Trump reconoce que fue incapaz de detener el ataque de Israel en Doha y promete a Catar que «no volverá a suceder»

El pasado mes de julio, durante su visita a Washington, Benjamin Netanyahu entregó a Donald Trump una carta en la que Israel solicitaba al comité de selección de los Premios Nobel que contemplara la candidatura del presidente estadounidense a la categoría de la Paz.

Trump recibió el regalo emocionado: hace tiempo que sueña con el galardón que recibiera en su momento Barack Obama y al que él se considera merecedor desde la firma de los Acuerdos de Abraham a principios de 2020.

La obsesión de Trump con el premio es tal que, en la última visita de Volodímir Zelenski y los líderes europeos para discutir su encuentro con Vladímir Putin en Alaska, se dedicó a repetir una y otra vez las muchísimas guerras a las que había puesto fin desde que llegara al poder.

De hecho, la propia fanfarria organizada en torno a una reunión de la que no salió nada y en la que solo se prometió un encuentro trilateral que ni se ha celebrado ni se celebrará en corto ni en medio plazo tenía mucho que ver con ese empeño en demostrar al mundo que él se bastaba para conseguir resolver cualquier conflicto.

Sin embargo, más allá de las cartas a Noruega, Netanyahu ha hecho poco por la candidatura de Trump. Aunque es cierto que aceptó una tregua con Hamás para que coincidiera con la investidura del multimillonario neoyorquino, tardó poco más de un mes en romperla y volver a atacar Gaza.

Sus enfrentamientos desde entonces han sido públicos, incluyendo la acusación de «genocidio» por parte de Marjorie Taylor Greene, una de las más destacadas activistas del movimiento MAGA, y la afirmación de que «una hambruna no se puede fingir» del propio presidente.

Confusión en la Casa Blanca

El ataque sobre la capital de Catar, Doha, en el que resultaron muertos cinco líderes de Hamás supone, eso sí, una escalada de consecuencias inimaginables.

Israel no solo ha atacado a uno de los grandes aliados de Estados Unidos en Oriente Próximo, el país donde los americanos tienen su mayor base militar de la zona, sino que lo ha hecho en medio de unas negociaciones de paz. Es más, los líderes de la organización terrorista estaban en Doha, venidos algunos de Turquía y de otros países árabes, precisamente para discutir una propuesta de Trump.

No hace ni cuarenta y ocho horas que el presidente presumía de dicha propuesta y afirmaba contundente que Israel «la había aceptado». Lo siguiente que hemos sabido es que el Gobierno de Netanyahu ha acabado con parte de la delegación del otro bando, incluido el hijo del jefe actual de la banda terrorista, Jalil Al Haya.

Todo esto en medio de una confusión absoluta: en las primeras horas tras el ataque, la Casa Blanca filtró hasta tres versiones distintas de lo sucedido.

La primera, publicada por Barak Ravid en el portal de noticias Axios, indicaba que la notificación israelí había llegado con los misiles ya en el aire y que, por lo tanto, Estados Unidos no pudo hacer nada para evitarlo.

Minutos más tarde, la CNN publicaba que sí había habido un aviso previo, aunque sus fuentes no especificaban si había sido previo al lanzamiento de los misiles o a su explosión contra un complejo de edificios. Por último, el Wall Street Journal informaba de que Israel no solo había avisado a Estados Unidos, sino que la Casa Blanca a su vez había trasladado dicho aviso a Catar.

Entrada ya la tarde, la secretaria de prensa, Karoline Leavitt, afirmó que Trump consideraba un error el ataque, que la Casa Blanca había tenido conocimiento de ello «por la mañana», y que Steve Witkoff había avisado al emir de Catar para minimizar los daños.

Asimismo, informó de que el presidente estadounidense habría asegurado a su homólogo catarí que no se volvería a repetir un ataque así en su territorio. No sabemos qué piensa Israel al respecto.

Euforia desatada en Israel

Porque lo cierto es que la euforia reina ahora mismo en el Estado hebreo, donde incluso el ex primer ministro Yair Lapid, tremendamente crítico con la política militar de Netanyahu en Gaza, felicitó a las FDI por la operación.

No parece haber temor alguno a perder su relación privilegiada con Washington ni a dinamitar un proceso de negociación que ninguna de las partes se ha tomado nunca demasiado en serio.

Los únicos que sí mostraron una cierta preocupación fueron los familiares de los rehenes aún en manos de los terroristas, pues ven cómo el conflicto, lejos de solucionarse, se eterniza.

Sea como fuere, el papelón para Trump es tremendo, como lo es para su enviado especial, el ubicuo Witkoff, que no deja de cosechar fracasos allá donde va.

A la lógica condena del ataque por parte de Catar le han seguido las de otros importantes aliados de Estados Unidos en la zona, como Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Egipto o Turquía. Hay que recordar que el único viaje oficial de Trump en este segundo mandato fue precisamente por los países árabes, de donde volvió encantado con el trato recibido y los negocios cerrados.

Ahora, el presidente estadounidense se enfrenta al dilema al que se han enfrentado anteriormente todos sus antecesores: ver la manera de frenar a Netanyahu sin dañar la relación con Israel.

El problema de fondo es la demasiado estrecha relación de Catar y Turquía con Hamás y la difícil determinación de qué diferencia a un estado cómplice de un estado mediador y a una delegación de negociadores de una delegación de líderes terroristas. Si Israel y EEUU habían aceptado lo segundo, es difícil justificar que el ataque se deba a lo primero.

En cualquier caso, lo que ha quedado claro es el complicado papel que juega ahora mismo Estados Unidos en el mundo, algo que ya se intuyó durante la pasada Administración Biden.

Ni Netanyahu escucha a Trump, ni lo hace Putin, ni lo harán en breve varios de sus aliados, en cuanto se den cuenta de que tras la fachada de hombre poderoso no hay apenas nada. El emperador va desnudo y en Israel lo saben. Es lógico pensar que también sus enemigos serán conscientes de ello.

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