El 24 de agosto, un cayuco de veinte metros de eslora —el más grande que ha llegado nunca a Gran Canaria— apareció a la deriva al sur de la Isla con 248 supervivientes a bordo. Lo que al principio era solo otro rescate en la ruta atlántica se ha revelado como una tragedia cargada de violencia. Al menos 50 personas fueron tiradas por la borda durante la travesía. Engullidas por el océano, víctimas no solo del hambre, la sed y el agotamiento, sino de la violencia de quienes gobernaban la embarcación. Entre los rescatados viajaba también un bebé, símbolo de la desesperación y del riesgo que asumieron familias enteras. Según la investigación policial, los testigos hablan de palizas, torturas y de compañeros lanzados vivos al agua.
Los migrantes, trasladados al muelle de Arguineguín, comenzaron a contar lo que había ocurrido durante los once días de navegación desde Senegal. Sus declaraciones, protegidas por el anonimato, coincidían en lo mismo: varios de los patrones del cayuco habían instaurado un régimen de terror, castigando con golpes a quienes se rebelaban o mostraban debilidad. Algunos fueron señalados como «brujos» cuando el motor fallaba, cuando faltaba comida o cuando el mal tiempo azotaba la embarcación. La sentencia para todos era la misma: arrojarlos al mar.
Los testimonios
Los testimonios, según la Policía Nacional, recogen que al menos treinta personas fueron lanzadas por la borda, aunque los investigadores calculan que los desaparecidos superan el medio centenar. Hay supervivientes que aseguran que partieron de Senegal unas 300 personas, lo que elevaría aún más el número de víctimas de esta travesía maldita. A las muertes violentas se suman las de quienes no resistieron el hambre y la enfermedad. Uno de los rescatados falleció en el hospital nada más llegar a tierra.
El pasado 5 de septiembre, el juzgado de guardia en San Bartolomé de Tirajana (Gran Canaria) envió a prisión provisional a 19 de los ocupantes de la embarcación, identificados como presuntos responsables de los crímenes. A todos ellos se les imputan delitos de homicidio, lesiones, torturas y favorecimiento de la inmigración irregular. Según la investigación, no solo patroneaban el cayuco, sino que además impusieron la violencia como forma de control durante la travesía. La Brigada Provincial de Extranjería y la UCRIF Central trabajan bajo la Operación Tritón para desentrañar todos los hechos.
La ruta canaria
La ruta canaria, la más letal del mundo según Naciones Unidas, vuelve a mostrar su cara más cruel. No bastan los casi 2.500 kilómetros de océano abierto que separan la costa de Senegal de Canarias ni las precarias condiciones de navegación: también los propios migrantes pueden convertirse en verdugos. En esta ocasión, las supersticiones y el miedo se tradujeron en muertes a bordo, en cuerpos que jamás serán recuperados y en un relato que estremece a Canarias, acostumbrada al drama migratorio, pero no a escenas de violencia tan extrema en alta mar.
El de este cayuco no es un caso aislado. El 28 de diciembre, otro cayuco con 224 personas arribó a La Restinga (El Hierro) tras once días de travesía en los que murieron ocho migrantes, entre ellos un bebé de apenas 14 meses. La investigación reveló que varios ocupantes fueron agredidos con cuchillos, machetes y hasta con latigazos, lo que confirma que en alta mar, además del hambre y la sed, muchos migrantes deben enfrentarse a la violencia ejercida por sus propios compañeros de viaje.
Frente a esta tragedia, el delegado del Gobierno en Canarias, Anselmo Pestana, felicitó a la Policía Nacional por «incidir» en una investigación que ha permitido identificar a los 19 presuntos responsables de «maltratos, agresiones y homicidios crueles en un momento muy difícil». «Ya están a disposición judicial, lo que anticipa una condena importante», aseguró. «Sean 30 o 50, son demasiados —lamentó Pestana—. Son personas que no deberían haber muerto». Recordó, además, que los detenidos han sido señalados por testigos en al menos 30 casos, con relatos desgarradores que describen cómo impedían rescatar a quienes caían al agua. Algunos policías, tras escuchar a los supervivientes, aseguraron que eran los testimonios más duros que jamás habían escuchado.