Aficionados del Oviedo siguiendo el partido contra el Madrid en el Tartiere del pasado domingo y a la dercha, seguidores del Sporting el pasado viernes, en el duelo de su equipo contra la Cultural / Irma Collín / Miki López
Cada fin de agosto marca un cambio de ciclo, y en especial este año en que coincide en domingo. Mañana empieza otro curso intenso que afrontar desde Asturias con las pilas cargadas tras las vacaciones y ánimos renacidos. Este verano ha estado marcado por los incendios, pero también por el entusiasmo deportivo, con un inicio de Liga apasionante para el fútbol asturiano.
Cientos de personas agolpadas en el Aeropuerto para ver en directo a las estrellas del campeonato; reservas en restaurantes de Oviedo con meses de antelación de seguidores que quieren acompañar a sus equipos en el viaje a la ciudad; un Molinón a reventar un día entre semana y a media tarde; un desbordante número de abonados rojiblancos y azules, incluso con lista de espera, y una Asturias en el centro del foco mediático… El fútbol, el fenómeno de masas contemporáneo más global, la épica moderna, coloca la región en otra galaxia.
Todo requiere un natural proceso de adaptación. Después de casi un cuarto de siglo alejado de la élite, el Oviedo estrena la Primera, y eso se nota. En un mercado feroz, el salto requiere cambios de gestión y hasta de mentalidad. De los dirigentes y de los aficionados.
El mejor reflejo de las ganas que había por llegar a lo más alto lo encontramos en el duelo del Tartiere del pasado domingo, con la mayor asistencia de la historia a un encuentro de fútbol en Asturias. Fue fiesta mayúscula, vibrante y tranquila, a pesar de que, en el postpartido, por ese ombliguismo centralista tan arraigado en España, muchos desde fuera se empeñaran en empañarla desvirtuando lo que treinta mil almas allí vieron y oyeron.
Solo dos equipos del Noroeste
Pasó la luna de miel del ascenso. El momento requiere situarse en otra clave, con paciencia y realismo. Lo primordial es permanecer en la categoría siendo competitivos, para desde ahí consolidarse y crecer. El balón refleja también la pujanza de los territorios a los que los equipos representan. Solo dos del Noroeste, los azules y el Celta, están ahora arriba. La nómina tiene que engordar a la par que el resurgir de este cuadrante del país, y en ella se echa de menos al Sporting.
Una cosa está clara: la pasión del asturiano por aquello que ama, su fe en un sentimiento, mueve montañas
La cresta de esta ola también alcanza a los rojiblancos, instalados en otro paradigma con el redoblado compromiso inversor de sus rectores para que esta temporada sí sea al fin coronada con la gloria. Lo primero fue apostar por el talento para construir el futuro, quedándose en propiedad con los jugadores más destacados de la pasada campaña, que estaban cedidos. Y esta misma semana llegó otra inyección millonaria de fondos al proyecto.
El sportinguismo, siempre ahí, está respondiendo con fidelidad sin límite. Contribuye a ello la congelación del precio de los abonos, otro esfuerzo de los dirigentes por propiciar un círculo virtuoso, pero ayudan todavía más las ganas de la afición por aupar a los suyos al lugar que por historia, trayectoria y rivalidad les corresponde. A Sporting y Oviedo nunca les fue tan bien como cuando estuvieron juntos en Primera y peleando por Europa.
Los sociólogos ven en el fútbol un espejo de la sociedad que absorbe sus valores y carencias. Desde esta perspectiva, también pueden percibirse en la efervescencia de este comienzo de Liga estímulos positivos aplicables a otros ámbitos completamente distintos de la realidad regional. Al igual que sus clubes emblemáticos, Asturias necesita pensar en grande, fijándose objetivos ambiciosos. Con trabajo y tesón ningún sueño está fuera de su alcance. La región logrará avanzar, superarse e igualar a las más prósperas si no rehúye la competencia, afronta los retos sin temor y atrae y potencia a los mejores.
Porque una cosa está clara: la pasión del asturiano por aquello que ama, su fe en un sentimiento, mueve montañas. Basta para creerlo con asomarse en días de contienda a cualquiera de sus principales estadios.