Hacía 14 años que no aparecía un nuevo Alatriste, la saga literaria convertida en mito que hizo definitivamente de Arturo Pérez-Reverte el escritor superventas que conocemos hoy en día. Y casi tres décadas ya (noviembre de 1996) desde que nació la historia de ese soldado de los Tercios de Flandes al que hemos leído, y después visto en series y películas, envuelto en infinitas aventuras y combates en diversos escenarios europeos, rodeado de personajes ya emblemáticos como su joven discípulo Íñigo Balboa, su compañero de batallas Sebastián Copons, el altivo conde de Guadalmedina o un Francisco de Quevedo al que, en estas historias, vemos en una dimensión que va más allá de la del escritor del Siglo de Oro que todos conocemos.
«Hice siete Alatristes y todo iba bien, pero me di cuenta de que era demasiado absorbente y tenía otras historias que contar«, relataba este martes el escritor cartagenero durante la presentación ante la prensa de Misión en París (Alfaguara), la octava y nueva entrega de la serie. Se dijo entonces: «Voy a parar, y si vivo lo suficiente lo retomaré para contar lo que no he podido contar». Estar al borde del 30 aniversario del primer capítulo, y el largo tiempo que ha podido dedicar por fin a otras historias y personajes, hicieron que le pareciera que este era el momento ideal para regresar a una saga que ha conquistado a una multitud de lectores en todo el mundo: de las ediciones en español se han vendido cinco millones de ejemplares, y de sus traducciones a veintidós idiomas, otros dos. Mucho huérfano, por tanto, habían generado el escritor y su personaje con estos años de ausencia. «Algunos lectores hasta me han insultado o me han dicho ‘no leeré nada suyo hasta que no siga'», recordaba divertido. Ahora dice que «si vivo lo suficiente haré el último, el noveno de la serie».
En este nuevo episodio transcurre el año 1628 y la acción se traslada a la capital francesa, donde Alatriste y sus compañeros habituales, con la incorporación del veterano cordobés Juan Tronera, se reúnen en secreto con el conde de Tréville, el jefe de unos mosqueteros entre los que están los célebres Athos y D’Artagnan. El plan contempla que españoles y franceses se alíen para intervenir en la ofensiva que el rey de Francia, Luis XIII, y su ministro principal el Cardenal Richelieu, llevan a cabo contra los protestantes que impiden la unidad del país, y de paso contra el enemigo común que son los ingleses. La novela, llena como es habitual de combates y conspiraciones, se despliega por toda una ciudad que también es protagonista y que, según el escritor, ya no existe. «París ya no es el París de los mosqueteros. No queda nada, cero. Ni siquiera el Louvre es el Louvre de entonces. He tenido que ir a grabados, libros antiguos, relatos y descripciones para ir reconstruyendo ese París para mi historia».
Reverte ha sido siempre un francófilo declarado y cuenta con muchos seguidores en el país vecino, donde se le ha llegado a bautizar como «el nieto de Dumas». Fue Los tres mosqueteros, firmado precisamente por ese autor, Alejandro Dumas, uno de los primeros que le conquistó de niño y el que ahora le ha ayudado a escribir esta nueva novela. «Lo leí con ocho o nueve años y marcó mi vida, en muchos sentidos». Literariamente, se quedó prendado del libro de aventuras como género, pero también de esa camaradería entre los amigos, o de la mujer misteriosa y peligrosa que encarnaba Milady, la turbia contraparte femenina de D’Artagnan. Muchos de los personajes femeninos de las novelas de Reverte, en los Alatristes y más allá, son mujeres que tienen que sobrevivir con astucia en un mundo en el que mandan los hombres, y que comparten con aquella algunos rasgos. «Son mujeres peligrosas, lúcidas, valientes», dice el escritor.
Juntar al capitán Diego Alatriste y sus secuaces con los personajes de Dumas en París tenía sus peligros. Había que evitar a toda costa que aquello se convirtiera en un pastiche. Conseguir que la historia fluyera y los personajes encajaran de manera natural y creíble para el lector. «Era un desafío, no era fácil», admite. Pero cuando se dio cuenta de que coincidían las fechas, la época de unos y otros, todo se hizo más fácil. Al final, los mosqueteros «pasan por la novela y luego desaparecen», pero han permitido que el escritor pudiera disfrutar, casi como el niño lector que fue, de escribir este nuevo capítulo en la historia de su personaje, con elementos especialmente atractivos como el duelo entre «dos inteligencias tan diferentes» como las del sanguíneo Conde Duque de Olivares y el frío y calculador Richelieu.
Reivindicar el Siglo de Oro
La saga sobre el capitán Diego Alatriste surgió, ha vuelto a contar una vez más esta mañana Pérez-Reverte, cuando descubrió que en el libro de texto de su hija adolescente el Siglo de Oro se despachaba en apenas unas líneas. «Dos siglos en los que España era lo que hoy es Estados Unidos: la potencia principal, la lengua de moda… Los amos del mundo. Esa época de grandeza y de oscuridad, de luces y sombras, estaba siendo olvidada, reducida a cuatro líneas en los libros de texto». Como si él también fuera un soldado de fortuna, fue entonces cuando el escritor decidió echarse a la espalda la misión de deshacer tal entuerto. Quería devolver a su hija, y a tantos lectores sobre todo jóvenes, «un recorrido por ese mundo fascinante del que uno se enorgullece y se espanta al mismo tiempo«. El primero lo habría de cofirmar con su hija Carlota, y así nació Alatriste como una saga juvenil, con espíritu de folletín y, desde el primer momento, ilustrado. Hace ya varias entregas que Joan Mundet se ocupa de dichas ilustraciones.
El primero de aquellos libros, el que se titulaba tal cual El capitán Alatriste y que publicó Alfaguara teniendo como editor a Juan Cruz, al que Reverte quiso rendir homenaje durante la presentación, se convirtió en un éxito inmediato y de paso en la espita que abriría la locura por la novela histórica que se desataría en España en los años que vinieron después. Además, el relato se insertó en los debates de este país sobre su identidad y su historia que, cuatrocientos años después de aquello, siguen estando muy vivos. También en torno a la serie novelesca de Reverte. «Estos libros han sido acogidos con rechazo por dos extremos: la extrema izquierda y la extrema derecha. La extrema izquierda decía que son libros sobre los tercios, las glorias imperiales, que España, España, España, las banderas… La extrema derecha, que el libro habla de la Inquisición, que es un libro en el que digo cosas muy negativas, que si la leyenda negra… No se dan cuenta, ni unos ni otros, de que busco eso. Los libros de Alatriste quieren contar un mundo, una época. Y esa época hay que contarla como fue: la luz con la sombra. Fuimos gloriosos e infames, fuimos crueles y magnánimos».
La razón de que esa época de nuestra historia siga siendo conflictiva la atribuye el escritor a dos razones. Una es que, hasta Alatriste, se había escrito poco sobre ella porque «el teatro del Siglo de Oro fue tan potente y tan rico, tocó tantos temas, que agotó el relato». La otra, que el Franquismo «se apropió de muchas cosas, también de algunos mitos históricos españoles como el Cid, la Independencia o los tercios de Flandes. El Franquismo no miente: fue una época gloriosa. Pero oculta la parte oscura. Y cuando llega la democracia, cometemos el error de arrinconar ese período, en lugar de limpiarlo. No se habla de eso porque hacerlo es reaccionario, fascista. Y cae en el olvido».
Treinta años y ocho novelas después, dice Reverte que no se ha cansado de Diego Alatriste. Tampoco siente que el personaje, vampirizado por series, películas y lectores, ya no sea suyo. «Es un buen amigo. Lo veo sentado en la barra del bar, conmigo, tomando una copa». Aunque han pasado 14 años de su novela previa, en la historia que cuenta tan solo ha transcurrido uno desde el capítulo anterior. A pesar de todo, reconoce que el personaje, como él, «ha envejecido». «La vida me ha causado estragos, físicos e intelectuales, y Alatriste se contamina de ellos», explica. «Esta vez es más amargo, está más desesperado y tiene más remordimientos que en los otros libros». Dice su creador que Alatriste es aquí «un héroe oscuro que tiene recuerdos oscuros, que ha hecho cosas de las que no está orgulloso. Yo también«. Y admite que «igual que a mí, de mi época de reportero, hay cosas que hice o que no hice que todavía me acompañan y que me causan remordimientos, a Alatriste también. Se beneficia de mis propios remordimientos».
En referencia a esa condición de reportero, y empujado de nuevo al presente al final de la presentación al preguntarle por su opinión sobre la matanza permanente de Gaza, y en particular sobre los más de dos centenares de periodistas muertos y la posición del gobierno español, el escritor y periodista no ha querido dar titulares en esa línea, pero lo ha dejado claro. «Como antiguo periodista, estoy indignado».