Alma. Es quizás lo que une al naviego César García (más conocido como César Pop) con el madrileño Miguel Conejo, «Leiva». Cercano, curioso, sentido. Pasó unos días en Navia donde encuentra el descanso que necesita. Con sus palabras: «la paz que emana del mar y de la ría, de casa».
Hace tiempo que César Pop (quién pasa desapercibido por la calle pese a integrar una de las bandas de pop rock más importantes del país), dejó su Asturias natal para instalarse en Madrid. Año: 2004. Su historia está llena de pequeñas historias, de histriónicas conexiones. De suerte. De ensayo y error. De esfuerzo. Pero hay algo que destaca, que le hace diferente: la pasión por la música.
Se recuerda de niño mirando atónito cómo cantaba su padre, Julio César García, en el octeto de Navia («mi madre (Isabel Miranda) dice que me quedaba pillado»). Se recuerda en la vieja barbería de Manolo tocando la guitarra. Escuchando en casa la música que sonaba, elegida por sus padres. Estudiando piano en Grado, donde el abuelo de Grado empezó a tocar el acordeón tras jubilarse. «No recuerdo otra cosa que no fuera fascinación; agarrar un instrumento y hacerlo sonar…».
Cuando habla César Pop parece que sueña. El tiempo no ha diluido su entusiasmo, algo que transmite cuando la conversación se hace más amigable. Habla y, en algún momento, la forma, los silencios, el manejo de la palabra y cómo transmite el mensaje tiene mucho de «Leiva». Este naviego, que vuelve todos los años a Asturias, viste hoy vaqueros y sudadera. Lleva una camiseta con un lema difícil de olvidar: ‘Cascarrabias sin fronteras’. Colgado del hombro, un bolso de tela. Dentro, mucha vida.
La música, siempre un refugio
Por partes. «Podría parecer un tópico, pero no lo es: la música me eligió a mí», dice. «Fue un refugio siempre». En las alegrías y en las penas: «Fue una compañera que me hizo sentir menos solo». Casi no se acuerda de cómo empezó este idilio. Lo confiesa con naturalidad. «Me recuerdo tocando (risas), directamente». Pop hace un esfuerzo. En Navia, Manolo «cortaba el pelo por la mañana y por la tarde daba clases de guitarra y dirigía el coro». El pequeño César se quedaba allí, aprendiendo «La Farola del mar», «quizás mi primera canción». Le gustaban los cantautores de los años sesenta y en su discurso se nota, una vez más, la pasión. Los fines de semana empezó estudiar piano en Grado acompañado por el profesor del abuelo que quería tocar el acordeón. «Tino me enseñó dónde estaba el do; eso me emociona», cuenta animado. Más tarde, estudió música en Navia con la hermana Carmen, una monja. El objetivo: sacar el título del Conservatorio.
César Pop observa el dibujo de su bolso, en el parque Ramón de Campoamor de Navia. / Ana M. Serrano
Entonces las comunicaciones por carretera no eran fáciles. No había un conservatorio cerca de Navia y él se preparó por libre y se examinó en Lugo. Aquí César Pop hace un paréntesis: «No metamos a los niños a estudiar piano si no quieren, si no quieren aprender y no tienen motivación». Él, era de los motivados. Además, «me llevaba bien con la monja porque estaba feliz de tener un alumno que entusiasmado con lo que aprendía». No sabe cuántos años estuvo estudiando. Quizás tres cursos. Más tarde, se matriculó en la recién inaugurada escuela de música de Navia y en cuarto curso «me puse díscolo», ríe. «Chocaba con la rigidez de la música», cuenta.
Primero la emoción, después la técnica
«Empezaron a reñirme mucho: que si la espalda, que si la muñeca… no sé». «Creo que si tienes enfrente a alguien que se emociona, déjale, la técnica es una forma de acceder a la emoción con más facilidad, pero lo importante es la emoción», explica. Aquello marcó un antes y un después en su vida. Dejó estas clases aburridas para la adolescencia, «esa que te mete un raquetazo en la cabeza». Estudiaba en el instituto naviego y recuerda que pasó «un episodio muy bonito». Isabel, la profesora de música tuvo una idea. «Nos puso como ejercicio componer una canción». Aira e Irma, de Andés, fueron sus compañeras en esta aventura. Quedaron una tarde en casa de Pop y ¡zas!: canción. «Fue lo más parecido a la felicidad», relata.
«Leiva», un amigo íntimo
Fue y es muy feliz componiendo, viviendo cerca de «Leiva», su amigo íntimo. La vida le llevó a Oviedo, donde estudió Informática («me encantan las ciencias exactas y los ordenadores») y fue en la capital asturiana donde buscó a un grupo para tocar (lo hizo junto a Héctor Tuya y Manuel Clavijo), donde escuchó con atención a Quique González y «Pereza» y donde acudió a un concierto que lo cambió todo. Lugar: Santa Sebe. Plan: ver al dúo que entonces formaban Rubén Pozo y Miguel Conejo. La cita musical congregó «a unas 35 personas» y cuando Rubén Pozo y Leiva acabaron el repertorio, el naviego levantó la mano: «Falta una canción (del disco)».
«Me puse a hablar con Leiva, nos dimos los teléfonos y, aunque suene ahora raro, Leiva y yo no perdimos el contacto gracias a las cartas». Una y otra misiva postal en una sociedad todavía analógica tejieron el destino del músico naviego. Salieron juntos por Oviedo y por Madrid. Se hicieron amigos. Al final, fue Leiva quien lanzó el órdago cuando Pop se separó de su novia de entonces y afrontó el duelo: «Vente a Madrid2, le propuso Leiva. Compartieron piso un año y desde entonces, lo que comparten es mucho tiempo, grupo («Leiva») y canciones. Viven a 300 metros uno del otro, dice Pop, y «parecemos pin y pon».

El músico naviego, en la travesía de Navia. / Ana M. Serrano
Para ellos, son Pop (de ahí César Pop, y Leiva Rock). Ahora a César solo le preocupa la incertidumbre, el qué será después de las giras. «Todo esto mola mucho, pero también hay inseguridad: cotizas poco, no hay finiquito… la vida del músico es dura». Pop no puede ocultar, ese sí, que cumplió un sueño. ¿Qué fue determinante para lograr el éxito? «Dicen que talento, suerte y esfuerzo». Lo que no ve es que fue (es) su persona.