Lo primero que hizo Françoise Sagan (Cajarc, 1935 – Honfleur, 2004) cuando recibió 50.000 francos de adelanto por su primera novela fue comprarse un Jaguar que estrelló poco después, lo que no deja de ser inquietante porque en ‘Buenos días, tristeza’, que era precisamente esa novela, un accidente de tráfico dispara la tragedia. Pero para la autora francesa que construyó una obra que algunos calificaron de amoral -y de ahí su éxito-, un exceso de velocidad era simplemente la constatación de que la vida se podía vivir al límite. Entonces tenía 18 años, pero siguió con esa divisa hasta los 69 de su muerte. Y es que a decir de los suyos, nunca llegó a madurar.
‘Buenos días, tristeza’ esta de vuelta. Tusquets acaba de lanzar una nueva edición. Además, se ha recuperado este verano ‘Françoise Sagan. A toda velocidad’, de Marie-Dominique Leliévre (Superflua), una biografía apuntalada en el testimonio de sus amigos, que fueron muchos, en especial de Florence Malraux (hija de André, político, escritor, cineasta y aventurero) y del crítico Bernard Frank, un autor a reivindicar. Pero hay más: la nueva versión cinematográfica, dirigida por la también escritora indo-canadiense Durga Chew-Bose y protagonizada por la joven Lily McInerny junto a Claes Bang y Cloë Sevigny, se estrena este viernes en Filmin.
Claes Bang, Lily McInerny y Chloë Sevigny, en la nueva versión de ‘Buenos días, tristeza’ / E.P.
El invento de la juventud
‘Buenos días, tristeza’ marcó en 1954 un antes y un después en la literatura francesa. No por el atrevimiento de su tema de fondo, el placer sin culpa y las trampas del amor -al fin y al cabo, podría considerarse una reescritura de ‘Las amistades peligrosas’, acuñada siglo y medio antes-, sino porque estaba escrita por una mujer apenas salida de la adolescencia, que demostraba con aquella novela redonda, poco más extensa que un cuento largo, una enorme madurez y una lectura atenta de clásicos como Stendhal o Marcel Proust. Supuso también el kilómetro cero de una concepción de la juventud más libre que mezclaba lucidez rebelde y hedonista y que una década más tarde cristalizaría en buena parte de Europa y en Estados Unidos con la contracultura, el rock, las drogas y un marcado individualismo. La biógrafa Lelièvre equipara a Sagan con James Dean, por lo que ambos tienen de mito juvenil ‘avant-la-lettre’.
El potencial comercial de la escritora fue rápidamente comprendido por René Julliard, el editor que la dio a conocer gracias a una faja donde, para certificar su juventud, figuraba un retrato de Sagan, mujer-niña de pelo corto y aire andrógino. Aquella era una práctica inaudita en la sobria edición francesa, que apenas se valía de imágenes en sus portadas. La joven autora ya había señalado el camino al enviar al editor su manuscrito añadiendo su fecha de nacimiento junto al título y su nombre. A los pocos días, pulverizando todas las expectativas, vendió 20.000 ejemplares, que se multiplicaron a 350.000 solo en Francia y ayudaron a que traspasara fronteras. Recibe entonces el premio de la Crítica. Colette la bendice. François Mauriac acuña aquello de que es «un monstruito delicioso».

Jean Seberg, David Niven y Deborah Kerr, protagonistas de ‘Buenos días, tristeza’, de 1958. / E. P.
‘Saganmanía’
Solo cuatro años después de su aparición, Otto Preminger llevaría al cine la historia con Jean Seberg, David Niven y Deborah Kerr, que no supieron imprimir la tensa emoción de la novela. En el ínterin, Sagan se había convertido, sin haber alcanzado todavía la mayoría de edad, que entonces se situaba en los 21, en la figura del momento. Miraba con orgullo y timidez desde las portadas de ‘Paris-Match’. Perejil de todas las fiestas, el entonces ministro François Mitterrand es uno de los habituales de las cenas que convoca en su apartamento de Saint-Germain-des-Prés. Las conversaciones se detenían cuando Sagan entraba en un restaurante. Los programas de televisión se la rifaban, y en las entrevistas siempre se veía obligada a rechazar que Cécile, la indolente e inteligente protagonista de su historia, fuese un autorretrato.
¿Qué contaba ‘Buenos días, tristeza’? Básicamente, lo que los ingleses llaman un ‘coming-of-age’, el traspaso de la infancia a la edad adulta, aquí con resultados subrepticiamente traumáticos. Sitúa a Cécile, 17 años, en el centro de unas vacaciones en Saint-Tropez -una localidad que se convirtió por entonces, en parte gracias a Sagan, en el símbolo de la modernidad exquisita- junto a su padre viudo y mujeriego, que ha traído consigo a la última de sus jóvenes acompañantes. La llegada de Anne, amiga de su difunta madre, y la certeza de que su padre y ella pueden establecer una relación más madura y formal, dispara las alarmas en la muchacha, que a su vez está explorando su sexualidad, sin que por medio haya amor, con un estudiante. Cécile, para seguir haciendo lo que le plazca, urdirá un retorcido plan para separar a los maduros enamorados.
Fue ese cálculo y la aparente falta de sentimientos de Cécile a la hora de manipular a los demás –ella es la más inteligente y la más dañina— lo que en su momento despertó bastantes voces críticas por la presunta amoralidad de una propuesta marcada también, aparentemente, por la frivolidad. Sagan se defendía así tres décadas después: «Era inconcebible que una joven de 17 o 18 años hiciera el amor sin estar enamorada con un chico de su edad y sin ser castigada por ello. La gente no podía tolerar la idea de que la chica no se enamorara perdidamente del muchacho y no se quedara embarazada como castigo al final del verano. Era inaceptable que una joven tuviera derecho a usar su cuerpo a su antojo y a obtener placer sin incurrir en una sanción».

Una imagen de Françoise Sagan a los 19 años. / E. P.
La escritora veloz
La gestión que la autora hizo de aquel abrumador éxito que trastocó su vida tiene en su amor por los bólidos, según su biógrafa, su mejor símbolo. Todo lo hizo rápido. Se casó brevemente a los 22 con un editor tan mujeriego como el padre de su novela, que además le doblaba la edad. Tuvo un hijo de un segundo matrimonio aún más veloz. Amó a hombres y a mujeres, decenas de ellos, entre los que se cuentan la modelo Peggy Roche, su pareja más estable por más de diez años, y, según revela Lelièvre, Ava Gardner. La modelo Bettina Graziani, que fue uno de los amores del primer marido de Sagan, la definió un tanto malignamente: «Tenía los gustos de un playboy: ganar mucho dinero y gastarlo con la mayor libertad, la fiesta, jugar, poseer caballos, coches, mujeres hermosas». Los coches no respondieron a su amor,:tras el Jaguar, estampar un Aston Martin casi le cuesta la vida y provocó, en una personalidad adictiva como la suya, una dependencia de calmantes de por vida.
Saludar tan pronto a la tristeza, un verso extraído de Paul Éluard, dio cuenta de su lucidez. Escribió mucho y recibió el favor del público, aunque ninguna de sus novelas posteriores fuera excepcional. Hizo de su vida un caos, incapaz de gestionar su día a día, siempre en manos de la amabilidad de sus amigos. Dilapidó fortunas y a su muerte dejó una deuda de más de un millón de euros a su hijo. Y a sus lectores, una novela que sigue resistiendo el paso del tiempo.
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