Odio, luego existo
Günther Anders
Estas líneas son un grito y están dedicadas a la memoria del fotoperiodista de la agencia Reuters, Hussam al Masri; de Mariam Dagga que desarrollaba un magnífico trabajo para Associated Press en Gaza; de Moaz Abu Taha, corresponsal de la cadena estadounidense NBC; de Mohamad Salama, fotoperiodista de Al Jazzera; de Ahmed Abu Azis y de los otros 268 periodistas que a fecha de cierre de este artículo completan la ignominiosa lista de 273 informadores asesinados en Gaza por el Gobierno sionista y genocida de Israel (Committee to Protect Journalists y FIP). Un ataque de «doble impacto» que viola todas las convenciones de derechos humanos y el Derecho Internacional, se cebó con el Hospital de Al Nasser, y el mundo lo vio en directo. Mayor infamia es difícil de concebir. El primer ataque con un misil crucero fue mortífero para el citado Hussam al Masri, y para los sanitarios y enfermos (muchos con hambruna) que estaban allí hospitalizados; y el segundo remató vilmente a quienes fueron al auxilio de los heridos y a quienes daban testimonio de aquella barbarie que afortunadamente quedó grabada y televisada como un documento gráfico que pasará a la historia como prueba de los numerosos crímenes de guerra que Israel está cometiendo en Gaza.
Esa terrible escena nos retrotrajo a muchos al 8 de abril de 2003, día negro para la libertad de prensa en Irak. Ese día José Couso fue alcanzado por los disparos de un tanque estadounidense cuando grababa desde la cuarta planta del Hotel Palestina en Bagdad. Murió minutos después en el hospital. En el mismo ataque, el periodista ucraniano Taras Protsyuk, de la agencia Reuters, fue ejecutado y otros tres periodistas resultaron heridos. Ese mismo día, al amanecer, dos misiles aéreos estadounidenses fueron lanzados contra las oficinas de la cadena de televisión Al Jazeera en la capital iraquí. El reportero palestino Tareq Ayyoub murió y Zouhair al-Iraqi, un camarógrafo iraquí, resultó herido. Aquel martes de 2003 las oficinas del canal de televisión Abu Dhabi, de los Emiratos Árabes, también recibieron un ataque aéreo estadounidense. En el transcurso del día, todas las señales de televisión en directo no estadounidenses de Bagdad fueron apagadas: ese era el objetivo, exactamente el mismo que hoy persiguen Netanyahu y Trump en Gaza. Fueron crímenes de guerra, como ahora, aunque en Gaza el horror se multiplica por mil.
Propongo a la academia sueca crear un «Premio Nobel de la Guerra y la Muerte» ex aequo para Netanyahu y Trump, con varios accésits a sus «postes repetidores o tontos útiles» internacionales: los Milei, Ayuso-Nacho Cano, Abascal, Aznar, etc, cuyos hilos mueve, entre otros, el siniestro David Hatchwell, engranaje fundamental del poderoso lobby sionista asociado a la industria armamentística y que trabaja entre bambalinas en España a través de la Fundación Hispano Judía que creó. El objetivo de todo este tinglado es desinformar y generar un nuevo relato cultural que regado de subvenciones autonómicas y ejecutado por medios de comunicación bien entrenados, tiene el objetivo de blanquear y tapar las vergüenzas de quien ejecuta un genocidio. No soy ingenuo, es más probable que este lobby consiga que un demente como Trump reciba el Nobel de la Paz a que los suecos den el visto bueno a la nueva categoría que les estoy proponiendo públicamente.
Nunca, en ningún conflicto, los periodistas habían sido ejecutados en tal cantidad y con tal impunidad. Las reglas de la guerra, bien definidas en las distintas resoluciones de Naciones Unidas, siempre habían protegido a personal médico y periodistas. Israel, con el apoyo de los Estados Unidos, ha cambiado el paradigma y su poderoso lobby global frena sanciones e incluso logra que un gobierno ¿progresista? como el de Starmer, en Reino Unido, encarcele a quien se manifiesta en contra del genocidio, siendo el caso reciente del guionista Paul Laverty un excelente ejemplo de este dislate. Durante estos dos años, Netanyahu ha querido apagar informativamente Gaza, no permitiendo la entrada a periodistas de medios occidentales que han conseguido contar al mundo el genocidio gracias a los periodistas palestinos. Nunca estaremos lo suficientemente agradecidos a los reporteros locales por el trabajo y sacrificio que están haciendo. Cada pérdida de un compañero/a gazatí les refuerza en la idea de seguir contando aquel infierno.
El oxímoron atribuido a Günther Anders, «odio, luego existo», reafirma su tesis del odio como la autoafirmación y la auto-constitución por medio de la negación y la aniquilación del otro. Los nazis lo hicieron con los judíos y ahora los sionistas lo están haciendo con los palestinos. Quienes creemos en el Periodismo y la Democracia, debemos mantener el pulso, debemos gritar desde la sociedad civil, denunciar sin ambages, no buscar estúpidos subterfugios ideológicos y/o economicistas, no caer en el cinismo, ni el desánimo y posicionarnos nítidamente contra el genocidio. Las cerca de 65.000 víctimas de este exterminio, incluido esos 273 periodistas, no merecen otra cosa que nuestro apoyo y reconocimiento incondicional.
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