A las seis y media de la tarde del 29 de octubre, María José estaba absorta en su tesis cuando, de pronto, se fue la luz en su casa. Para llegar a la altura del cuadro eléctrico, esta vecina de Picanya, lesionada medular que se mueve en silla de ruedas, tuvo que llamar a sus padres, que viven cerca. Salvó la vida por ese corte de luz. Sin ese imprevisto, dice, el agua le habría pillado por sorpresa, sola en casa y sin movilidad, y no habría podido salir. Como para muchas mujeres, las semanas posteriores a la dana fueron para María José un bucle de cuidados, un peso que asumen mayoritariamente las mujeres. Pero además, desde la planta alta de su casa, donde estuvo confinada durante días, pudo hacer su propio estudio sociológico y de género y tener una visión privilegiada de cómo los roles de hombres y mujeres fueron diferentes durante la catástrofe. Y de cómo las consecuencias de la riada fueron también desiguales para ellos y ellas.
Es precisamente la certeza de esas diferencias de género la que está detrás del estudio ‘Urbanisme amb perspectiva de gènere’ que ha promovido la Diputación de València con dos investigadoras, una de ellas Inés Novella, profesora del departamento de Urbanismo de la Universitat Politècnica de València. “Toda la investigación está de acuerdo en que existen diferencias de género, también en las consecuencias de estos eventos”, explica.
Hombres que volvían de trabajar, mujeres que vivían solas
Por ejemplo, en el perfil de las víctimas mortales. Ha habido más fallecidos hombres que mujeres, pero son casos muy diferentes según el género. “En general, a los varones les pilló trabajando o volviendo en coche, mientras que entre las mujeres hay un porcentaje importante de personas mayores, muchas que vivían en plantas bajas, a veces solas o con algún grado de dependencia o discapacidad”, explica. Esa diferencia la explica Novella en que la esperanza de vida de las mujeres es superior a la masculina, por lo que tiende a haber más hogares unipersonales de mujeres de más de 70 años.
Pero la doble victimización de las mujeres de la zona cero se vio, sobre todo, en las semanas posteriores al arrase del agua. Sobre ellas recayó, una vez más, gran parte del peso de los cuidados. “Si dejas de tener una casa o tu madre empieza a vivir contigo, tienes un aumento de trabajo de cuidados; si además los niños se tiran un mes sin ir al colegio, más, la vida cotidiana se complica por el simple hecho de ser mujer”, considera Novella.
Los roles de género en la reconstrucción
Así lo cree también María José Aguilar. Cuando el agua llegó a su planta baja de Picanya, sus padres ya habían llegado para ayudarla con el cuadro eléctrico tras el corte de luz y, cuando comprobaron in situ al lado del barranco que venía el agua, les dio tiempo a volver a la vivienda, subir en ascensor a su planta superior -que Aguilar llama l’andana– y refugiarse allí. Ante la imposibilidad de bajar de nuevo por la inundación de la casa y el elevador, María José se quedó allí durante cinco días, atrapada en altura pero con una visión privilegiada de la calle, donde comenzaba la reconstrucción y la limpieza.
María Jose Aguilar, mujer con discapacidad afectada por la dana, posa en una zona cercana al barranco / Germán Caballero
“Vi sobre todo hombres gestionando la parte dura, pero sin atender a nadie, había cierta colaboración pero desde la imposición”, explica sobre los roles de género en la reconstrucción. Mientras tanto, a las mujeres las vio “calmadas, cuidadoras, limpiando las casas desde dentro, en un momento en que el foco estaba en la calle”. Ella, desde su “atalaya”, a veces intentaba aconsejar o aportar aunque no podía bajar. “Pero no me hacían ni puñetero caso: mujer y discapacitada, ¿qué sabrá ella?”, lamenta.
Fueron los vecinos quienes la sacaron de casa en brazos tras cinco días y la instalaron en casa de sus padres, en un piso alto. Y como muchas mujeres, vivió en esos días un bucle de cuidados: los de ella hacia sus padres mayores y los de ellos, preocupados por su hija. Un ejemplo del peso añadido que cae sobre las mujeres cuidadoras, sean madres, hijas o hermanas, como explica Inés Novella.
Mujeres con carga extra de cuidados en el 41% de hogares
Y no es una percepción de la investigadora. Lo corroboran los datos de Save The Children, que ha encuestado a más de 2.500 personas en la zona cero. El 41% de los encuestados asegura que fueron las mujeres las que más carga asumieron y solo en un 5,5% de los casos fue el hombre el que más se ocupó. Aunque alrededor del 50% de los encuestados asegura que repartió equitativamente entre hombres y mujeres el peso extra del cuidado, el 74% de las personas que respondieron al cuestionario fueron madres.
“Las emergencias muchas veces tienen cara de mujer”, asegura Rodrigo Hernández, responsable de la ONG en la Comunitat Valenciana. En los espacios seguros que Save The Children diseñó en la zona cero, fueron mayoría las mujeres que llevaban a sus hijos para que pudieran jugar o socializar, pero también las que iban en busca de ayuda. Pero esas diferencias invisibles se trasladaron también a los más pequeños. Las niñas “han tenido que aparcar un poco su infancia”: algunas, las más mayores, han estado yendo a esos espacios seguros solas, mientras sus madres y padres se afanaban en la reconstrucción.
La vuelta a la normalidad, más difícil para ellas
Y esa vuelta a la normalidad también ha sido más complicada para ellas que para ellos en muchos casos. En primer lugar, porque las mujeres copan los trabajos de cuidado de personas mayores y dependientes, o de limpieza, muchas veces en la economía informal o sumergida. Además, estadísticamente, apunta Inés Novella, las mujeres predominan entre quienes no tienen vehículo propio. “Los que tienen coche, sobre todo hombres, pudieron rehacer su vida de forma mucho más rápida y autónoma, mientras que quienes dependen de las infraestructuras públicas, sobre todo ellas, están supeditadas a la voluntad política o los recursos que se movilizan”, añade.
Eso ha hecho que muchas pierdan sus trabajos o vean congelados sus ingresos dos o tres meses, sin posibilidad de obtener ningún tipo de ayuda al trabajar en B. Las mujeres migrantes de estos sectores, muchas sin papeles, ni siquiera se han acercado a las administraciones por miedo a acabar expulsadas.

Muchas mujeres de la zona cero de la dana que trabajan en el sector de los cuidados perdieron sus empleos / Germán Caballero
Un territorio arrasado por una catástrofe natural se parece a un escenario bélico. Un espacio que, para muchas mujeres, ha olido a peligro durante días o semanas. Por ejemplo, mientras se mantuvieron los cortes de luz. “Una calle a oscuras no significa lo mismo para un hombre que para una mujer, que la relaciona con la amenaza de violencia machista o violaciones”, explica. Para las madres, las niñas y las mujeres mayores, además, el destrozo en los parques les ha dejado sin “una prolongación de sus casas” y un espacio donde socializar y hacer comunidad.
Reconstrucción con mirada de género
Las afectadas por la dana son mayoría también en los Comités Locales de Emergencia y Reconstrucción (CLER), las estructuras autoorganizadas municipales que buscan dar respuesta a las necesidades tras la riada. Rosa Mas, del CLER de Catarroja, conoce ya varios casos en los que el cuidado de familiares dificulta a algunas de estas mujeres la participación en asambleas y actos.
Pero en estas estructuras informales son muy mayoritariamente ellas quienes han estado yendo a pedir mantas, botas de agua, comida o consejo. “Sigue existiendo la idea patriarcal de que es vergonzoso que los hombres pidan ayuda”, lamenta Mas.
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