¿Quién o qué prende los fuegos en Galicia? ¿Está demostrado que la «mayoría» son intencionados? ¿Cuántos de los detenidos son pirómanos? Quizás en la respuesta a un puñado de interrogantes se encuentra la solución al enigma: por qué un verano más, el monte gallego arde sin control. Un catedrático en Psicología Social, un investigador especializado en fuegos y un catedrático en Edafología y Química Agrícola ayudan a despejar la incógnita. Sin combustible en el terreno, solo con la «chispa» humana, no habría fuegos masivos. Aún así: ¿quién los enciende?
Este verano van tres detenidos y 22 personas investigadas por incendios forestales desde julio a mediados de agosto, en Oímbra, Poio, Vilardevós, Tomiño… Estos dos últimos tenían o antecedentes por incendios, o están siendo investigados por su posible participación en una decena de incendios más entre 2017 y 2024.
El psicólogo Jorge Sobral, catedrático de la Universidade de Santiago, cuestiona la idea de que los incendios forestales en Galicia sean obra de una multitud de piromaníacos. «Las administraciones dicen esas cosas, en mi opinión, para excusar sus responsabilidades en la gestión de los montes. Nadie puede creerse que existan semejante cantidad de pirómanos», afirma.
Sobral distingue entre tres grandes orígenes del fuego: las negligencias e imprudencias, que califica como «la inmensa mayoría»; los fuegos intencionados con fines espurios —venganzas, conflictos personales, intereses ganaderos o agrícolas—; y los provocados por auténticos pirómanos, personas con un trastorno de control de impulsos. «Existen, claro, pero son muy pocos y muy ocasionales, igual que ocurre con los asesinos en serie o los descuartizadores. La probabilidad es mínima porque responden a enfermedades mentales muy minoritarias», indica.
Tampoco puede hablarse de un único perfil de incendiario. «Hay una gran variedad: sujetos que canalizan su ira a través del fuego, psicóticos que lo viven como purificación, o individuos con un patrón propio del psicópata. Con tal diversidad de motivaciones, extraer un perfil común es imposible», resume. Para él, el foco debe ponerse en la raíz del problema: la gestión del monte. «La propiedad fragmentada, el abandono agrícola, la desaparición de la ganadería extensiva, la proliferación de maleza… Todo eso convierte el territorio en una alfombra inflamable. En cambio, donde los montes están explotados por vecinos, no arden», asegura, citando ejemplos en Ponteareas o Mos.
En conclusión, Sobral reduce las motivaciones a dos polos: «locura frente a maldad». Unos lo hacen desde la psicosis, otros desde la antisocialidad. «En ciertos casos, ambos aspectos se pueden dar simultáneamente», advierte.
En Galicia, la memoria del Pladiga 2025 detalla que en 2024 hubo 32 personas detenidas y 93 investigadas por su presunta implicación en incendios forestales. El perfil del «pirómano» clínico apenas aparece en los registros. Aún así, casi el 75% de los fuegos entre 2025 y 2024 fueron «intencionados», según la citada memoria oficial de la Xunta, pero un 5,6% de causa desconocida y un 4,7% negligencias. Casi un 4% se corresponden a reproducciones.
El catedrático de Psicología Social recuerda que la Fiscalía de Medio Ambiente desmontó hace años, tras un exhaustivo informe, la tesis de una supuesta red organizada de terrorismo incendiario. «Feijóo volvió ahora con lo mismo, pese a que la evidencia y los datos lo desmienten», observa.
Por su parte, un investigador de fuegos consultado confirma que las causas son diversas. Explica que, mientras algunos casos parecen claramente provocados, otros responden a negligencias, accidentes o incluso a focos secundarios generados por la propagación. «En calor extremo y sequedad, cualquier chispa, incluso un cigarro en la cuneta, puede desatar un gran incendio», señala, reclamando cautela frente a la «caza de brujas» que a veces rodea estas investigaciones.
El especialista rechaza de plano las teorías que atribuyen los incendios a mafias o intereses económicos. «Eso no ocurre aquí. Lo más habitual son acciones puntuales de individuos, incluso por disputas vecinales». Los datos oficiales respaldan esta visión. Desde la Ley de Montes de 2003, que impide cambiar el uso del suelo durante 30 años tras un fuego, desapareció gran parte del incentivo.
Y, según el último anuario de Interior, en 2023 la Guardia Civil registró 2.944 incendios y conatos en España pero solo 225 (7,6%) fueron presuntamente provocados. De ellos, únicamente 17 se atribuyeron a incendiarios en sentido estricto. La mayoría respondieron a conflictos agrarios, venganzas, vandalismo u otros motivos. La mayor parte quedaron sin esclarecer (1.977) o se asociaron a negligencias, quemas agrícolas mal controladas, hogueras, cigarrillos o fallos eléctricos. Y más del 85% de los incendios naturales se debieron a rayos.
Merino: «En Galicia no hay una educación estable para convivir con el fuego»
El catedrático de la USC Agustín Merino alerta de que los incendios forestales en Galicia son un problema estructural y social, más allá de la acción de incendiarios. En su opinión, el abandono del medio rural y la fragmentación extrema de la propiedad generan un caldo de cultivo que favorece la propagación del fuego.
Merino apunta a dos perfiles distintos: por un lado, personas que se sienten solas o abandonadas y que pueden ver en el fuego una forma de reclamar atención; por otro, quienes mantienen prácticas tradicionales de quema o limpieza que, en un contexto climático actual de altas temperaturas y exceso de biomasa, se convierten en un riesgo. «Me parece injusto llamar incendiario a alguien que ha tenido un descuido. La responsabilidad también es nuestra por no haberles informado», sostiene.
Frente a esta situación, Merino denuncia la ausencia de un plan educativo estable a nivel autonómico y estatal: «No existe en los currículos de Secundaria ni una sola mención a los incendios, el problema ambiental más grave de Galicia». La USC puso en marcha en 2016 el programa «Plantando cara al fuego», hoy respaldado por más de 20 universidades, pero son iniciativas puntuales y dependientes de subvenciones. «Hace falta un programa estructural, permanente, para convivir con el fuego», insiste, «foros multidisciplinares, que incluyan técnicos, propietarios, educadores, cimunicadores y ONGs, de donde se obtengan estrategias consensuadas para cada caso».
El catedrático defiende que los estudiantes son clave, al ser los futuros propietarios de montes en Galicia, pero también propone implicar a la población rural que se siente abandonada. En este ámbito, destaca el papel de los ganaderos como aliados para reducir la biomasa mediante el pastoreo, aunque subraya que las quemas deben estar bajo control de la administración.Respecto al futuro, Merino advierte de que el «peor escenario» aún no se ha alcanzado: «El techo no existe mientras tengamos estas condiciones climáticas y tanta biomasa acumulada».
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