatible, y desmiente lo de los gallos en el mismo corral. Me encantó «El golpe» por lo bien que describe aquella América de la Gran Depresión, donde los desclasados tenían que sobrevivir con picaresca, un Fedora de medio lado, una sonrisa y un revólver en el calcetín. O «El Gran Gatsby» cuyo mensaje es parecido, aunque visto desde el lado de los ricos, un reflejo de la decadencia de aquel país en un tiempo crítico a través de un billonario misántropo y voyeur en su mansión, condenado por su propio destino. «Memorias de África” es capaz de evocar una época colonial y dos personajes que, a su manera, la encarnaban y la denostaban, que existieron de verdad y fueron mitos en vida, si bien el verdadero Finch-Hatton era calvo y mucho menos glamuroso -como no podía ser de otra manera- que Redford. En ella, el progreso, enemigo de la placidez, pone fin de modo trágico a la “belle époque” en las que les tocó vivir. Detrás de todo gran actor hay a menudo un gran director capaz de sacar lo mejor de él. Pollack, nunca suficientemente valorado, fue el de Redford, como Fellini lo fue de Mastroianni o Sorrentino lo es de Servillo. La primera escena de “Los tres días del Cóndor” se le queda a uno grabada de por vida. Desde entonces, siempre procuro llegar tarde a la oficina. Redford llevó su política al cine, como actor o director, con títulos magníficos como “Todos los hombres del Presidente”, “El candidato” o “Leones por corderos”, otro film infravalorado. Nacido en una familia de clase trabajadora, estudiante universitario fracasado, Redford es la prueba de que la genética es a menudo la alfombra roja de una carrera exitosa, que él supo extender hasta el final de sus ochenta y nueve años gracias a un talento forjado en la Academia de Arte Dramático de Nueva York. Fue un hombre de izquierdas y ecologista, sin esa espesura que a menudo acompaña a la militancia por determinadas causas. Redford nos gusta, entre otras cosas, porque parece llevar siempre el seis doble en sus dados, como si la belleza y el aplomo conjuraran la mala suerte, aunque en realidad fue un hombre comprometido y sin truco, que nunca dejó de asumir riesgos que le permitieron perpetuar su éxito. “No tomar un riesgo, es un riesgo. Así es como yo lo veo”, dicen que dijo. No le faltaba razón. Descanse en paz. Y disfruten, jóvenes Z.

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