La era de los megaincendios amenaza con abrasar también el frágil capital de confianza que la ciudadanía mantiene en sus representantes públicos. Mientras siguen los reproches entre políticos, proliferan desesperados testimonios que hablan de abandono frente al fuego. Para el espectador valenciano, todo tiene ecos de deja vú. Como ocurrió con la dana, los incendios que están devastando el hemisferio occidental peninsular han hecho aflorar todos los desafíos que atraviesan las sociedad modernas, cada vez más complejas, aceleradas y globales. En medio de la nube de cenizas flotan la desinformación digital, la polarización política, la batalla de relatos, la impotencia en la respuesta pública ante episodios extremos agravados por la emergencia climática, una crisis de representatividad institucional y, como consecuencia de todas ellas, un creciente malestar social.
Este martes, Pedro Sánchez, en su gira por los puestos de mando avanzado de las comunidades afectadas (Galicia, Castilla y León, Extremadura), trataba de perimetrar el fuego partidista, que ya es institucional. Pedía unidad, lealtad y coordinación. Parece que llega tarde, tras días de reproches cruzados: con todo el PP autonómico siguiendo la línea de Feijóo y señalando a la “falta de medios” del Estado. Frente a esto, un Gobierno a contrapié, defendiendo su actuación tras varios días de ausencia, y recordando lo obvio: que las competencias son autonómicas. En medio de la trifulca, vuelve a escucharse un mantra de la dana, esta vez con acento gallego: ‘Solo el pueblo salva al pueblo’.
“Se está dejando escapar una oportunidad de colaboración entre instituciones. En estas circunstancias la política da muestra de cierta altura de miras, de aparcar el debate. En términos legislativos, las leyes que suscitan mayor acuerdo entre parlamentarios de partidos distintos son las que hacen referencia a paliar los efectos negativos de los desastres naturales”, explica Xavier Coller, catedrático en Ciencia Política en la UNED, y que ha abordado el fenómeno de la cooperación partidista en ‘La teatralización de la política en España’ (Catarata, 2024).
Nada de eso se está viendo estos días, como tampoco sucedió con la dana. Aquel “querido presidente, gracias por venir tan pronto” de Carlos Mazón a Sánchez en el Cecopi el día 31 de octubre, duró lo que tardó Feijóo en imponer el relato de la falta de colaboración e información del Gobierno, y en señalar a las agencias estatales CHJ y Aemet.
Salomé Pradas, Mazón, Feijóo y Vicent Mompó, el día 31 de octubre, tras la dana. / Jorge Gil/E.P.
“Ante un relato que resalta la falta de coordinación y de operatividad de la respuesta es normal que haya gente que, desconociendo los mecanismos del Estado, reclame soluciones que implican una autoridad porque se percibe falta de coordinación”, añade Coller. “Estos relatos terminan permeando a la población y generan una idea de que España no funciona, esta idea institucional no funciona, y necesitamos una autoridad central competente. Es el discurso más antipolítico y anticonstitucional que pueda existir”, señala el politólogo valenciano.
Coller apunta a una consecuencia preocupante. “Además de que genera un caldo de cultivo para la antipolítica, está lanzando un mensaje tremendo de deslegitimación del estado autonómico, porque administraciones de distinto nivel no se ponen de acuerdo”.
Pierde un modelo de Estado compuesto que lleva medio siglo funcionando, pero ¿quién gana? “Cuando el hooliganismo político traspasa la frontera del discurso a la gestión, especialmente en materia de emergencias, se pone en peligro la seguridad de la ciudadanía y quien gana es la extrema derecha, que capitaliza el discurso antisistema, el de ‘solo el pueblo salva al pueblo’, y demoniza la política como instrumento para resolver problemas”, señala la politóloga Anna López.
La autora del reciente ‘La extrema derecha en Europa’ (Tirant, 2025) sitúa parte de la responsabilidad dentro del sistema, en concreto en el PP. “La derecha está imponiendo dos marcos para no asumir la responsabilidad que le otorgan los estatutos de autonomía y la ley de montes: la destrucción del estado de las autonomías como un sistema que no funciona; y el segundo marco, la militarización como respuesta política. Es preocupante, se impone desde tribunas políticas, y desde la campaña de desinformación institucional”. “Al final, la ciudadanía percibe que la política es inútil y erosiona la confianza en la política tradicional. Es una contradicción cuando los partidos están en una guerra de reproches. Es la tercera fuerza en la ecuación la que impone su discurso, la que está en la orilla del río viendo los cadáveres pasar”.
Distancia con la política
La cuestión, llegados a estos niveles de crispación, y “con cada catástrofe convertida en escenario político”, constata Coller, es en qué momento se podrá frenar esta deriva. “¿Es bueno que esto sea así para el funcionamiento de nuestra sociedad? ¿Es normal que ante un riesgo para la vida los políticos de algunos partidos trasladen la beligerancia a este escenario? ¿Cuánto nivel de ‘espectacularización’ de la política aguanta nuestro sistema democrático? ¿No se dan cuenta de que el beneficio para la sociedad es nulo?”, pregunta. Y concluye: “Puede cohesionar a los más acérrimos a corto plazo, pero a largo es nefasto para la sociedad porque la mayor parte cada vez nos sentimos más distanciados de la política, y esto lo dicen todas las encuestas”.
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