Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) sabía que este martes no iba a ser un día cualquiera. El capitán Alatriste, su viejo espadachín, volvía a calarse el sombrero para presentarse una vez más ante la prensa cultural –nacional y extranjera– en el Hotel Palace de Madrid. Catorce años después de la última entrega, El puente de los asesinos (2011), llega a las librerías una nueva novela protagonizada por el veterano soldado de los Tercios de Flandes: Misión en París (Alfaguara).
El escritor y académico, curtido en lides de esta naturaleza desde que empezó a publicar novelas a finales de los 80, cuando todavía compaginaba el oficio literario con el reporterismo, ha salido de casa con tiempo para dar un paseo antes de la presentación. Un coche de policía se ha detenido a su paso y uno de los dos agentes le ha preguntado, cómo no, por Alatriste. Posiblemente ni supieran que en cuestión de minutos desempolvaría su capa para empuñar el acero.
«Me gusta mucho la idea de que gente que nunca leerá Alatriste sepa quién es, eso significa que ha trascendido la ficción», ha confesado. Y cómo cuestionarlo. Diego Alatriste y Tenorio es uno de nuestros clásicos contemporáneos. Sus aventuras, recogidas en las siete novelas anteriores a la que nos ocupa –la tirada inicial en España será de 180.000 ejemplares–, han sido traducidas a más de cuarenta idiomas. Siete millones de ejemplares vendidos, una película, una serie de televisión, varios cómics… ¿Quién se atreve a decir que no es el Don Quijote de nuestro tiempo?
A propósito, la camaradería con viejos amigos del oficio, con los que el autor volvía a encontrarse en el Palace, le ha hecho sentir a gusto, expresarse con la sinceridad a la que acostumbra. ¿Por qué no reconocer, si un cómplice le tiende el guante, que la primera entrega de la saga, que vio la luz en 1996, fue la que disparó el renovado interés de los lectores españoles por la historia de nuestro país? «Es verdad, nadie se atrevía a escribir ficción acerca del Siglo de Oro y este libro abrió la puerta a una generación de narradores de novela histórica», ha venido a decir.
Ahora bien, detrás de cada fenómeno hay unas explicaciones. Para Pérez-Reverte, fundamentalmente son dos: por un lado, el Siglo de Oro se agotó con el teatro, que trató todos los temas posibles; por otro, la apropiación de los mitos españoles –como El Cid– por parte del franquismo. «Con la llegada de la democracia, se comete el error de arrinconarlos en lugar de limpiarlos de esa contaminación», ha explicado. «Hablar de esto era reaccionario, pero yo entonces no tenía ese complejo», ha resuelto.
Siguiendo con la cuestión histórica, Pérez-Reverte ha resaltado que «la palabra España tenía mala prensa en esta época, los gobernantes no se atrevían a pronunciarla. La izquierda, por su estupidez, renegó de ella y la ultraderecha se la ha apropiado». Además, ha reconocido que «debemos a los hispanistas ingleses la recuperación de nuestro pasado», pese a que «el inglés es el gran enemigo de España».
Con todo, a veces los peores somos nosotros mismos, ha sugerido. Por ejemplo, el personaje de Alatriste, que podría servir para comprender la historia de nuestro país y también por qué hemos llegado a ser lo que ahora somos, «siempre es rechazado por los extremos, tanto la izquierda como la derecha».
Buena parte de la rueda de prensa ha versado sobre la catadura moral del viejo soldado, que en Misión en París acaba de cumplir 45 años. Al frente de una nueva aventura, acompañado de sus eternos camaradas –Íñigo Balboa (a su vez narrador), Sebastián Copons y el poeta Quevedo– y otros enemigos íntimos, como Luis de Alquézar o Gualterio Malatesta, el temperamento de Alatriste se ha vuelto «más amargo, más desesperado». «Es inevitable, se beneficia de mis propios remordimientos«, ha apuntado el autor, que a estas alturas desconfía de las grandes palabras (la patria, la lealtad, el honor…).
Preguntado por la relación de Alatriste y Falcó, otro de los grandes personajes de su novelística, ha asegurado que son muy distintos. «Falcó es un sinvergüenza, un amoral, aunque divertido», mientras que con el soldado veterano hay que tener cuidado. «Falcó es peligroso cuando sonríe, Alatriste cuando calla», ha dictaminado. Considera, a propósito, que «el héroe de corazón puro no funciona ahora porque ya no somos inocentes como entonces», esto es, cuando nos fascinaban personajes como el Capitán Trueno.
¿Y por qué arrastrar a Alatriste hasta esa Francia tan convulsa que «se jugaba su hegemonía en Europa mientras España luchaba por su supervivencia»? Pérez-Reverte necesitaba un motivo estimulante para volver al personaje de su vida después de tanto tiempo, así que pensó que lo mejor sería introducirlo en el universo donde fue más feliz en sus años de joven lector. El París de Dumas, el de Los tres mosqueteros.
Reconoce que fue arriesgado plantear los duelos entre D’Artagnan y Balboa, y entre Athos y Alatriste. «No podía ser un pastiche», recuerda, así que prefirió que, en el trasiego de la misión que tratan de resolver los españoles junto al conde-duque de Olivares y el cardenal Richelieu, los personajes del clásico decimonónico «pasaran por allí».
¿Y qué hay de las mujeres? «Todas las que aparecen en mis novelas valen más que los hombres», asegura el autor, convencido de que quienes le acusan de machista no han leído una sola de las que llevan su firma. «Son personajes dolorosamente lúcidos que se mueven en territorios hostiles, mundos que pertenecen a los hombres», ha explicado. «El héroe del siglo XXI es la mujer», ha apostillado.
Y cuando parecía la despedida, llegó la esperada pregunta acerca de Gaza. ¿Qué le parecía la posición de nuestro gobierno a propósito de las relaciones con Israel? Pero Pérez-Reverte sabía que aquella declaración se convertiría en el titular de muchos medios y él prefería que se promocionara la novela. «Fui puta antes que monja», se ha excusado.