Compartir y cooperar. / Freepik
“Cada uno es responsable de todos ante todos”, frase magistral de Dostoyevski, que nos hace reflexionar sobre nuestras acciones, y cómo éstas, lejos de morir, pasan a transformar la vida de otros. Los actos de longanimidad, bondad y abnegación entre las personas, en busca del bienestar mutuo, conforman la responsabilidad compartida de la solidaridad.
La existencia humana no puede concebirse sin los demás. La interrelación de los seres humanos en la búsqueda del bien común supone la dádiva que ha de actuar como llave universal. Así, no somos lo que acumulamos, sino lo que dejamos en los demás…; las personas no se acaban en sus intereses, pues sólo podemos alcanzar la plenitud si se tiene en cuenta a los otros. Fue Tolstoi quien afirmaba, con gran criterio, que “la historia se mueve más por los millones de seres anónimos que por los grandes hombres”.
La solidaridad debería estar libre de toda subjetividad humana… debe existir en sí misma, con su propia entidad ontológica, más si cabe, aludiendo a su raíz etimológica, la palabra “sólida”, teniendo que ver con la construcción, en grupo, de algo sólido para el bien.
Matute abogaba por “fabricar el mundo uno mismo, creando peldaños que nos suban, sacándonos del pozo e inventando la vida que termine siendo verdad”. Que el mundo no viva ajeno a la realidad, brindando ayuda sin interponerse en el camino del otro; siendo realistas sin negar las sombras, renaciendo a través de la promoción, protección e integración; reconociendo y agradeciendo los pasos de quienes antes proporcionaron ayuda mutua ante las dificultades de la vida y los hechos políticos y sociales que alteran el mundo; siendo capaces de viajar con la velocidad humana que permita contemplarlo –desde la empatía y la cooperación, la generosidad y el altruismo–, accediendo a un espacio de paridad y oportunidades, a través de la labor del voluntariado social.
En ocasiones, la sociedad y sus devenires repletos de injusticia, impasibidad, indolencia y tibieza, nos lleva a cerrar los ojos, o el alma. Ante tales renuncias –morales–, debemos buscar discernir entre el engaño o la verdad que en ellas se encierran. Evitar la pátina que soterra la realidad actual, para construir fraternidad, atención y cuidado; la conciencia de respeto recíproco y el cuidado de la fragilidad, sirviéndonos, no de ideas sino de personas, ya que estamos conminados a garantizar el desarrollo integral de la comunidad en el sentido más universal. Debemos proveer de las oportunidades adecuadas, así como de la máxima dignidad inherente a cada ser humano. En realidad, dar a quien se le ha arrebatado lo esencial, no es dar, pues al hacerlo se devuelve lo que es inherentemente suyo.
En una fecha tan especial y significativa como hoy, Día Internacional de la Solidaridad, Fundación por la Justicia desea alentar y estimular a que la sociedad pueda focalizar y emplear toda su energía en practicarla –de palabra y obra–, viendo la vida más allá de uno mismo, para que el mundo no viva ajeno a la realidad, porque, como expresaba Marguerite Yourcenar… “hoy, más que nunca, elijamos dejar huellas que no se borren”.