Durante estos días de agosto, como cada año, hemos vivido las fiestas locales. La mayoría lo ha notado, tanto si quería como si no. Supongo que, como suele decirse, se trata de convivencia o de la necesidad de manifestar nuestras celebraciones de forma esplendorosa y de ensalzar nuestras costumbres.
Elche es una ciudad cómoda… aunque no siempre para todos. Depende de dónde vivas, de cuándo y de quién seas. Si las celebraciones tienen lugar frente a tu casa por la noche y al día siguiente tienes que trabajar, la probabilidad de que tengas que poner las «cuatro mejillas» —incluidas las del trasero— para no perder la calma es bastante alta.
No deja de ser incómoda la presencia, hasta altas horas de la madrugada, de ciudadanos que han llevado al límite su forma de «honrar» las fiestas patronales, o de quienes las disfrutan a grito pelado, con la esperanza de que se escuche hasta «en el cielo» (quizá de ahí la célebre frase «Elche al cielo»). Pero, cada año, toca hacer el esfuerzo y convivir con ello.
Las formas de celebrar son mejorables, y en eso se puede trabajar tanto desde la ciudadanía como desde el Ayuntamiento. Es comprensible que resulte incómodo buscar un aseo en pleno centro durante las fiestas, pero utilizar los portales como urinario es aún más molesto… para quienes viven allí. El servicio de limpieza, estos días, se percibe insuficiente: aunque las máquinas limpian el suelo, las paredes —donde permanecen las huellas líquidas de algunos— no se tocan.
Dudo que el autor de Aromas Ilicitanos pensara en el hedor que se respira en el centro durante estas jornadas, pero, indudablemente, estos «aromas de riñones ilicitanos» forman ya parte del repertorio olfativo de nuestras fiestas.
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