John Travolta y Olivia Newton-John, en la escena final de ‘Grease’ / PARAMOUNT PICTURES
El 65% de los españoles asegura haber ligado durante sus vacaciones de verano, aunque apenas un 27% lo admite como objetivo principal. Pese a que nueve de cada diez sostienen que el sexo es más satisfactorio durante las vacaciones que en casa, un llamativo 73% confiesa que ligar no figura en sus planes cuando abandona el nido en julio o agosto, según una encuesta de la web de viajes de bajo coste Holidayguru.
El verano es la estación por excelencia del sexo fugaz y el amour fou. Casi nadie habla de un ligue de otoño o de un romance de primavera, pero sí de una aventura veraniega o de un amor de verano. El cine no ha hecho más que exprimir esta realidad: Danny y Sandy (Grease), Baby y Johnny (Dirty dancing), Anna y Joe (Vacaciones en Roma), etcétera.
Un beso me diste tú. / Un torbellino amarillo / giraba en el cielo azul. / Un beso yo te robé. / Tú decías que en el cielo / dos soles no puede haber (Girasoles robados, Juan Perro, 2011).
Hay un hecho diferencial entre padres e hijos, el del flirteo analógico de los primeros —en la urba, en el pub, en la discoteca, en la playa— y el ligue 2.0 de los segundos —en Instagram, en Tinder, en Grindr—. El 40% de los jóvenes ha utilizado o recurre a apps para conocer a otras personas y dos de cada diez han conocido a su pareja por Internet, atestigua el estudio Influencia de la tecnología en la vida de los españoles, elaborado por la compañía de ciberseguridad Kaspersky.
Otros análisis, sin embargo, apuntan la tendencia de los llamados centennials (nacidos entre mediados de la década de 1990 y principios de la década de 2010) a abandonar paulatinamente las apps para regresar al método tradicional del cara a cara, concluye la empresa de análisis de datos Singles Reports, citada en un reportaje de El País. Un 80% de esa Generación Z reconoce sentirse quemado con el uso de aplicaciones de ligoteo. ¿Significa eso que estamos volviendo al quieres salir conmigo?
Y si te vuelvo a ver pintar un corazón de tiza en la pared / te voy a dar una paliza por haber / escrito mi nombre dentro (Corazón de tiza, Radio Futura, 1990).
Se llamaba María Helena y no habíamos cumplido los 14. Apuré a toda prisa el bocadillo de jamón york con mermelada de albaricoque que mi madre, a modo de ritual, me preparaba puntualmente a la hora de la merienda. Me lancé a la calle repeinado y petroleado en agua de lavanda al encuentro de una chica pizpireta y alegre de pelo largo y ondulado y ojos de color de miel. Lo único que ella y yo teníamos en común es que procedíamos de la misma ciudad y veraneábamos en el mismo destino de costa, y a ambos nos urgía quitarnos de encima esa losa invisible y pesada de la pubertad que consistía en presumir ante los demás de arrogarnos un amor de verano. Traducido al boomer: salir juntos.
La diplomacia internacional no ha encontrado todavía una frase tan pertinente para salir de un conflicto como la que a mí me espetó esa niña cuando le pedí salir. Me había preparado para el sí y para el no, y cualquiera de ambas contestaciones me permitía salir dignamente del lance. Pero ni mil embajadores con sus correspondientes credenciales otorgadas por la mano de un rey podrían haber dado mejor respuesta que la que a mí me descerrajó aquella pequeñaja engreída, María Helena su nombre. Me planté ante ella y solté la madre de todas las preguntas preadolescentes:
A una pregunta directa solo cabía una respuesta directa (sí o no), pero ni afirmó ni negó. Su contestación cambió todo para siempre. Como si le estuviera interrogando por la dirección de una calle, y con una frialdad que congeló aquel segundo en la noche de los tiempos, María Helena respondió:
Incapaz de decir algo coherente, balbuceé, emití algún gorjeo inaudible y en la más humillante derrota que jamás conoció un donjuán, me fui por donde había venido, estupefacto, petroleado de agua de lavanda y con la convicción cual Escarlata O’Hara de que a Dios ponía por testigo de que en lo sucesivo no volvería a caer en el mismo error. A partir de esa tarde de agosto, desterré aquella pregunta plena de suntuosidad. No volví a saber de María Helena. En las cuatro décadas siguientes mis relaciones sentimentales arrancaron haciendo equilibrios sobre el alambre. Me caí un par de veces, pero aquí seguimos.