Estaba sentenciada desde el primer día. Ahora los programas se la juegan en su primera edición. Si la audiencia los recibe con el dedo pulgar en el alto, puede proseguir. Pero como los espectadores pongan el dedo pulgar hacia abajo, no hay nada que los salve. Antes sí se libraban los que estaban hechos por productoras de amigos de los responsables de las cadenas, pero eso pasó a la historia. Ahora se impone la dictadura de la audiencia. Que pensándolo bien, no sé si es una dictadura o una democracia: daría para un animado debate.
El último programa diario en sucumbir ha sido el concurso La pirámide. Promoción no le faltó. Iba ubicado en un tramo no exento de complicación. El que va entre las siete y las ocho de la tarde. Pero la simpatía de la actriz presentadora Itziar Miranda no ha sido suficiente.
Los programas grabados pasarán directamente a la matinal de La 2, donde ya se acumulan 5 horas seguidas de concursos, y dentro de muy poco, La pirámide será un leve recuerdo de un formato que lo intentó en el verano de 2025 pero no fue capaz de cuajar.
¿Qué falló? Es lo que se preguntan sus hacedores. Jeopardy tampoco superó sus primeras semanas de grabaciones. Se pretende que sean concursos con una mecánica muy sencilla, capaz de ser inteligible por todos. Pero eso es un error. El juego, por fácil que sea, necesita de un intríngulis para enganchar al espectador y para captar su atención de forma continuada. Por otro lado, la presencia de famosos es un arma de doble filo. Está bien en primer término porque los atrae, pero una vez que los concursantes ya son de dominio público pueden llegar a estar de más. Es complicado dar con el concurso perfecto.
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