Mediciones directas de olas extremas, detección satelital de su frecuencia, un marco no lineal que explica su génesis y la réplica de sus mecanismos de amplificación en sistemas análogos, explican el misterio que rodea al Triángulo de las Bermudas: una región donde la corriente del Golfo, los frentes de latitudes altas y los sistemas del Caribe confluyen en un mismo escenario oceánico y atmosférico, capaz, en raras ocasiones, de generar muros de agua que provocan hundimientos súbitos o pérdidas sin aviso.
El Triángulo de las Bermudas ha alimentado, desde mediados del siglo XX, uno de los misterios más arraigados en la imaginación popular, sobre el trasfondo de siglos de relatos marineros sobre mares traicioneros. Incluso Cristóbal Colón, en su viaje hacia el “Nuevo Mundo”, dejó constancia de extraños fenómenos en la zona el 11 de octubre de 1492, según una edición crítica del Diario de a bordo de Colón (transcripción de fray Bartolomé de las Casas). En la actualidad, esta extensión de océano, delimitada por Florida, Puerto Rico y las Bermudas, se ha ganado una reputación como el lugar donde más de 50 barcos y 20 aviones desaparecieron sin dejar rastro.
Sin embargo, la ciencia moderna, lejos de invocar portales dimensionales o criaturas abisales, ofrece una explicación basada en la propia naturaleza. Después de décadas de investigación, una antigua teoría expuesta de nuevo por el oceanógrafo Simon Boxall emerge como la respuesta más plausible a una leyenda de 80 años, apoyada en mediciones instrumentales, análisis satelitales y una física del oleaje no lineal que explica la aparición súbita de “muros de agua” extremos capaces de explicar lo ocurrido en el Triángulo de las Bermudas.
Un siglo de misterios
La notoriedad del Triángulo se forjó a mediados del siglo XX, impulsada por la desaparición en 1945 del Vuelo 19, integrado por cinco bombarderos de la Marina estadounidense y 14 tripulantes que desaparecieron sin dejar rastro alguno durante un entrenamiento, a los que se sumaron posteriores naufragios y accidentes aéreos atribuidos a fuerzas paranormales, pese a la ausencia de pruebas sólidas.
A lo largo del tiempo, las hipótesis se multiplicaron —desde tecnología atlante a burbujas de metano—, pero no han encontrado respaldo científico reciente en la zona: el Servicio Geológico de EE. UU. no registra liberaciones masivas modernas de metano y la literatura de síntesis subraya que las tasas de desaparición se ajustan al tráfico y a los riesgos ordinarios del Atlántico occidental, tal como resume la BBC/Science Focus en su repaso crítico del caso.
Olas gigantes en una tormenta perfecta
Boxall se basa en la física del océano, particularmente en las olas vagabundas o gigantes (rogue waves): son paredes de agua que pueden rozar los 30 metros y aparecen de forma abrupta cuando confluyen trenes de olas desde distintos sistemas meteorológicos, a menudo reforzadas por el choque con corrientes intensas como la del Golfo.
El Triángulo reúne justo esos ingredientes de forma recurrente y con un tráfico intenso que maximiza la exposición al riesgo. En este escenario, un impacto puede colocar proa y popa sobre crestas separadas y dejar “al aire” la sección media del casco, precipitando la rotura estructural en 2–3 minutos, un lapso coherente con la ausencia de SOS en varios siniestros históricos de la región.
Pruebas que cambiaron el paradigma
El punto de inflexión de esta teoría llegó el 1 de enero de 1995, cuando la plataforma Draupner midió una ola de 26 metros sobre un mar de fondo de ~12 metros, cuestionando los modelos lineales que relegaban estos extremos a “casi imposibles” en esas condiciones. Poco después, el proyecto MaxWave identificó en solo tres semanas de 2001 más de una decena de eventos >25 metros a escala global con radar satelital, mostrando que las rogue waves son más habituales de lo que se creía.
Las implicaciones prácticas son irrefutables: una ola de 12 m puede imponer sobre el casco una carga de impacto equivalente del orden de 6 toneladas-fuerza por metro cuadrado (≈59 kPa), mientras que una ola rogue rompiendo puede alcanzar del orden de 100 toneladas-fuerza por metro cuadrado (≈981 kPa). Se trata de cargas impulsivas, breves y localizadas, con una diferencia suficiente para explicar fallos catastróficos rápidos incluso en buques grandes y modernos.
La base física: no linealidad y “tres hermanas”
La teoría no lineal del oleaje profundo respalda esta teoría: describe cómo la confluencia de trenes de olas puede trasladar energía hacia picos raros y extremos. Análogos ópticos en fibras, gobernados por la misma familia de ecuaciones (GNLSE), reproducen estos estallidos al demostrar que inestabilidades convectivas y colisiones de solitones (ondas solitarias) concentran energía en pulsos breves de gran amplitud con distribución de cola gruesa, un patrón de asimetría que replica incluso las “tres hermanas” descritas por marinos en el Atlántico Norte.
Estos experimentos no “prueban” el mar como origen de los episodios ocurridos en el Triángulo de las Bermudas, pero sí aclaran el mecanismo universal que vuelve al sistema hipersensible a pequeñas perturbaciones perfectamente capaz de generar un extremo desproporcionado cuando confluyen las condiciones adecuadas, como sucede en el Triángulo.
El Cyclops y la cronología real del experimento
La recreación del hundimiento del USS Cyclops (1918) en tanques de oleaje y simuladores no es reciente: se difundió en 2017 en el ecosistema divulgativo británico, y fue retomada recientemente por The Bermuda Triangle Enigma (Channel 5), con explicaciones de Boxall sobre la configuración meteorológica y el papel de las olas rogue.
Nota editorial
La pieza de Channel 5 donde se recoge la explicación de Boxall no suele estar accesible fuera del Reino Unido por restricciones territoriales. No obstante, la cobertura en medios de divulgación científica, junto con los informes técnicos y la bibliografía de física no lineal citados, ofrecen una vía de verificación suficiente y coherente con el estado del arte para un tratamiento riguroso del tema, como hemos hecho en este artículo.
Ese experimento mostró que una ola con crestas en proa y popa es capaz de partir un casco de ese tipo en cuestión de minutos, sin margen para un SOS, un resultado coherente con los datos instrumentales y las estimaciones de carga. No consta un artículo específico revisado por pares dedicado únicamente a ese ensayo, pero su plausibilidad física se asienta sobre Draupner, MaxWave y la mecánica de sólidos bajo cargas extremas de impacto por oleaje, bien documentadas en prevención de pérdidas y literatura técnica.
Qué aporta Boxall hoy: novedad de consistencia, no de idea
La hipótesis de la que habla Boxall, por tanto, no es nueva; lo nuevo es su consistencia integradora. Tres décadas de investigaciones han tejido un cuadro convergente: mediciones directas de olas extremas, detección satelital de su frecuencia, un marco no lineal que explica su génesis y replicación de los mecanismos de amplificación en sistemas análogos, todo ello aplicado con criterio a una región donde la corriente del Golfo, los frentes de latitudes altas y los sistemas del Caribe, confluyen en un mismo tablero hipotético. En ese sentido, “lo de Boxall” no revela un fenómeno desconocido: lo ordena, lo contextualiza y lo devuelve al dominio público con precisión científica y sentido común, como culminación verosímil de décadas de desmitificación empírica.
Certeza relativa y límites razonables
Las olas rogue, sin embargo, no explican cada caso ni sustituyen variables clásicas como error humano, mantenimiento o meteorología severa mal anticipada. La hipótesis del metano sigue sin apoyos geológicos recientes a escala que explique la casuística regional, pese a su demostración a pequeña escala en laboratorio.
Pero si el objetivo es identificar una causa unificadora con respaldo instrumental y físico para hundimientos abruptos, sin comunicación y con pocos restos, la convergencia de trenes de olas en interacción con corrientes intensas —y la consiguiente rogue wave— es hoy la apuesta más sólida para explicar lo que ha pasado en el Triángulo de las Bermudas.
Tráfico normalizado
Otra evidencia de la normalidad operativa del área es que hoy el Triángulo de las Bermudas soporta un tráfico intenso y cotidiano: en aviación, los espacios aéreos oceánicos de Miami y San Juan registran miles de cruces de rutas en un solo mes y forman parte del principal corredor IFR del Este de EE. UU., según datos y resúmenes operativos de OACI y FAA. Y en el mar, los análisis de SAR del proyecto MaxWave difundidos por la Agencia Espacial Europea y por CORDIS, muestran que las “autopistas” navieras del Atlántico occidental y Caribe atraviesan de manera constante la zona, con siniestralidad acorde al enorme denominador de tránsitos y sin anomalías estadísticas frente a otros corredores atlánticos comparables.
¿Y los aviones?
De todas formas, más allá del ámbito naval, conviene subrayar que las olas rogue explican daños y pérdidas súbitas en buques por sus cargas de impacto impulsivas y localizadas, pero no bastan para dar cuenta de desapariciones aéreas.
En aviación, los factores dominantes son fenómenos atmosféricos (convección severa, cizalladura, ráfagas o microburst), navegación y mantenimiento. Salvo en fases muy bajas de vuelo sobre el mar, el estado del oleaje solo agravaría condiciones de operación, sin ser la causa primaria del siniestro.