Se acerca el final de la cuenta atrás para más de sesenta casas centenarias de la playa de Babilonia de Guardamar del Segura, un espacio singular de viviendas de planta baja, literalmente, a la orilla del mar. Para Maruchi Saura y Asunción González, decanas de esta pequeña comunidad de vecinos, la impotencia y la tristeza forman parte de su día a día en este final de verano. Con 84 y 88 años llevan «toda la vida» en Babilonia, el lugar donde primero fueron madres y han sido abuelas después.
Con la hilera de casas de plantas bajas también acabará una forma de convivencia entre vecinos. El de los veraneos que comenzaban en junio y terminaban con la «Pilarica» en octubre. Los de compartir y apoyarse como se ha demostrado en los dos últimos meses con la movilización de los residentes para hacer llegar su mensaje en contra de los derribos. «Formamos una familia fenomenal, de gente maravillosa. Con una forma de vivir solidaria que se acaba. Vamos a sentir muchísimo que nos la quiten», remarca Asunción con la mirada de quien ya casi habla del pasado.
«¿Por qué esto? ¿Qué daño hacemos? A ver si podemos tocar el corazón de alguien», señala Asunción
«Cuando tengamos que salir de las casas saldremos con la mayor dignidad», remarca Maruchi
La batalla de Costas y los residentes se ha prolongado durante más de ocho años en la Audiencia Nacional. El Estado no quiso prorrogar las concesiones sobre dominio público marítimo-terrestre cuando se agotaron en 2018. Señala que las casas, que se extienden a lo largo de 600 metros lineales, son el primer factor de regresión de la playa e impiden la continuidad del litoral con el cordón dunar. Los vecinos, que tuvieron que dirigirse al Gobierno para reclamar esa prórroga, defienden que es el Estado el que ha abandonado las actuaciones para evitar que la playa retroceda y que ha ejecutado obras que impiden esa regeneración, como la del espigón que dispersa los sedimentos del río Segura en vez de orientarlos al litoral. Recuerdan que las casas se levantaron entre los años 20 y 30 del pasado siglo precisamente para evitar el avance de la arena sobre Guardamar -cuando los sedimentos del río sí llegaban-, y que en otras situaciones con mayor impacto Costas está autorizando la prórroga a viviendas en dominio público en todo el país.
«Luchamos contra viento y marea, con gigantes, pero todavía hay esperanza», asegura Asunción
Maruchi luce bronceado de esos que «solo se coge» con baños en el mar y es una de las pocas personas que vive todo el año en la playa. Desde hace 32 Babilonia es su hogar. Ahora, cuenta, se queda sin alternativa. Vendió su vivienda en Murcia porque la de la playa «era la forma de vida que quería tener, pensando que esto sería hasta el fin de mi vida». Viuda y con una pensión limitada, no sabe qué va a hacer. «Estamos pensando en meter a algún okupa, por si acaso, aunque fuera conviviendo», bromea, «y a lo mejor no me tiraban. ¡Es que es muy fuerte esto!», no cesa de repetir.
Y aclara: «Es un privilegio, sí, poder bajar de tu casa y tener el mar ahí. Pues sí, es una gozada, por supuesto. El mar da vida. Me baño en invierno. Mi madre siempre decía que cuando el mar estaba bueno era el mejor somnífero que había. Pero yo me duermo con el mar hasta con temporal. Creo que esta es una forma de vida sencilla», resume.
Asunción González, en playa Babilonia de Guardamar del Segura / AXEL ALVAREZ
La esperanza
La vida de Asunción, su historia familiar y personal, también está en esta playa guardamarenca. La esperanza de que a última hora puedan evitarse los derribos no se pierde. «No se nos quita. Hasta el último momento. Estamos peleando, luchando, poniendo todo lo que podemos y todo lo que sabemos para ver si esta gente de Costas puede darse cuenta de que es de justicia. No se tienen que compadecer, sino mirar que es de justicia».
«Estamos intentando que la gente se dé cuenta de que nosotros no somos el problema», dice, «y hemos estamos luchando ahí un montón de años contra viento y marea, contra gigantes», agrega.

Maruchi Saura vive en una casa de playa Babilonia desde hace 32 años. / AXEL ALVAREZ
¿Y cuando llegue el momento de los derribos? «No queremos tener problemas. No somos así, somos gente de paz. Queremos las cosas por las buenas», subraya Asunción. «Allá la conciencia de esta gente de Costas con este atropello tremendo», remarca esta mujer que ha visto crecer a sus dos hijos en la playa. Fue su padre quien adquirió en la década de los 50 una de las casas levantadas en 1934, aunque las primeras ya aparecen en la década de los años 20 del pasado siglo.
«Está eso de la Constitución, que dice que todos los españoles tenemos derecho a una vivienda digna. Se lo pasan por el forro. Y luego empiezan a decir que vivimos en chabolas. Tengo una casa comodísima, con mi chimenea, y si tengo frío me enchufo la estufa», apunta Maruchi. Ella no cree en un milagro de última hora que paralice las demoliciones.
«Este era mi sitio y pensaba que lo iba a ser hasta el final, pero ahora no sé dónde ir», indica Maruchi
«Hay mucha gente que espera que pase algo, yo no. Después de ver lo que hicieron con el restaurante Jaime y el hotel Miramar -derribados en junio pasado- además, sin darles tiempo ni a sacar sus pertenencias». «No tengo dónde ir. Están mis hijos. Pero no me gustaría ir de casa en casa, como he visto alguna vez de padres que van cada 15 días de un sitio o a otro. Soy muy independiente. O bien me alquilo una casa y ya no sé… Babilonia es lo que había elegido».
Es la casa de todos
Maruchi conoció el mar de Babilonia con 14 años. Vivía en Madrid, pero su familia paterna, de la Vega Baja, alquilaba. Hasta que su padre adquirió el solar a Costas, «y eso fue por el 55, o sea, toda la vida», dice. Allí ha vivido con sus hijas, sus nietos «y mis bisnietos», apunta orgullosa. Allí murió su marido. «Es la casa de todos», resume. «Es destrozarte la vida. ¡A mi edad! Pensaba que estaría aquí hasta el final, hasta que uno se fuera». Quiere dejar claro, eso sí, que «no vamos a darle el gustazo a Costas de montar un numerito», el día en el que tengan que salir. «No, saldremos con la mayor dignidad posible». Recuerda que cuando tiraron otras tres casas -los derribos han ido goteando desde hace unos años-, vinieron «señores de estos como un armario de tres puertas de la Guardia Civil, pensando que aquí se iba a armar».

Playa Babilonia forma, también, una pequeña comunidad de veraneo con una historia en común / AXEL ALVAREZ
Las familias que estaban dentro salieron pacíficamente dándole las gracias a la Guardia Civil y los agentes preguntaban a los funcionarios de Costas para qué los habían movilizado. «¿Qué esperaban que iban a hacer? ¿Que salieran a tiros o qué?», se indigna Maruchi. «No ha habido negociación ninguna con Costas. Y si no te tiras la casa tú te la tira Costas y te pasa un recibo de 56.000 euros, que es el que le pasaron a Aurora», recuerda sobre uno de los últimos casos.
La playa
Asunción y Maruchi rememoran lo extensa que era la playa en los años sesenta y setenta. Coinciden en que la arena se ha ido reduciendo temporada a temporada, lo que también ha provocado que los temporales afecten con mayor violencia a las casas. «Para arreglarte los daños poco más o menos que parece que estabas cometiendo un delito, tenías que esconderte, tenía que ser todo a escondidas. Pero lo hemos arreglado. Feísimo, pero lo hemos arreglado», agrega Maruchi. «Hace unos días -relata-, tocaron a la puerta unos visitantes alemanes, me dijeron con el traductor del móvil que habían visto en la televisión alemana que iban a tirar estas casas y que si me importaba que pasaran y le dije que no». Hicieron fotografías de todo y de cómo era esto antes. «Les faltó poco para llorar, me agarraban, me besaban… Parece que valoran esto más fuera». «Esto es bonito. Más si nos hubieran dejado arreglarlo. Pero es que no nos dejaban», apunta.

Maruchi en uno de los murales de playa Babilonia que reivindican que las casas se mantengan en pie / AXEL ALVAREZ
Conservación del patrimonio
«Los extranjeros se quedan asombrados cuando les contamos la historia, no lo entienden. Dicen que es un abuso y que las viviendas -en muchos casos levantadas con muros de piedra y cubiertas de cañizo -, son algo a conservar», añade Asunción. «Soluciones hay -señala-. Hoy, hay solución para todo, pero hay que querer. Los ayuntamientos que están a favor de que las casas se queden están haciendo cosas. Y aquí no».
A Maruchi le duele la incomprensión de personas, incluso de conocidos, que no empatizan con una pérdida que va más allá de una casa. «Alguien del pueblo que conozco de toda la vida me preguntó cómo estaba. Le comenté si sabía que tiraban las casas, y me dijo: ‘Ya las habéis disfrutado bastante’. Quiero pensar que fue un comentario desafortunado. Pero le salió del alma. ¿A quién le hago daño? Hemos visto rabia y odio en algunos».
«Tengo todos mis recuerdos, toda mi vida, la de mis padres, aquí. Me dan ganas de llorar. Soy dura, pero es que esto es muy gordo. Esto es muy, muy fuerte», confiesa.
Suscríbete para seguir leyendo