La «salvación eterna», aparcada

El gran teólogo protestante Karl Barth, escribía que el predicador debe preparar sus homilías con la Biblia en una mano y el periódico en la otra. Por eso, me viene a la memoria un antiguo chiste de Mingote, publicado en diario Abc, que puede considerarse como la versión cómica del Evangelio que se proclama en las eucaristías de hoy, domingo: dos señoras están hablando a la puerta de una iglesia, probablemente del tema de la «salvación», y una le dice a la otra: «No, mujer, lo de la libertad religiosa es para tranquilizar a la gente moderna. Porque al Cielo, lo que se dice ir al Cielo, iremos los de siempre». Probablemente, el genial humorista quería ironizar sobre el peligro de «los católicos de toda la vida». El peligro de creer que «la salvación» se consigue por prácticas externas y no por una conversión del corazón, por un esfuerzo por entrar por «la puerta estrecha y exigente» del mensaje de Jesús. La «salvación» no llega por ser parte de un grupo selecto y privilegiado de conocidos, sino por haber escogido un estilo de vida como el de Jesús. La sociedad moderna va imponiendo cada vez con más fuerza un estilo de vida marcado por el pragmatismo de lo inmediato. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas. Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad del momento. Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: «¿Serán pocos los que se salven?». Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones, tan querido por algunos maestros de la época. Va directamente a lo esencial y decisivo: «¿Cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?». «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha». Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar por entrar en ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas seguridades, no. No basta con pertenecer al pueblo de Israel, no es suficiente con haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es entrar desde ahora en el Reino de Dios y su justicia. Jesús invita a la confianza y a la responsabilidad. Se trata de honestidad personal, de integridad humana, de generosidad con los empobrecidos y de agradecimiento al Señor por la vida. Además, no nos engañemos, ni el mundo de hoy ni la gente se preocupa tanto por la «salvación eterna», como ponía de relieve el chiste de Mingote. Bastantes la han borrado sin más de su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un «final feliz»; otros ya no piensan ni en «premios ni en castigos». La «salvación» no es tema de estadísticas, sino de actitudes. Y descubramos uno de los «secretos» de la vida: Las «puertas estrechas» que, ciertamente, nos exigen donación, se convierten en «puertas anchas», porque traen consigo el fruto de un verdadero gozo, de una verdadera paz, de una verdadera justicia. ¡Magnífico secreto!

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