El nombre quizá de mayor prestigio de la política europea que habla hoy más claro sobre la criminalidad de Benjamin Netanyahu, el imperialismo de Vladimir Putin o el neofascismo de Donald Trump es, seguramente, Josep Borrell. Nada como pasar a la condición de expolítico para ser un Catón de la política. Sobre el reciente asesinato de seis periodistas en Gaza por el ejército de Israel, por ejemplo, afirmaba Borrell esta semana: “No es un accidente; sabían dónde estaban y fueron a por ellos. Es extraordinario cómo la comunidad internacional no reacciona”. Claridad. Concisión. Contundencia. Coraje. Las cuatro ces que tanto escasean en la política activa. Del ex alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores no sabríamos decir si habla claro porque ya no está en política o ya no está en política porque habla claro.
A su sucesora en el cargo es más fácil despacharla: de Kaja Kallas bien puede decirse aquello que, no sin retranca, decía casi tres siglos atrás el ilustre viajero francés Charles de Brosses al toparse hacia 1740 con la catedral de Milán, cuya imponente fachada elogiaba sin reservas, mas no sin añadir a renglón seguido: “Sin duda la habréis visto, y acaso poseáis la bella estampa que representa esta fachada; guardadla cuidadosamente, porque eso es todo lo que existe”. Entre bromas y veras, redondeaba el autor de ‘Viaje a Italia’ su juicio sobre la inmensa mole de mármol con esta sentencia: “Si fuera verdad que existiese, sería una bella cosa, no le conozco otro defecto sino el de no existir”.
Pues eso mismo cabe decir de la bella pero invisible Kaja Kallas. Habrá pensado quizá con malicia la alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores que para hacer el papelón que está haciendo su hipervisible jefa Ursula von der Leyen, mejor no salir del despacho. Entre hacer el ridículo, como Von der Leyen en la negociación arancelaria con Trump, y no hacer nada, como Kallas con el genocidio de Gaza, quizá mejor lo segundo.
Volviendo a Borrell, se diría que, al igual que la célebre lechuza de Minerva, diosa de la sabiduría, solo alzaba el vuelo cuando el día empezaba a declinar, la política solo alcanza la lucidez cuando deja de ejercer como tal política: melancólicamente instalado en el dorado crepúsculo de la jubilación, el político retirado exhibe la clarividencia y el coraje que tanto echó en falta el público en él cuando estaba en activo.
Es cierto, en todo caso, que si Kallas no hace de Borrell y si incluso el propio Borrell no hacía de sí mismo cuando ocupaba el cargo de canciller europeo, es porque tampoco la propia Europa ejerce de sí misma o de lo que al menos se había prometido a sí misma décadas atrás, cuando pasó a llamarse Unión Europea. Aun así, aun no teniendo Europa esa voz única sin la cual sus ministros de Exteriores están maniatados, cuando no mudos, no nos desagradaría del todo ver que fracasaban, sí, pero al menos después de haber dado la batalla. Borrell intentó, aunque sin éxito, marcar un cierto perfil propio; Kallas, cero perfil: todos los medios europeos hablando todos los días del genocidio de Gaza, y Kallas desaparecida, y no precisamente en combate.
Ay, Europa, Europa. Europa se está deseuropeizando, quién la europeizará, el europeizador que la europeíce buen europeizador -o europeizadora- será, aunque es seguro que no apellidará Leyen ni Kallas. Como la Kallas hoy, como la catedral de Milán ayer, también Europa empieza adquirir la reluciente pero triste condición de ser solo fachada. Como diría De Brosses: “Si fuera verdad que existiese, sería una bella cosa, no le conozco otro defecto sino el de no existir”.