La historia siempre se puede corregir. Los errores del pasado no tienen por qué ser los del futuro. Había un lugar en el planeta ciclista que tenía una asignatura pendiente con este deporte. Los que alguna vez han tenido el placer de recorrer en bici, sea de carretera, montaña o gravel, los parajes del Alt Empordà enseguida se han dado cuenta de que el lugar es algo así como un paraíso para pedalear y para admirar de paso unos paisajes maravillosos, de lo más bonito que hay al norte de Cataluña, un lugar donde el ciclismo se practica y desarrolla tras los pasos de la carrera pionera al sur de los Pirineos, una Volta que vio la luz después del Tour y del Giro pero antes que la Vuelta.
El Alt Empordà no podía seguir siendo un lugar ignorado por la Vuelta. Había que dejar a un lado las diferencias políticas. Los ampurdaneses no podían seguir castigados, obligados a ver el ciclismo por la tele o a desplazarse kilómetros allende de sus fronteras para poder situarse en una cuneta y animar a los corredores más estimados en un deporte que no sabe ni de pasaportes, ni que se pregunta el lugar donde un corredor ha nacido cuando entra en problemas subiendo un puerto. Los jueces de la carrera miran hacia otro lado mientras decenas de manos salvadoras empujan al ciclista afectado por la crisis sin preguntarle dónde ha nacido, cuánto cobra, en qué equipo corre y qué lengua habla.
Un deporte que no sabe ni de lenguas ni de naciones
El ciclismo no sabe de lenguas, ni de naciones, ni mira la marca que acompaña al nombre de la prueba cuando se trata de ir al Tour, al Giro o a la Vuelta. Se trata de competir, de ver cómo los corredores se atacan entre sí, tratan de dejar al enemigo fuera de combate y levantar los brazos mientras decenas de gargantas gritan animados, felices, locos de alegría porque llegan los corredores, porque se han pasado horas esperándolos y porque por un minuto de verlos ha valido la pena el esfuerzo de coger el coche, la bici o subir a pie un puerto para verlos de cerca y hasta escuchar el latido de unos corazones que van a mil mientras ascienden como locos por cualquier puerto del planeta ciclista.
Setenta y nueve ediciones eran muchas de la Vuelta sin pasar por el Empordà. Ni siquiera el Tour se acordó de tan emblemático lugar cuando visitó Cataluña en 2009. Llegaron a Perpinyà, el centro del mundo según Salvador Dalí, y cruzaron el territorio por la autopista en busca de Girona, la ciudad escogida para iniciar la etapa que acabó en Barcelona.
El año que viene el Tour sale de la capital catalana y tampoco pasará por tierras ampurdanesas, así que este miércoles es la fecha escogida para que, por fin, los ciclistas profesionales recorran las carreteras tan y tan aplaudidas, tan y tan transitadas por miles de cicloturistas, muchos de ellos franceses, a lo largo del año, aunque sobre todo en verano.
Las estrellas padalean por tu calle
No me canso de repetir que el ciclismo es el único deporte que te permite ver a las estrellas de la especialidad sin la necesidad de moverte de casa; pasan por tu calle o por tu pueblo o ciudad, sin pagar un euro y sin la necesidad de tener que desplazarte a un estadio, cancha o circuito. Ellos están allí, por la calle donde tiras el reciclaje, aparcas el coche, paseas el perro, sales en bici, vas a pie a comprar al supermercado, al trabajo, recoges a los hijos de la escuela, saludas a los vecinos, tomas una cerveza en el bar y hasta si te acuerdas compras un diario, que nunca viene mal.
Y hasta un día podrás recordar que el 27 de agosto de 2025 pasó por tu calle Jonas Vingegaard acompañado por sus gregarios del Visma. No hace falta poner una placa. Se guarda en la memoria. Por eso, que una carrera llamada Vuelta, Tour o Giro, al margen de los apellidos, pase por tu ciudad es una honra infinita, aunque por un día haya problemas de tráfico, que más da, Figueres saldrá en todos los telediarios como no sucedía desde que enterraron al genio del arte, la pintura y el surrealismo que hizo grande a la capital del Alt Empordà.
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