Hoy Fuerteventura suena a alisios, velas y playas interminables, pero hace seis siglos fue el escenario de un vuelco inesperado en la historia eclesiástica hispana.
Por decisión papal, más política que teológica, un pequeño asentamiento del interior pasó a comandar la vida religiosa de buena parte de Canarias.
El experimento duró menos de una década, nacido en pleno Cisma de Occidente, pero su eco persiste en las piedras claras de Betancuria, antiguo centro de bulas, excomuniones y pugnas de poder.
Sede cristiana
La estampa resulta casi inverosímil: Betancuria, un caserío agrícola de apenas 240 habitantes encajado entre los barrancos del Macizo de Betancuria, despertó el 20 de noviembre de 1424 convertida, por mandato papal, en sede catedralicia y centro eclesiástico de Canarias (exceptuando una sola isla).
Durante siete años aquella villa polvorienta fue la mesa desde la que se despachaban bulas, indulgencias y litigios insulares, mientras en la Europa continental se libraba la última batalla del Cisma de Occidente, la “guerra de los papas” que había fracturado la Cristiandad.
El conflicto que abrió la puerta
En 1378 dos pontífices rivales, uno en Roma y otro en Aviñón, se reclamaban la tiara papal.
A comienzos del siglo XV la división continuaba: Clemente VII y, después, Benedicto XIII (el “Papa Luna”) desde Aviñón; Urbano VI, Bonifacio IX y sucesores desde Roma.
Esa herida institucional alcanzó incluso las Canarias: el obispo Mendo de Viedma, primer prelado del Rubicón (Lanzarote), permanecía fiel al antipapa Benedicto XIII.
Cuando el Concilio de Constanza (1414-1418) depuso a los cismáticos y eligió papa único a Martín V, el nuevo pontífice reaccionó con un gesto drástico: quitarle a Viedma la mayor parte de su diócesis.
De iglesia a catedral
Con aquella bula, Martín V erigió el Obispado de Fuerteventura y elevó la iglesia de Santa María de Betancuria a catedral. Su jurisdicción abarcaba todas las Islas Canarias excepto Lanzarote, que quedaba como feudo residual del obispo rebelde.
Para dirigir la nueva diócesis se designó al franciscano fray Martín de las Casas, hombre de confianza de Roma que, ironías de la historia, nunca llegó a poner un pie en la isla.
“Se crea por necesidad de sanear la fe y castigar la desobediencia”, reza el preámbulo de la bula, conservada en el Archivo Secreto Vaticano.
Capital de la isla
Fundada en 1404 por los normandos Jean de Béthencourt y Gadifer de la Salle para explotar los pastos majoreros, Betancuria era capital civil y militar de la isla.
Con la bula adquirió un aura inesperada: llegaron canónigos franciscanos, se trazó un cabildo catedralicio y se levantó un modesto claustro de tapial que todavía puede verse junto a la nave gótica-mudéjar de la actual parroquia.
Durante siete años allí se tramitó todo lo relativo a sacramentos, diezmos y pleitos de Gran Canaria, Tenerife, La Gomera, La Palma y El Hierro.
Roma recompone el mapa
Cuando el antipapa murió y la obediencia única se restableció, Eugenio IV, sucesor de Martín V, anuló el experimento.
El 1 de octubre de 1431 fusionó otra vez la administración eclesiástica canaria y trasladó a fray Martín de las Casas a la diócesis de Málaga.
El Obispado de Fuerteventura quedó suprimido; Betancuria perdió el rango de catedral, pero conservó el título de “muy noble y leal villa” que aún reza en su escudo.
Legado
El obispado de Fuerteventura existió del 1424 al 1431, apenas 2.549 días, sin que ningún obispo llegara a celebrar una misa pontifical en Betancuria. Aún así, su recuerdo pervive en el barrio llamado “La Catedral” y, desde 1969, la Santa Sede mantiene la diócesis como título honorífico, que desde 2003 ostenta el prelado filipino Prudencio Padilla Andaya.
En 2024 la isla celebró el VI centenario con procesiones, conciertos de órgano y un simposio internacional sobre el Cisma. La Diócesis de Canarias desplazó por primera vez en décadas la venerada imagen de la Virgen de la Peña desde su santuario hasta la vieja iglesia catedralicia, colmando la plaza de vecinos y turistas.
El obispado efímero dejó desconcierto administrativo y apenas un puñado de folios pergaminados, pero también legó a Fuerteventura un relato épico: por un breve lapso, mientras Europa soportaba dos papas rivales, aquella isla árida fue faro de ortodoxia pontificia y capital espiritual de las Canarias.
La guerra de los papas se cerró, Betancuria volvió al silencio interrumpido por las cabras y los alisios, pero la memoria de su antiguo esplendor religioso sigue latiendo cada vez que las campanas de Santa María repican en la tarde majorera.