Que Donald Trump se ha empecinado en recibir el Nobel de la Paz es sabido. La cita en Alaska con Vladímir Putin era una etapa considerada por el presidente de EEUU de gran relevancia en su carrera tras el galardón más codiciado del mundo. Que finalmente la mediatizada cita se interprete como una ‘rehabilitación’ de Putin, a cambio de nada, puede no importarle. En el relato de Trump, es un paso en la dirección correcta al que debe responder Volodímir Zelenski. En rigor, debería darse por descartado que pueda recibirlo un líder responsable de deportaciones masivas de inmigrantes o que reacciona a una derrota electoral incitando a asaltar el Capitolio. Acumula procesos judiciales de final imprevisible, fue declarado culpable en el caso del soborno a la actriz porno Stormy Daniels y está por ver si acaba atrapándole la maraña del depredador sexual y pederasta Jeffrey Epstein.
Entra en el terreno de la pesadilla imaginarse a un negacionista del cambio climático y apóstol del rearme Trump ingresando en la nómina de quienes lo recibieron antes por su lucha contra el calentamiento de la tierra –como el exvicepresidente estadounidense Al Gore, en 2007— o por un mundo sin armas atómicas –como la organización japonesa Nihon Hidankyo, en 2024–. Queda el recurso de tranquilizarse confiando en el buen criterio del Comité Nobel. También en el hecho de que el de la Paz es un puntal de una familia de premios que gratifican la excelencia científica a través de los correspondientes a Medicina, Física, Química y Economía, además del de Literatura. Y Trump, además de arrancar a inmigrantes de sus casas o lugar de trabajo, estrangula la ayuda al desarrollo representada por USAID y está en guerra contra las universidades y el ámbito científico de su país.
Las razones para descartarle para el Nobel de la Paz son rotundas. Pero también son poderosos los factores que mantienen en pie una opción que horroriza a muchos: su capacidad para salirse con la suya, su poder y su ansia de revancha contra quienes creyeron que nunca llegaría a la Casa Blanca, como Barack Obama, el último presidente de EEUU que ganó un Nobel de la Paz.
Llamando a Oslo
Ha sumado ya unos cuantos valedores y aliados políticos a su apuesta por el Nobel: el primer ministro israelí, Binyamín Netanyahu; el de Camboya, Hun Manet; el Gobierno de Pakistán, por distender su conflicto con la India, o los de Armenia y Azerbayán, por su mediación en el acuerdo de paz alcanzado este agosto.
Su afán por ganar puntos ante Oslo no conoce límites. Este agosto, Trump tomó el teléfono y llamó a Jens Stoltenberg, ministro de Finanzas noruego y exsecretario general de la OTAN. Supuestamente su llamada estaba relacionada con su otra guerra, la de los aranceles. Pero según el portal alemán ‘Politico’ y el diario noruego ‘Dagens Naeringsliv’, en la conversación saltó la cuestión del Nobel. Stoltenberg estuvo al frente de la OTAN entre 2014 y 2024, periodo que incluye el primer mandado de Trump como presidente. Tal vez pensó que tiene en el político noruego un aliado servil como lo es ahora su sucesor en la OTAN, el neerlandés Mark Rutte. Stoltenberg ha admitido que existió esa llamada, explicado que estaba relacionada con asuntos económicos y declinado dar detalles «sobre otras cuestiones».
Barack Obama sostiene el diploma y la medalla del premio Nobel de la Paz, durante la ceremonia de entrega en Oslo el 10 de diciembre de 2009. / JEWEL SAMAD / AFP
Los criterios del Comité
El Comité Nobel reveló en marzo el número de candidaturas recibidas: 338, de las cuales 244 son personas y 94 organizaciones. El plazo para recibir nominaciones se cerró el 31 de enero. Están facultados para presentar sus propuestas desde catedráticos de Derecho, Historia o Ciencias Política a parlamentarios, antiguos galardones o tribunales internacionales. El propio Comité puede incluir sus propios nominados en su primera reunión del año, a finales de febrero. No revela la identidad de esos candidatos, propios o ajenos. De hecho, no confirma la lista con los nombres hasta 50 años después. Si se filtran identidades es porque las hacen públicas quienes los propusieron.
El de la Paz es el único entre los premios de la familia Nobel que se entrega en Oslo, no en Estocolmo, de acuerdo al testamento de Alfred Nobel, el inventor sueco que fundó esos premios. Se supone que lo hizo movido por los remordimientos. Amasó una fortuna con sus inventos, entre ellos la dinamita, y quiso compensar al mundo gratificando a quienes con su trabajo benefician a la humanidad, sea desde la ciencia, la política o la literatura. Se entregan el 10 de diciembre, aniversario de la muerte del fundador. Los nombres de los galardonados se dan a conocer en octubre.
Algún precedente polémico o hasta aberrante
Teniendo en cuenta que la lista se cerraba el 31 de enero, parecería improbable que se tuviera en cuenta una candidatura de Trump para este año. Su investidura fue el 20 de enero y llevaba unas semanas en el puesto. Su arranque además no se caracterizó por mediaciones de paz. Lo primero que hizo fue indultar a unos 1.500 procesados por el asalto al Capitolio. Le siguieron las primeras órdenes de deportación bajo su mandato, así como el anuncio de la supresión de 10.000 puestos de empleados o colaboradores de USAID.
También es cierto que a Obama se le concedió el Nobel en 2009, unos meses después de su investidura y que para el cierre de listas del año en curso tampoco había podido demostrar mucho. Se le otorgó por representar la esperanza «de un mejor entendimiento entre los pueblos». Fue el cuarto presidente de EEUU en recibirlo, tras Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson y Jimmy Carter. El Nobel a Obama causó extrañeza por lo prematuro. Pero no desató el grado de controversia de otros antecesores estadounidenses, como el exsecretario de Estado Henry Kissinger, a quien en América Latina se recuerda como el «máximo aliado» de varias dictaduras, como la Argentina, o parte activa en el golpe contra Salvador Allende en Chile.
Por lo demás, la lista de candidaturas descabelladas o aberrantes que nunca prosperaron es larga. Van de Benito Mussolini, en 1935, a la Adolf Hitler en 1939 o la de Josef Stalin, en 1945. Más recientemente hubo candidaturas pintorescas, como la de Michael Jackson o incluso la de la FIFA. El Comité Nobel no rechaza ninguna propuesta. Pero se guarda la potestad de ignorarlas. De no tomar en consideración la de Trump para este 2025, nada impide insistir en los años siguientes.
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