El 17 de septiembre de 1497 –relata Fernández Álvarez– el duque de Medina-Sidonia, Juan Alonso Pérez de Guzmán y Afán de Ribera, lanzó una «ofensiva urgente» sobre Melilla «con el envío de una escuadra y un golpe de veteranos mandados por el valiente soldado Pedro Estopiñán».
El académico de la Real Academia de Historia, en su libro Isabel la Católica, explica que aquel día «sus habitantes habían despoblado Melilla» y cataloga la conquista de esta plaza, además de como «un éxito», como «el cierre de la Reconquista» y «una de las herencias más valiosas de la Reina».
Hoy Marruecos, con el rey Mohamed VI a la cabeza, considera las ciudades de Ceuta y Melilla como ciudades o presidios «ocupados». Tal es así que, en la carta que envió en septiembre del año 2022 al Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU, aseguraba que Marruecos «no tiene frontera terrestre con España», atacando indirectamente a la legítima posesión española de Ceuta y Melilla.
Real Ciudadela de Melilla, construida en el siglo XVI tras la conquista de la ciudad
Fernández Álvarez, sin embargo, aclara en su libro que «este despoblado [Melilla] se hallaba en términos del reino de Tremecén, lindando con el de Fez, antes que se constituyese el Reino de Marruecos. De ahí que la historia de Melilla forma parte, desde entonces, de la Historia de España».
el respaldo de roma: LOS PROTAGONISTAS
La iniciativa debió partir con toda seguridad de la Reina Propietaria de Castilla, aunque la llevará a término el comandante Pedro de Estopiñán, militar que desde su juventud había estado al servicio de la casa ducal de Medina-Sidonia (Cádiz) y de su titular: el duque Juan Alonso Pérez de Guzmán.
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Pero, aunque Isabel «la Católica» fuera la autora intelectual de la Toma de Melilla, fue determinante el respaldo que le ofreció dos años antes el papa Alejandro VI (el español Rodrigo de Borja) a través de la bula Ineffabilis et Summi.
El texto reconocía la soberanía castellana sobre «los países sarracenos e idólatras», que incluían a las Islas Canarias, y las «tierras adyacentes», que comprendía plazas como
podría ser Fez, en lo que se llamó la Corona de África.
DE granada y el nuevo mundo A MELILLA: LAS RAZONES
Terminada la Guerra de Granada (1482-1492), los Reyes Católicos pudieron dedicar su atención y esfuerzos a otros asuntos. Isabel decidió apoyar al marino Cristóbal Colón en su empresa de llegar a las Indias por Occidente, atravesando el entonces llamado Mar Tenebroso [hoy Océano Atlántico], del que el profesor de la Universidad de Salamanca ya apunta en su Relatos de viajes desde el Renacimiento hasta el Romanticismo que se decía que «nadie sabe lo que hay en ese mar, ni puede averiguarse, por las dificultades que oponen a la navegación las profundas tinieblas, la altura de las olas, la frecuencia de las tempestades, los innumerables monstruos y la violencia de los vientos».
Al rey, por el contrario, le preocupaba más el oscuro interés de Luis XII de Francia sobre el reino de Nápoles. El aragonés consideraba, al igual que buena parte de la Corte castellana e isabelina que «ninguna esperanza había de que aquello [alcanzar las Indias por Occidente] pudiese ser». Así que, aunque apoyaba a su mujer, prefería no malgastar recursos ni económicos ni humanos, que podrían venir bien en las campañas italianas que ya se dibujaban, en una fantasía marítima.
La contienda contra los nazaríes había terminado el 2 de enero de 1492 con aquella frase que recoge el cronista Andrés Bernáldez y en la que Boabdil se reconocía vasallo de los Reyes Católicos: «toma, señor, las llaves de tu cibdad, que yo e los que estamos dentro, somos tuyos».

«La Rendición de Granada», Francisco Bayeu y Subías, hacia 1763
Granada había pasado a manos castellanas terminando así la presencia musulmana en la Península Ibérica, pero implantar un nuevo orden político y social en la ciudad, es decir, cristianizarla, era otra batalla tan o más importante que la anterior. No bastaba con tener y dominar la ciudad, sino que había que integrarla –habitantes musulmanes incluidos– en la Corona de Castilla.
La posibilidad de que los granadinos emigrados al norte de África pudieran reorganizarse e intentar retomar Granada era una preocupación que ocupaba la mente de la reina. Para ello
–nos dice Fernández Álvarez–, los reyes pusieron al frente del afianzamiento de la conquista a «dos figuras del máximo relieve: el conde de Tendilla, como gobernador y capitán general; y fray Hernando de Talavera, esto es, el antiguo confesor de Isabel, como arzobispo de la nueva archidiócesis creada».
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El salto a África y la conquista de Melilla y de otras plazas también del norte del continente, explica el historiador, «aseguraba la navegación por el estrecho de Gibraltar y, sobre todo, se salía al paso de una posible contraofensiva musulmana sobre el reino granadino, donde todavía existía una importante población musulmana, siempre como una amenaza latente contra el dominio cristiano».
Por esta razón —para asegurar que su gran obra, aquella que sus antepasados no habían logrado y que era un orgullo para toda la Cristiandad, es decir, culminar la Reconquista—, Isabel
ordena y manda como una de sus últimas voluntades «que no cesen de la conquista de África e de pugnar por la fe contra los ynfieles».