«Ahora me siento más libre que nunca delante del toro», aseguraba el maestro Diego Urdiales a su círculo en ese momento en el que la noche está a punto de rendirse al día en Málaga, plaza en la que entró para sustituir a Morante de la Puebla. El sur lo acogía ahora con la sensibilidad y la magnificencia de su gran concepto tras su ingrato verano, desterrado de las ferias del norte. Ni Pamplona, ni Azpeitia, San Sebastián, ni Bilbao…
Por la manera de hacer y sentir el toreo, por ese concepto de pureza y torería poco a poco cada vez más extinguido, por su trayectoria, sus puertas grandes y sus innumerables injusticias de muy variado calibre, Urdiales también fue el encargado de sustituir a Morante en Bilbao tras precisamente la gran tarde de Málaga y el faenón de Alfaro (La Rioja), donde se le pidió el rabo. De hecho, Urdiales es el único que debería sustituir a Morante en lo que le quede de baja. Dicho queda.
Urdiales, sublime a la verónica, en Málaga. / Lances de Futuro/Arjona
Un torero no se crea ni se destruye. Si es los buenos -de los mejores, cabría decir-, con ese privilegiado don del toreo, se transforma, se multiplica con el paso del tiempo con la fortaleza inmanente de su corazón.
La plenitud
Urdiales sigue siendo el que era, pero ahora ha logrado un estado mental, una disposición interior frente al toro que solamente la adquieren pocos toreros a lo largo de su trayectoria: la plenitud, esa capacidad de existir en toda su dimensión pese a las incertidumbres para crear belleza gracias a ellas. Y ahí radica la fuente de todo arte verdadero.
En ese solo sintagma se fundamentaba un método y una declaración de amor por el toro, o más expresamente, por el toreo. Porque lo que Diego Urdiales logra es siempre muy distinto a lo que podía hacer cualquier otro torero, no por el hecho -claro- sino por los modales expresivos.
Su pureza es un refugio, un templo de la cultura taurina y la memoria de unos tiempos que jamás volverán a ser lo que fueron en el toreo. Menos mal que todavía quedan toreros así. Aislado arquetipo de torería, excelencia perdurable en la memoria con tan seductora maestría en medio de un verano vacío de contratos.
¿La faena de su vida?
Y llegó la faena de Bilbao al toro ‘Guapetón’ de Garcigrande. ¿La faena de su vida? Algunos dicen que sí, con la mano izquierda. Largos los muletazos, enganchados por delante, mecidos, impecables, rematados por abajo con un golpe revolado de muñeca y ligados sin perder pasos, en una totalidad creadora.
En todas las fotos de esa faena, cuya culmen no fueron más de quince muletazos, se ve al toro embarcado. No por casualidad, sino porque manda la embestida con belleza, con total delicadeza.
La honda expresividad del maestro de La Rioja, la gracia innata de su maestría. La frontalidad del cite y la colocación exacta al natural. La hondura excepcional, la belleza de su concepto. Las formas de su expresión corporal y la pureza siempre de fondo, con el alma perforada por la sensatez de la locura del toreo. Un instante de pura eternidad. Un tiempo que parece estar fuera del tiempo.

Urdiales, en un natural lleno de pureza y torería poco a poco cada vez más extinguido. / BMF Toros
Urdiales es pura naturalidad. Ya lo era hace tiempo. En su forma de torear, muy directa, no caben los recodos. Es una concepción sublime del toreo. La faena de las dos orejas fue de una sencillez imponente, de serenidad abismal.
Porque la creatividad es justamente eso: un intento alquímico de transmutar el sufrimiento en belleza, con la furiosa pena de vivir cuando la vida no estaba siendo justa con Urdiales.
La pareja formada por Diego Urdiales y su apoderado Luis Miguel Villalpando ha estado realmente sometida a una ardua prueba de resistencia ante la adversidad y el destino del sistema tras estar tiempo arrinconados de las grandes ferias. Compartidas sus congojas, convicciones y tan emocionante independencia para caminar juntos por el toreo, demuestran que el toreo es grandeza.
Esa faena supone a todos los efectos una manera de rescatar una forma única de sentir el toreo que dignifica y enaltece Diego Urdiales. Cuánta alegría que triunfen toreros tan grandes.
Posdata
El verano también ofrece otros nombres. La tarde de Daniel Luque en Málaga fue extraordinaria por fácil, honda y radiante. Tres orejas y otro golpe de autoridad en la mesa del toreo. Demostró en sus dos toros que su temple se convierte en una virtud prodigiosa capaz de modificar el sentido de una embestida. La manera tan vehemente de poner la vida en juego de David de Miranda también en Málaga, plaza de primera y una de las ferias centrales del verano, es para que cuenten con él en los carteles. Especial derroche de valor, habilidad extraordinaria que lo hace grande como torero. El corazón en la boca y el valor frente al toro. Su toreo seco y desnudo, largo y suave en el trazo del muletazo, hundidos los talones en la arena, dando el pecho y las puntas de las zapatillas a los pitones. Bárbaro. Por su parte, la dimensión de Andrés Roca Rey en Bilbao ante un gran toro de Victoriano del Río y el momento de Borja Jiménez, quien hizo historia en Vista Alegre tras indultar un toro de La Quinta.