Padres de un niño de 9 años, Mónica y Quique tenían dudas sobre dónde alquilar un apartamento este verano. Habían pensado en Altafulla (Tarragona) y estaban mirando opciones. El pequeño de la casa, sin embargo, les propuso Gandía. Su mejor amigo del cole veranea todos los años en la localidad valenciana y le hacía mucha ilusión coincidir con él. Lo que empezó siendo una sugerencia terminó en insistencia insoportable. “Vamos a Gandía, vamos a Gandía, vamos a Gandía…”. Después de semanas de enfados infantiles mal llevados, Mónica y Quique pensaron que la felicidad de su peque estaba en sus manos y terminaron cediendo. Alquilaron un apartamento en Gandía. El chaval estaba radiante.
Esta historia no tiene pinta de tener un final feliz. Al menos, a largo plazo. ¿Se han equivocado Mónica y Quique dejando que su hijo decida dónde pasar las vacaciones? Los psicólogos lo tienen claro: Sí. ¿Por qué? Porque educar no es consentir y querer no es ceder a un chantaje.
«Más allá de querer a los hijos e hijas, lo que hacen muchos padres es dejarse chantajear»
El libro más vendido de todos los que ha escrito el psicólogo y exdefensor del Menor de la Comunidad de Madrid Javier Urra es ‘El pequeño dictador’ (2006), al que unos años más tarde siguió ‘El pequeño dictador crece’. Los títulos lo dicen todo. “Más allá de querer a los hijos e hijas, lo que hacen muchos padres es dejarse chantajear. Comprar el cariño de los más pequeños dificulta que maduren y que acepten la frustración como parte de la vida”, advierte el experto, que, después de 35 años trabajando en Fiscalía, sabe mucho de menores conflictivos.
Imponer el lugar de vacaciones es un extremo grave y poco frecuente. Pero en muchos hogares es el niño el que decide, por ejemplo, qué se come. O el que determina si toma Dalsy porque le duele un poco la cabeza. “Son niños que sentencian todo. Es un inmenso error porque nuestros hijos necesitan amor y seguridad pero también límites”, añade Urra, que hace hincapié en lo poco madura que es la sociedad actual. “Estamos delante de madres y padres que carecen de los criterios fundamentales, les cuesta aceptar su posición y solo tienen un objetivo: que su hijo sea feliz”, critica tras dejar claro que el mundo real en el que van a vivir estos chiquillos cuando sean mayores no es precisamente Disney.
Temperamento ‘versus’ carácter
Llegados a este punto, seguro que muchos lectores y lectoras piensan que qué fácil es dar lecciones teóricas de paternidad y qué complicado es lidiar día a día con un niño etiquetado como ‘difícil’. Cierto, no tiene nada que ver. Pero hay una objeción. El temperamento -recuerda Urra- es como el color de los ojos o el ADN, no cambia. El carácter sí lo hace. El carácter se forja y se educa para que el chavalín o la chavalita coopere, aprenda, desarrolle empatía y sepa aceptar la frustración. En definitiva, que se prepare para la vida.
«Es importante que nuestros hijos se sientan escuchados, pero las decisiones las tomamos nosotros»
El psicólogo Máximo Peña, autor del manual ‘Paternidad aquí y ahora’, explica que hay tres estilos parentales: autoritario, democrático y permisivo. Mónica y Quique, la pareja que cambió Altafulla por Gandía por imposición de su chiquillo, están en el tercer grupo. Son madres y padres que no ponen límites y cuyas reglas y normas resultan confusas. Los resultados de este tipo de crianza no son especialmente halagueños, lo mismo que ocurre en el autoritario, donde los más pequeños no son tenidos en cuenta. El democrático, ojo, tampoco implica que el hogar sea una democracia y que el voto de la madre valga lo mismo que el de la hija. Se trata de un estilo intermedio donde los adultos piden opiniones a los menores, pero la última decisión última es suya. “Es importante que nuestros hijos se sientan escuchados”, añade.
Depende de la edad
Todo depende, sin embargo, de la edad de los hijos e hijas. Hasta los 7 años, Peña recomienda informar del destino y los planes para el verano. Entre los 7 y los 12, se les puede pedir opinión o tener en cuenta sus preferencias. “Se escucha su voz, pero son los padres los que deciden dónde pasar las vacaciones”, asegura. El panorama cambia a partir de los 12 o 13 años, cuando lo más conveniente es negociar. “Tampoco es agradable ir de vacaciones con un adolescente a un sitio que no le gusta y donde va a estar enfadado las 24 horas del día”, concluye.
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