Deslumbrados por la aparente cordialidad que reinó en la Casa Blanca, se podría extraer la equivocada conclusión de que Volodímir Zelenski no solo ha salido políticamente vivo de su encuentro con Donald Trump, sino que hasta habría logrado algún tipo de compromiso por parte de Washington en su defensa. La realidad es mucho más amarga.
Conviene recordar, en primer lugar, que la cita seguía al encuentro que Trump mantuvo en Alaska con Vladímir Putin el pasado día 15. Una reunión que volvió a dejar de manifiesto tanto las líneas rojas que Moscú ha fijado desde hace tiempo como el progresivo alineamiento de Trump con las posiciones de su homólogo ruso. En consecuencia, el marco en el que Zelenski se ve obligado a moverse es de una estrechez tan angosta que prácticamente no le concede ningún margen de maniobra para salirse de él. Putin lo ha dejado meridianamente claro: no al cese de hostilidades previo al inicio de negociaciones de paz, no a una reunión con Zelenski y no a la presencia de unidades de la OTAN en suelo ucraniano. Y todo ello sin olvidar su negativa a la entrada de Ucrania en la OTAN, su exigencia de desmilitarización y su rechazo a la mera existencia de Ucrania como Estado soberano.
Y lo peor no es que Moscú plantee esas exigencias maximalistas, demostrando que sigue siendo capaz de soportar el castigo de las sanciones internacionales sin modificar su rumbo imperialista, sino que Trump haya ido aceptándolas como posiciones de partida. Una postura que invalida su pretendido papel de mediador, al convertirse de hecho en un aliado del presidente ruso en su intento de vencer la resistencia ucraniana. Así ocurre, por ejemplo, con el abandono de la propuesta ucraniana de establecer un inmediato cese de hostilidades como paso previo al arranque de un verdadero proceso de negociación directo entre Kiev y Moscú. Mientras Zelenski pretende ahorrar más sufrimiento a su población, acordando un alto el fuego en todos los frentes, Putin prefiere reactivar las negociaciones mientras siguen los combates. Calcula que, mostrando así una aparente voluntad de paz, desactiva la amenaza de que Trump decida aplicar más sanciones en su contra, al tiempo que sus tropas pueden continuar la ofensiva, ganando más terreno frente a un enemigo que ya está al límite de su capacidad defensiva.
Otro tanto cabe decir sobre el intercambio de territorios que va cobrando fuerza en estos últimos días. Trump, respaldando a Putin, asume que Ucrania debe retirar todas sus tropas de los oblasts de Lugansk y Donetsk, cediéndolos a Rusia, mientras que se congelaría la posición actual de los respectivos ejércitos en los de Jersón y Zaporiyia. Llamar a eso intercambio es olvidar que los cuatro oblasts son plenamente territorio ucraniano y que, por tanto, Rusia no estaría cediendo nada, sino quedándose definitivamente con tierra ucraniana conquistada ilegalmente por la fuerza. Todo ello sin olvidar que la Constitución ucraniana le impide a Zelenski renunciar a ningún trozo de su propio país.
Y tampoco hay nada sólido que deducir de las promesas de proporcionar a Kiev garantías de seguridad, aunque ahora los aliados europeos que han acompañado a Zelenski en su visita a Washington se afanen en convencerlo de lo contrario. En primer lugar, cabe recordar que, en 2014, Londres y Washington aceptaron pasivamente la anexión rusa de Crimea, a pesar de que eran los avalistas (¡junto por Moscú!) de la integridad territorial de Ucrania desde 1994, cuando Kiev renunció a su arsenal nuclear. Por otro lado, Moscú ya ha hecho saber abiertamente que de ningún modo aceptará la presencia de tropas de la OTAN en suelo ucraniano. En consecuencia, y sin que Trump se haya encargado de despejar la duda, queda en el aire qué tipo de nuevas garantías de seguridad va a recibir Zelenski, más allá del anuncio de la compra de material de defensa estadounidense por parte de Ucrania, pagado con dinero de sus aliados europeos.
La parafernalia trumpista y las forzadas sonrisas de los invitados a la Casa Blanca no puede ocultar lo que cada día resulta más evidente: Ucrania no puede expulsar por sí sola a las tropas invasoras y se ve abocada a la pérdida de una parte sustancial de su territorio.
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