Leonor de Borbón y Ortiz es ya nueva alférez alumna de cuarto curso de la Academia General del Aire, después de que este lunes se haya formalizado su ingreso como tercera y última parte de su formación millitar. La ya veterana pero renovada base de San Javier vuelve a recibir en sus aulas un miembro de la familia real española, 67 años después de que pasara por allí el rey emérito Juan Carlos, y pasados 38 años de que lo hiciera también Felipe VI.
La promoción de la Princesa de Asturias es la 78, y sus alumnos aprenden a ser oficiales del Ejército del Aire y el Espacio en un momento crucial para esa rama de las Fuerzas Armadas. Tras años de recortes sostenidos, la renovación de material no llegó a ser un problema tan pertinaz en la fuerza aérea española como el de la falta de personal cualificado. No es solo el efecto de atracción de las compañías aéreas privadas, que tradicionalmente roban talento a este ejército. Es también el reto del rearme: con los programas Halcón I y II, Defensa ha puesto en marcha la compra de 45 nuevos cazas Eurofighter que han de sumarse a los 70 ahora en activo, relevar a los F-18 que defienden Canarias y consitutir una de las más grandes flotas del avión europeo de combate.
La incorporación de Leonor de Borbón coge al Ejército del Aire en pleno esfuerzo de aumento de personal. El objetivo, según fuentes militares, es incorporar al menos 1.300 nuevos efectivos a los 21.000 que actualmente tiene en activo. Ciertamente, formar nuevos militares en este sector de la defensa es una labor compleja. Son cinco años de curso en la AGA y academias adyacentes, pero hacen falta otros tantos para convertirse en miembro de la punta de lanza más capacitada, ahora ya visitando academias de países aliados, o recibiendo formación y horas de vuelo en Estados Unidos o bien con vuelos sostenidos para adquirir veteranía.
Gestores en el aire
Al jefe del Estado Mayor del Aire, teniente general Francisco Braco, le dijo un día un joven teniente piloto de caza en la base de Torrejón: «Ahora los pilotos somos, sobre todo, gestores de sistemas». Con esta anécdota que al JEMA le gusta contar, se resume cómo se ha sofisticado el arma aérea, camino ahora de los sistemas de combate de sexta generación y multiplataforma, plagados de sensores afinadísimos y selección de objetivos con inteligencia artificial. Con esta exigencia tecnológica, cuesta diez años convertir en piloto de primera línea a uno de los 110 novatos que andan hoy por el primer curso de la academia. El problema ya no es la falta de vocaciones. De hecho, el número de alumnos que ingresa en primero está a punto de doblar a los, estando ya en quinto curso, entraron en la AGA en 2020.
De todos los rituales cotidianos de los alumnos en la academia del Aire, «la mejor es correr una tarde de brisa junto al Mar Menor», cuenta a este diario un veterano de las fuerzas de apoyo al despliegue aéreo, las que trabajan en tierra, y que en sus filas tiene algunas unidades del reducido club español de fuerzas de élite. El paisaje es en su mención tan importante como la brisa. Es solo aire en movimiento, pero es también la obsesión de los pilotos en formación. Antes el tormento se loe re`resentaba una T de chapa con bombillas encima que, oscilando sobre el suelo, indicaba la dirección del viento. Eso, el viento, «es una obsesión para los jóvenes pilotos al aterrizar», relata un general con muchas horas en la cabina de un caza. Sobre todo «tener el viento de cara al despegar o al tomar tierra. Eso te favorece, porque vas más despacio; y sobre todo el viento cruzado al llegar, que es una tortura».
Esa misma T temida por los alumnos de cuarto se la recortan en la nuca los cuando alcanzan la capacidad de pilotar. Es una tradición. Tiene dicho el director de la Academia, el coronel Luis González Asenjo, que Leonor de Borbón será «una alumna más», por lo que es lícito asegurar con que seguirá los ritos y tradiciones de la AGA y, como le hicieron a su padre, le recortarán con maquinilla una T en la nuca.
Otra tradición, la entrega de una moneda de plata al «proto», el instructor, está reservada a los pilotos de caza. No tendrá esa categoría la heredera del trono de España tras este año de estancia en pedanía murciana de Santiago de la Ribera, pero sí habrá tenido un proto, un oficial mentor que se va a convertir en su sombra. Este lunes lo ha sido el comandante Alberto Guzmán, jefe del 792 escuadrón, el mismo aviador que hace unos meses acompañó al Rey cuando vino a probar el PC21 en vuelo.
Al grupo de docentes del 792 Escuadrón, el que opera los aviones Pilatus, les corresponderá impartir a la princesa un pack de enseñanzas básicas de vuelo. No está previsto que vuele sola en ningún momento, por obvias previsiones de seguridad de la Casa Real.
Monarcas en el aire
Otros miembros coetáneos de las casas reales han pasado o pasarán por las aulas de las fuerzas aéreas de sus países, en una costumbre de la que se reclama fundadora la casa real británica con Felipe de Edimburgo, que fuera príncipe consorte de la reina Isabel. En la actualidad la piloto más activa de sangre real es la segundo teniente de la Real Fuerza Aérea de Jordania Salma Bin Jordan, graduada en 2023. Harry de Inglaterra, duque de Sussex, ha sido piloto de helicóptero de ataque Apache en Afganistán y está condecorado por ello.
Felipe VI tiene el grado de piloto. Sus compañeros, de hecho, le recortaron la T en el pelo de la nuca, y vistió como el resto el uniforme azul, e cordón rojo de alférez, el gorro cuartelero que llaman «buque» y una sempiterna tarjeta identificativa con la doble A de alférez alumno. «Tenedme siempre como un compañero más», les dijo a los miembros de su promoción, la XLI, al despedirse.
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