Cada uno de los 18 pueblos que conforman la comarca del Matarraña, esa preciosa región de Teruel situada entre las provincias de Tarragona y Castellón, tiene algo que le hace especial de manera individual. De hecho, se la conoce como la Toscana española, en contra de los habitantes de la comarca, que reniegan del paralelismo a pesar del parecido razonable con la región italiana.
Y si Valderrobres es el pueblo más bonito, el de La Fresneda es el que tiene el conjunto arquitectónico más monumental y mejor conservado de Aragón. La villa medieval, de apenas 450 habitantes, es un mosaico de callejuelas y rincones singulares, de fachadas de sillería y suelos empedrados, de edificios religiosos y civiles. Y todos tan bien conservados que caminar por su casco urbano es casi como un viaje al pasado.
El encanto de una villa medieval muy bien conservada
Enmarcada entre dos cerros, el trazado urbano de La Fresneda está condicionado por sus cuestas empinadas, como la que conduce hasta la iglesia parroquial de Santa María la Mayor, levantada en el siglo XVI en la parte más alta del municipio bajo los restos del antiguo castillo.
Aunque es en la plaza Mayor donde se encuentra el conjunto arquitectónico más especial: de forma triangular, presume de casa consistorial, construida a finales del siglo XVI, es una de las más monumentales y señoriales de toda la provincia.
Una joya arquitectónica desconocida
Pero sin duda, la joya arquitectónica más especial del municipio se encuentra fuera del centro urbano, escondida en un paraje natural rodeado de bosque y vegetación autóctona. A unos cuatro kilómetros de la ciudad, se alza imponente uno de los restos arquitectónicos más singulares de la zona.
Se trata del santuario de Nuestra Señora de Gracia, un lugar que nació como modesta ermita excavada en la concavidad de una cueva en el siglo XVI y se irguió imponente como iglesia de renombre hacia mediados del XVIII. De ahí que se le haya puesto el sobrenombre de la ‘Petra del Matarraña’.
Así es la Petra escondida en la Toscana española
De todo el entramado de edificios que lo componían, hoy solo quedan los volúmenes de la iglesia y la hospedería. De la primera, la fachada es lo más llamativo, rematada en un frontón triangular de piedra de sillería y corte neoclásico que resiste sin tejado, apenas sujeta en las paredes perimetrales.
Dentro, la vegetación se ha apoderado del lugar, otorgándole un aura mágica, como de cuento casi apocalíptico pero encantador. Se sabe que el interior estaba decorado en estilo barroco clasicista y que estaba recubierto de bóvedas de cañón, pero de esto ya no queda nada.
Con la hospedería pasa algo similar: de planta rectangular y cuatro alturas, despliega una gran sobriedad constructiva, pero solo se conservan los muros de carga. Algo que no impide que contemplar todo el conjunto de cerca sea como revivir el pasado de un lugar que en algún momento de la historia fue glorioso.











