Hay frases que se intercalan en una sala de reuniones, pero que rara vez cambian la cultura de un grupo. Un equipo no se construye con un manual, ni con discursos grandilocuentes, se edifica con lo cotidiano, con gestos sencillos y coherentes que hablan más fuerte que las palabras.
Así lo recuerda la coach y médica Mapi Pérez (@dra.medcoach): “En los equipos no importan tanto las palabras, sino los comportamientos. Respetar el turno de palabra, decir lo siento, reconocer los errores, fomentar una buena comunicación, eso es lo que construye la confianza”.
El impacto de las acciones diarias
Según Pérez, el verdadero motor de cohesión no está en lo que se dice, sino en lo que se hace: “No importa cuánto sepas o cuánto digas, lo que realmente genera confianza, cohesión y resultados son las acciones diarias: escuchar activamente, apoyar al compañero, ser responsable de tus tareas y mantener una actitud abierta al cambio”.
Esta visión conecta con una revisión sistemática publicada en Wiley en 2021 que analizó cincuenta artículos sobre liderazgo en equipos de salud. El estudio mostró que los estilos de liderazgo empoderadores y relacionales son aquellos que promueven la participación, la delegación y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace son los que más elevan el rendimiento de un equipo.
La conclusión es clara, pues la integridad conductual del líder, cuando las palabras y las acciones coinciden, crea un entorno de confianza y seguridad psicológica.
Más allá de los objetivos
Un error habitual en la gestión de equipos es medir el éxito únicamente por resultados. La coach lo desmonta con una frase rotunda: “Un equipo no se mide solo por sus objetivos alcanzados, sino por cómo sus miembros se comportan entre sí en el camino”.
Un meta-análisis publicado en 2023 en Frontiers in Psychology va en la misma dirección. Sus autores, Gerbeth y Mulder, demostraron que los comportamientos de aprendizaje en grupo como compartir conocimientos, reflexionar en equipo o resolver conflictos de manera constructiva tienen un efecto directo sobre el engagement laboral, es decir, el nivel de energía, dedicación y motivación de los miembros. A eso se suma el manejo de emociones colectivas, clave para crear climas de confianza y reducir tensiones.
En otras palabrasm lo que mantiene vivo a un equipo no es solo la meta común, sino la calidad de las interacciones que lo sostienen día a día.
Trabajo en equipo y resultados reales
La importancia de estas dinámicas no es solo teórica. Una revisión y meta-análisis con más de 1.300 equipos de atención sanitaria, publicada por Schmutz, Meier y Manser, probó que el trabajo en equipo aumenta hasta 2,8 veces la probabilidad de alcanzar un rendimiento clínico alto.
Lo más interesante es que este efecto se mantuvo constante en distintos entornos, desde simulaciones hasta situaciones reales de emergencia, lo que demuestra que las habilidades de coordinación, comunicación y apoyo no son accesorios, sino pilares fundamentales de la práctica profesional.
Los hallazgos científicos respaldan su mensaje, ya que la integridad, la empatía y la capacidad de manejar emociones dentro del equipo son más influyentes que cualquier plan estratégico. No se trata de renunciar a la planificación, sino de entender que los documentos no bastan si no se traducen en prácticas visibles y coherentes.
La conclusión es contundente porque se desvela que los comportamientos crean impacto y ese impacto define el éxito colectivo. Ese impacto puede parecer invisible, pero se refleja en la innovación, la motivación y el bienestar psicológico de los equipos.