Tanto publicita Asturias el paraíso natural que Noe ha desembarcado en El Musel con su arca repleto de bichos de ignota procedencia. En esta región que baja peldaños, uno sale a tirar la basura en La Calzada y se topa en el descansillo con una culebra de escalera, que debe ser reptil de escasos recursos al que no le da para el estatus de serpiente de ascensor. En la ría avilesina asomó esta semana un tiburón cañabota, como si viniera a renovar el carné de socio del Real Avilés. Y en Llanes, un submarinista se las vio con otro escualo. Cuentan que en el próximo Festival Internacional de Cine de Xixón se paseará por la alfombra roja el león de la Metro.
¿Qué será lo próximo que relaten los noticieros de este zoo loco? ¿Un grupo de flamencos por palmas en El Humedal? ¿Un koala haciendo un corral en Tineo? ¿El gato de Gargamel ahuyentando pitufos en las rotondas de Siero? ¿Un oso panda buscando parentela cantábrica en las brañas de Somiedo?
Si ya hubo un pingüino en mi ascensor y vimos al burro de Buridán en Oasis, amarrado a la puerta del baile, ¿sería factible atisbar a un halcón peregrino haciendo el Camino aéreo de Santiago? ¿Veremos hacer cola al perro de San Roque para encender una vela a la Santina en Covadonga?
Estos extraños avistamientos son síntoma de un mundo que hierve como una pota de fabes. La naturaleza se ha cansado del GPS y ha decidido improvisar: es el calentamiento global, que obliga a los animales a cambiar de territorio, como si fueran estudiantes de Erasmus, dispuestos a viajar más que un futbolista en pretemporada.
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