La trilogía familiar que Carla Simón empezó con ‘Estiu 1993’ toca cielo en una película que sirve para cerrar la “saga” y las heridas. ‘Romería’ no solo vuelve a evidenciar la capacidad narrativa de la catalana para contar a través de sutilezas cotidianas, sino que trasvasa sus propias reglas tratando de hilar recuerdos de una memoria armada como un puzle, convirtiendo el tramo final en el cierre de una narración que se inició con Frida (protagonista de ‘Estiu’) y que acompaña a los espectadores en el ejercicio de mirarse hacia dentro. En esta suerte de autoficción existe una dimensión fabulativa, casi mágica, de la forma en que la memoria recompone lo real. Todo en esa película cuenta dos historias, empezando por el título. Una romería que es tanto itinerario a través de el los recuerdos contados, como ofrenda a la historia de su familia.
Vigo es el Comala de Carla Simón, un camino que todas establecemos, de un modo u otro, con nosotras mismas en la búsqueda de una memoria y genealogía familiar que nos dé pistas acerca de nuestro pasado, en muchas ocasiones para entender cómo habitamos el mundo en el presente. La labor de la ganadora del Oso de oro por ‘Alcarràs’ enfrenta y repara, además, el borrado de las víctimas del sida y la heroína en España. Una etapa de “la movida” que crudamente retrató Xúlia Alonso en ‘Futuro Imperfecto’, libro de cabecera para la propia directora. De la obra de Alonso contaba Carla Simón que “Xúlia [la autora] es mi madre si siguiera viva”.
Escena de «Romería» / –
Dos romerías, dos historias
Simón divide el metraje en dos partes: la de la joven Marina (Llúcia Garcia) que se ve obligada a buscar el reconocimiento de unos familiares a los que no conoció y la de sus padres, imaginada por ella misma. La química entre Llúcia García y Mitch y su trabajo interpretativo -que ya se palpa en la primerísima parte- son claves para que el espectador se deje envolver por el qué vendrá. El papel de la familia paterna y su carácter conservador (capitaneados por Marina Troncoso y José Ángel Egido), casi parecen contar otra historia paralela: la que vivieron aquellos padres que no solo fueron víctimas de las drogas y la enfermedad, sino que también plantaron cara a una sociedad aún anclada en el franquismo, que fue viva, revolucionaria y aperturista. Una generación truncada llena de historias silenciadas.

Romería / –
La arquitectura de ‘Romería’ da un salto, un cierre diferente a sus predecesoras en forma, pero que sin duda da sentido al contenido de cada parte de esta trilogía familiar. La mirada de la protagonista se desdobla también a través de estas dos mitades que conforman la película: para la labor de investigación usa la cámara, a través de la cual capta y reconstruye aquello que los familiares cuentan sobre sus padres, su nacimiento y sus primeros años de vida. Es el objetivo la mirada mediante la cual el alter ego de la directora digiere y ordena el mundo. Para la segunda, echa mano de la imaginación para atar los cabos sueltos y rellenar los fundidos en negro la vida de sus padres. Carla Simón no abandona su apuesta por mostrar lo íntimo desde el naturalismo estético a lo largo del primer tramo de filme, sin ápice de caricatura, ni siquiera en la versión onírica de su propia historia donde la forma parece virar; y es ahí es donde radica lo mágico de la película, en cómo es capaz de demostrar que la memoria, como el cine, se construye a base de imágenes fragmentarias, imperfectas, pero armadas una tras otra.
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