Hay que liarla muy parda para montar un festival de música y que la prensa lo acabe calificando como «el peor día de la historia del rock & roll«. El peor, nada menos. Ese fue el diagnóstico con el que el periodista de la revista ‘Rolling Stone’ John Burks tituló en febrero de 1970 un memorable reportaje sobre el Festival Gratuito del Autódromo de Altamont, un macroconcierto celebrado el 6 de diciembre de 1969 con los Rolling Stones como cabezas de cartel en el que alguna luminaria tuvo la ocurrencia de contratar a los Ángeles del Infierno como responsables de la seguridad del evento y pagarles con cerveza. Los motoristas recibieron el encargo explícito de evitar que hubiera violaciones y asesinatos. No solo no los evitaron, sino que los perpetraron ellos mismos.
La cosa ya había empezado torcida. Durante el mes de noviembre, los Stones habían estado recorriendo Estados Unidos en una exitosa gira en la que habían recibido algunas críticas por el alto precio de las entradas. Aprovechando que en aquel periplo les acompañaba un equipo de filmación encabezado por los documentalistas Albert y David Maysles, planearon despedirse del país de las barras y las estrellas con un gran concierto gratuito al aire libre. Asesorados por los Grateful Dead y los Jefferson Airplane, pilares de la escena del rock psicodélico californiano, pensaron primero en el Golden Gate Park de San Francisco, pero las autoridades municipales no les concedieron el permiso. Decidieron entonces hacerlo en el circuito de automovilismo de Sears Point, que se había ianugurado poco antes en la ciudad de Sonoma. Sin embargo, una disputa de última hora con los propietarios del recinto obligó a buscar una alternativa ‘in extremis’. El emplazamiento definitivo, el autódromo de Altamont, en el condado de Alameda, fue anunciado solo dos días antes de la fecha del festival. Y, aun así, acudieron 300.000 personas.
Una pesadilla logística
Con tan escaso margen de tiempo, la organización del llamado ‘Woodstock de la Costa Oeste’ fue una pesadilla logística. Junto a la falta de lavabos portátiles y de puntos de atención médica, el gran problema fue la altura del escenario. En la instalación diseñada para Sears Point, el escenario medía solo un metro de alto porque el plan era ubicarlo sobre la cima de una colina. Pero en Altamont no existía esa posibilidad, de manera que los músicos tenían que tocar a muy poca distancia del público. Y alguien (las versiones difieren a la hora de determinar la identidad de ese alguien) pensó que sería buena idea que los miembros del capítulo de Oakland de los Ángeles del Infierno se encargaran de disuadir a los espectadores de acercarse demasiado a los artistas o de enredar con el equipo de sonido. A cambio, los organizadores les prometieron 500 dólares en cerveza.
Las actuaciones de Santana y los Flying Burrito Brothers pudieron discurrir con cierta normalidad, aunque las vibraciones entre el público eran cada vez más chungas y el consumo gratuito de cerveza exacerbaba la disposición de los moteros a la violencia: los Ángeles del Infierno no tardaron en armarse con tacos de billar y cadenas y de enzarzarse en peleas con los asistentes al pie del escenario. Poco después de que los Jefferson Airplane iniciaran su recital con la canción ‘We can be together’ (juas), una brutal reyerta en el curso de la cual fue noqueado Marty Balin, cantante del grupo, obligó a detener el concierto. A partir de ahí, los incidentes y las interrupciones se sucedieron.
Durante la actuación de Crosby, Stills, Nash & Young, un motorista drogado se dedicó a pinchar repetidamente a Stephen Stills en la pierna con un radio de bicicleta afilado mientras las peleas a puñetazos seguían. Viendo el percal, los Grateful Dead, que habían participado en la organización del festival, decidieron no tocar y largarse rápido de allí. Y como los Rolling Stones no querían salir a actuar antes de que anocheciera, hubo un largo tiempo muerto que no contribuyó precisamente a mejorar el ánimo de los presentes.
‘Sympathy for the devil’
Al final compareció el grupo británico, con Mick Taylor a la guitarra (aquella era su primera gira con los Stones). A la tercera canción, ‘Sympathy for the devil’, la violencia desatada en las primeras filas obligó a interrumpir la actuación. Fue solo un aviso de lo que estaba por venir. Cuando un rato después la banda enfilaba la primera estrofa de ‘Under my thumb’, un joven afroamericano de 18 años llamado Meredith Hunter intentó subir al escenario y fue brutalmente repelido por los Ángeles del Infierno. Al cabo de un minuto, Hunter volvió al pie del escenario y sacó un revólver del calibre 22; un motero de nombre Alan Passaro apartó la pistola con la mano izquierda mientras con la derecha apuñalaba al joven en la parte superior de la espalda y en la cabeza hasta matarlo. Después de unos minutos de confusión, los Rolling Stones reemprendieron el concierto; aún habían de sonar piezas mayores como ‘Brown sugar’, ‘(I can’t get no) Satisfaction’ y ‘Honky Tonk Women’, hasta el cierre con ‘Street fighting man’.
La muerte de Hunter fue filmada por las cámaras de los hermanos Maysles y aparece en el metraje final del documental ‘Gimme shelter’. La película incluye también unas imágenes de Mick Jagger en la sala de montaje revisando la escena del asesinato con semblante inescrutable.
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