La historia del periodista congelado en la cumbre de Valdezcaray ni es un chiste, ni una farsa, ni una invención. Sucedió hace unos años cuando la Vuelta era más una batalla entre emisoras de radio que un combate con el ciclista subido sobre la bicicleta, que parecía más bien el protagonista secundario de la carrera.
Había tortas, y no es una exageración, porque en alguna ocasión las hubo para colocar el micrófono, la conocida ‘alcachofa’, a un corredor que acababa de ganar la etapa y que no tenía ni fuerzas para hablar. Suerte que siempre estaba allí el inolvidable Jaume Mir, con su bigote, para protegerlo mínimamente, aunque no fuese un ciclista de su equipo.
Las conexiones horarias
Los directores deportivos entraban en directo en las conexiones de las emisoras, contaban -o engañaban- sobre lo que estaba haciendo su equipo en carrera, reflexionaban y de paso se quejaban de alguna acción de un técnico rival. Fueron las primeras tertulias deportivas en vivo y en directo. La Vuelta comenzaba a las 7 de la mañana y terminaba más allá de la 1 de la madrugada. Una vez, un director deportivo se quedó dormido en directo, iba a hablar desde la habitación del hotel. Los ronquidos se escucharon por todos lados sin necesidad del apoyo de unas redes sociales que todavía no se habían inventado.
¡Ay! Pobre del ciclista que no atendiera a los líderes de las radios, que se odiaban, que ni se saludaban, que miraban hacia otro lado cuando los caminos se cruzaban de forma accidental en la salida o en la llegada de una etapa.
Odios y amores
Si un corredor era amado por una emisora se convertía en el enemigo número uno de la antena rival, y si no que se lo pregunten a Pedro Delgado. Un auténtico ejército de informadores y todo tipo de colaboradores seguían el devenir de la Vuelta en una u otra emisora, todos perfectamente uniformados. Iban con motos, con coches en carrera y con helicópteros sobrevolando el cielo de la carrera… una locura, de principio a fin.
Los enviados especiales de los medios escritos captaban por una frecuencia privada los comentarios, aplausos y broncas, de la emisora que lideraba las audiencias. Cada conexión en directo era una como un asalto de boxeo, no podía haber un solo error y ningún detalle se podía escapar.
Así se vivió la Vuelta en las décadas de los años 80 y 90. En 1991 se corrió una ronda española que de inicio estaba escrita para la gloria de Miguel Induráin. Todavía no había ganado el Tour y afrontaba la carrera como preparación a la ronda francesa, la primera de las cinco que ganó con autoridad. La batalla iba a ser, una vez más, entre los equipos del Banesto y del ONCE. Si se compara a la pugna de hoy en día entre el Visma y el UAE, lo de ahora son dibujos animados, en relación con las chispas que saltaban hace 34 años.
Competición en primavera
La Vuelta, por aquel entonces, se disputaba entre los meses de abril y mayo por lo que cuando se afrontaban etapas en estaciones de esquí siempre había el peligro de que la nieve obligase a suspender la competición. La primavera de 1991 fue especialmente fría. Estaba programada una etapa entre Andorra y el Vall d’Aran con el paso por la Bonaigua cerrada a causa de la tempestad. Llegar a Vielha en coche ya fue toda una odisea por lo que hacerlo en bici era misión imposible.
La cancelación fue clave en la victoria de Melcior Mauri, que volaba en las contrarrelojes y resistía en la montaña. Induráin llegó a Madrid en la segunda plaza de la general. Mauri acabó ganando la carrera que tenía, entre otros obstáculos, una cronoescalada a Valdezcaray, adonde llega la prueba este domingo.
El tiempo anunciaba otra jugarreta en la estación de esquí riojana. Nevó por la noche y hubo muchas dudas a que la etapa se pudiera celebrar. La historia del periodista congelado en la cumbre de Valdezcaray es tan cierta como impactante. Bajo la niebla, el frío y la nieve tuvo que permanecer hasta la madrugada con la obligación de conectar cada hora y hablar en los boletines informativos para ir contando cómo estaba la situación y el clima en la cima de la Vuelta. Eran otros tiempos.
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