Julio Óscar Castro, posiblemente, se llevará para los restos el recuerdo de este 15 de agosto en el que bajó la persiana por última vez de su rincón, con alma argentina y sabor italiano, desde el que durante 38 años dio de comer a clientes en Elche que han terminado siendo grandes amigos.
El pasado día de la patrona, la Virgen de la Asunción, cuando los ilicitanos dijeron adiós a sus fiestas en honor a la Maredéu, el restaurante Cambra también se despidió con su último servicio. Una jornada agridulce para Julio, porque en la cabeza tenía las reminiscencias del pasado sumadas a los guiños de cariño por parte de innumerables comensales, incluido el alcalde, Pablo Ruz, que desde el propio local inmortalizó con una foto con el gerente el momento para agradecerle los servicios prestados durante tanto tiempo.
Falta de relevo
Y es que este negocio de la calle Barrera ha sobrevivido sin estar en una avenida grande ni en pleno centro y, por motivos de jubilación y falta de relevo generacional, deja una huella para muchos imborrable, pese a que las pretensión es que después de él se instale otro negocio de hostelería y que incluso pueda mantener el espíritu en los platos y la característica estética del local, que recuerda a una especie de desván con mobiliario clásico.
Julio momentos antes de la entrevista en la semana del cierre de su pizzería en Elche / Áxel Álvarez
Castro narra a INFORMACIÓN que de niño aprendió mucho entre fogones desde la pensión de su abuela y que cuando abandonó Argentina, su país, en busca de una vida mejor en España, tenía claro que quería apostar por este oficio y hacerle un guiño a sus raíces a tantos kilómetros de distancia.
«Al principio era difícil que confiaran»
La idea de ofrecer un lugar acogedor y elaborado con mimo nació junto a su esposa, con quien inició esta aventura pese a que a los primeros años ella se desvinculó para seguir su profesión de maestra. Reconoce que en los inicios no lo tuvo fácil «porque el hecho de que te conocieran y confiaran en ti era muy difícil», explica, en relación a unos tiempos en los que no existía el fenómeno de las reseñas en Google y las recomendaciones eran sólo de boca a oreja.
En la década de los ochenta la oferta centrada en la comida italiana era mínima, «si antes había dos locales como el nuestro ahora hay 100», expone. Cree que uno de los secretos de haberse mantenido tanto tiempo ha sido ser fiel a su origen con una carta única, prácticamente invariable, como sello de identidad. «Había recetas que olían a infancia», como el creppe de espinaca que aprendió de su abuela y platos que han dejado huella entre la clientela: la pizza Cambra de dátiles y bacon, la ensalada Cambra, o la pasta rellena con pera, muestra de esa continuidad en la que supo navegar poniendo el ingenio, y a que reconoce que ha llevado las riendas sin unos conocimientos académicos sobre la materia.
«La pizza no es comida basura»
«Yo he luchado contra, digamos, ese pensamiento de que la pizza era comida basura y no es así. ni será». Castro reconoce que la gastronomía ha cambiado mucho en estos años porque cada vez se elabora menos y más establecimientos tienden a recurrir a la quinta gama (productos preelaborados), con lo que insiste en que siempre defendió el principio de lo artesanal para diferenciarse.
El local, que a lo largo de casi cuatro décadas recibió a generaciones: abuelos que venían con sus nietos, familias que buscaban un ritual semanal o un descanso del mediodía, se convirtió en un punto de encuentro.
Aficiones
Julio, mientras observa las cuatro paredes de este lugar que le dio tanta felicidad, se prepara ahora para otra vida con planes simples: viajar, hacer deporte – tenis y carreras – y dedicar tiempo a la pintura, una de sus aficiones que también ha mostrado en las paredes del restaurante, ya que llegó a permitir que artistas locales pudieran exponer.
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