«El destino de las personas inteligentes que rehúsan tareas de gobierno es ser gobernadas por incompetentes». La cita, más o menos exacta, pertenece a «La República» de Platón (427-347 aC), aunque podría perfectamente estar incluida entre las reflexiones de Confucio (551-479 aC) y tiene una permanente actualidad.
Existen dos tipos de faltas, las denominadas por acción, cuando se realizan actividades prohibidas por la ley, y las de omisión, cuando son debidas a dejar de realizar algo que la ley proclama. Creo que son más habituales las segundas y probablemente tengan también mayores consecuencias. Los problemas por omisión suelen envolverse en sutilezas y los justificamos bajo diferentes nombres, ya sean flaquezas, defectos, olvidos, errores, fallos o deslices. Todo menos asumir que el apartarse de la toma de decisiones, el no participar en las dificultades, el pensar que esto no va conmigo, conlleva consecuencias tan o más importantes que el estar en la primera línea de la acción.
La política y, en su expresión máxima, el gobierno, son tareas nobles que deberíamos situar en la cúspide de nuestros entramados sociales ¿Qué mayor honor puede corresponderle a un individuo que dirigir y representar a la sociedad a la que pertenece? No obstante, una gran mayoría de personas prefiere no intervenir en las decisiones y se escudan en criticar a los que lo hacen. No me refiero a las representaciones máximas (no todos los mortales pueden ser elegidos Papa), sino a la participación en las cosas del día a día, desde la elección del presidente de la comunidad de vecinos o a la del alcalde de la ciudad donde residimos.
Ocurre a menudo que justificamos nuestra ausencia en virtud de la magnitud del aspecto a tratar ¿Qué podemos hacer frente al genocidio de Gaza?, ¿cómo podemos ayudar a que finalice la guerra en Ucrania?, ¿qué posibilidades tenemos de evitar la muerte de tantos emigrantes que llegan en pateras a nuestras costas?, ¿cómo contribuir a resolver el grave problema del cambio climático? Conviene no olvidar que un litro de agua contiene aproximadamente 20.000 gotas y que las botellas pueden también llenarse «gota a gota», de forma lenta pero mantenida. La voluntad de un grupo es igual a la suma de las voluntades de todos sus componentes, aunque sea contando con la opinión negativa de quienes piensan lo contrario. La mejor forma de no cometer faltas de omisión es participar en la toma de decisiones, cada vez que seamos convocados a hacerlo.
Vivimos tiempos de incompetencias manifiestas en diferentes ámbitos. Una de las más evidentes es fruto de la falta de conocimientos, actitudes o de habilidades para desempeñar ciertos lugares de responsabilidad. En educación, a la suma de estos tres aspectos (conocimientos, actitudes y habilidades) se le denomina, precisamente, competencias, y es esta característica la que debería siempre demostrarse antes de acceder a cualquier puesto de la jerarquía social. Léase dirección, cátedra, gerencia, ministerio o puesto donde deban tomarse decisiones que repercutirán en la sociedad. Elijamos a los mejores de entre nosotros para gobernarnos y podremos pedirles que lo acepten. Evitemos que aquellos que no han demostrado perfectamente su preparación para el cargo ocupen sillas, que sólo servirán para producir parasitismo y corrupción.
Otro elemento olvidado en la jerarquía de nuestros sistemas de gobierno es la edad de quienes nos representan. Sin entrar en la ancianidad manifiesta de las culturas antiguas, cuando la única memoria colectiva era la de los años transcurridos, compartirán conmigo que la experiencia que proporciona lo vivido, las relaciones humanas que se consiguen con los idiomas o los viajes, el haber ejercido una profesión y no únicamente el ascenso desde un partido político, en el que se milita desde la adolescencia, son elementos nada desdeñables que deberían tenerse en cuenta en el momento de elegir un candidato.
A pesar de todo, creo que la mayoría de cosas se hacen bien. Si no fuese así, la humanidad ya se habría extinguido. José Antonio Marina, en su más reciente libro, «La vacuna contra la insensatez» (Editorial Planeta S.A, Barcelona, 2025), nos presenta las diferencias entre el error y la insensatez. Las equivocaciones, tan frecuentes entre los seres humanos, pueden estar producidas por olvido, ignorancia, malas deducciones o distracciones. La persistencia en el error equivale a la insensatez y es fruto del desconocimiento de la realidad o de un mal uso de la inteligencia, por no decir que, en muchas ocasiones, estos dos factores actúan al unísono. La única forma de avanzar es reconocer nuestros errores y corregirlos. Aquel que nunca se equivoca es que nunca hizo nada y la humanidad ha llegado donde estamos gracias a superar nuestros éxitos y también nuestros fracasos. No seamos insensatos, exijamos buenos candidatos y acudamos siempre a participar en todas las elecciones. La omisión es el principal culpable del resultado final de cualquier pregunta y el no implicarse es el mejor camino para el fracaso.
Johann Sebastián Bach (1685-1750) constituye un magnífico exponente de competencia en el mundo de la música. Su obra, compuesta por más de 1000 partituras diferentes, tanto en el ámbito coral como instrumental, es uno de los mejores ejemplos de calidad artística. Todos hemos podido participar de su inspiración y sus creaciones siguen deleitando al público, siglos más tarde de su legado. Una de las piezas más celebradas es el «Magníficat», estrenada en la Navidad de 1723 en Leipzig y posteriormente revisada, con la incorporación de trompetas y eliminando himnos navideños, en el formato actual en Re mayor (BWV 243). El texto, en latín, sigue el Evangelio de San Lucas (1:39-56) y rememora la visita de María a su prima Isabel (Se trata de un diálogo entre dos mujeres, ambas embarazadas, que se comunican su buena nueva). Además de las típicas expresiones de alabanza divina, es interesante detenerse en el apartado social de las palabras de María: «Desbarató las intrigas de los soberbios, de sus tronos derrocó a los poderosos, mientras exaltaba a los humildes, a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos despidió con las manos vacías». Este apartado es interpretado por el tenor, en una excelente aria «Deposuit potentes» y la obra completa puede también recuperarse, en una de las múltiples grabaciones disponibles ;la de la Netherlands Bach Society, por ejemplo. Ojalá se cumplieran, aunque sólo fuese en parte, los deseos de María. Estoy convencido que eliminando las incompetencias de nuestro entorno, ayudaríamos a este buen fin.
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