El lunes es el gran hallazgo para proporcionar el espejismo colectivo de comenzar de cero. / ShutterStock
En un esfuerzo por poner orden en mi vida, empecé la jornada afeitándome (arrastraba una sucia barba de seis o siete días). No era la primera vez, claro, que me afeitaba, pero sí la primera en mucho tiempo que otorgaba a aquel gesto un valor simbólico extraordinario. Como si al retirar con la cuchilla la espuma (punteada de pelos), despejara también las tinieblas mentales. Me daba la impresión de borrar de mi cara un yo (o parte de un yo) que ya no me era útil. Sentí que el lavabo recibía, agradecido, esa ofrenda casi ritual de lo que sobraba. Y en el espejo, a medida que la piel del rostro quedaba limpia, se manifestaba la ilusión (algo frágil, es cierto) de empezar de cero.
Esta ilusión, la de empezar de cero, contiene algo de delirio, pero ya sabemos que el delirio constituye un intento de cura. Empezamos de cero cuando cambiamos las sábanas de la cama, cuando limpiamos los cajones, cuando abrimos un cuaderno nuevo, cuando nos cortamos el pelo, cuando compramos un bolígrafo nuevo, cuando pintamos la habitación, incluso cuando reiniciamos el ordenador. La vida diaria está repleta de actos meramente domésticos que constituyen otros tantos intentos, por lo general inconscientes, de comenzar de cero. El lunes es el gran hallazgo para proporcionar el espejismo colectivo de comenzar de cero, no digamos primeros de año, aunque también septiembre, que está ahí mismo, nace con esa fantasía debajo del brazo. Deberíamos entrar en este mes con camisa blanca y corbata (además de recién afeitados). Pero mucho me temo que el septiembre que se nos viene encima va a tener algo de funeral, como si, en lugar de un mes, fuera un tanatorio en el que velaremos las hectáreas calcinadas en los incendios del verano. Este será, sin duda, el principal asunto de las tertulias en bares u oficinas y, desde luego, en la agria discusión política que nos aguarda. Al fuego de la naturaleza se sucederá (ya se está sucediendo) la hoguera litúrgica de las palabras.
En todo esto pensaba mientras me aplicaba una crema regeneradora en aquellos lugares del rostro ocupados antes por la barba. Y me preguntaba, a la vez, si se puede empezar seriamente de cero de forma individual, al margen de la comunidad en la que uno vive. Quizá no, pero ¿por qué no intentarlo?