Lo peor no es el fracaso de Trump, sino el éxito de Putin

La cumbre entre Donald Trump y Vladímir Putin en Alaska ha terminado como era predecible: con el presidente estadounidense regresando a Washington con las manos vacías y el líder ruso celebrando un triunfo diplomático que no le ha costado absolutamente nada.

Lo que se vendió como una oportunidad histórica para resolver el conflicto ucraniano se ha revelado como un ejercicio de relaciones públicas que ha beneficiado únicamente al Kremlin. Putin ha salido victorioso sin mover un solo soldado en Ucrania, y el anfitrión ha salido de vacío de su propia casa a pesar de la escenografía deliberadamente obsequiosa con el líder ruso.

Las expectativas desmesuradas que se habían generado en torno a este encuentro hacen que el resultado sea aún más decepcionante. Trump, quien llegó al poder prometiendo resolver la guerra en Ucrania «en 24 horas», había elevado la apuesta al amenazar con «consecuencias muy severas» si no lograba un alto el fuego inmediato.

Su ultimátum de diez días a Putin se cumplió puntualmente con la celebración de la cumbre, pero sin producir el más mínimo avance concreto hacia la paz.

El simple hecho de que esta reunión se haya celebrado representa una victoria estratégica monumental para Putin. Durante tres años, Occidente ha tratado de aislar al líder ruso por su invasión de Ucrania, acusándolo de crímenes de guerra y sometiéndolo a sanciones sin precedentes.

Que el presidente de Estados Unidos lo recibiera con alfombra roja, honores militares y cazas F-22 sobrevolando la base, equivale a un blanqueo diplomático que Putin no podría haber comprado a ningún precio.

Como ha señalado acertadamente el analista Ian Bremmer: «Putin gana tiempo sin conceder nada a cambio». El líder ruso ha conseguido ser tratado como un igual por la primera potencia mundial sin mover un ápice su posición sobre Ucrania.

Mientras Trump y Putin intercambiaban cortesías en Alaska, las fuerzas rusas continuaban bombardeando territorio ucraniano, un detalle que el presidente estadounidense prefirió obviar en sus declaraciones.

La ingenuidad de Trump

Los editoriales de la prensa estadounidense han sido devastadores en su análisis. The Washington Post ha dicho que «Trump está permitiendo que Putin lo manipule otra vez», comparando la situación con los Acuerdos de Múnich de 1938. El diario señala que Trump «está siendo una vez más superado estratégicamente por el astuto líder ruso» y que su desesperación por conseguir el Premio Nobel de la Paz lo está llevando a tomar decisiones impulsivas.

The New York Times ha sido igualmente crítico, destacando que Putin «no hizo compromiso público alguno para cesar sus acciones militares en Ucrania, pero fue tratado como un aliado respetado». El periódico subraya que Trump «no criticó a Putin por iniciar el conflicto violento y se marchó sin mencionar las sanciones que había amenazado con imponer».

The Wall Street Journal ha concluido de forma lapidaria: «Putin obtiene su sesión de fotos, pero no hace concesiones aparentes en su cumbre con Trump». El editorial señala que «la violencia que Trump correctamente condena está destinada a continuar».

Rueda de prensa sin preguntas

Especialmente revelador ha sido el formato de la rueda de prensa, que excluyó deliberadamente las preguntas de los periodistas. Esta decisión, inusual en Trump, quien de forma habitual disfruta de los enfrentamientos con la prensa, evidenció la ausencia de resultados concretos que presentar.

Putin dominó la comparecencia hablando durante ocho minutos frente a los escasos tres de Trump, una dinámica que los analistas interpretaron como una pérdida de control por parte del presidente estadounidense.

La falta de resultados tangibles deja a Trump en una posición compleja. Sus amenazas de sanciones «muy severas» han quedado en papel mojado, debilitando su credibilidad para futuras negociaciones.

Mientras tanto, Putin regresa a Moscú habiendo roto su aislamiento internacional sin ceder un milímetro en sus objetivos territoriales.

Para Ucrania, la cumbre representa una traición simbólica. Zelenski fue excluido de las discusiones sobre el futuro de su país, vulnerando el principio fundamental de «nada sobre Ucrania sin Ucrania» que había sido una constante de la política occidental. El presidente ucraniano se limitó a difundir vídeos de los bombardeos rusos que continuaban mientras Trump y Putin posaban para las cámaras.

El precio del blanqueamiento

Alaska ha demostrado una vez más que los grandes gestos diplomáticos sin preparación adecuada suelen terminar en fiascos. Trump se ha dejado llevar por su ego y su obsesión con conseguir un legado histórico, ofreciendo a Putin exactamente lo que más necesitaba: legitimidad internacional y tiempo para consolidar sus conquistas militares.

La cumbre ha servido para recordarnos que en diplomacia, como en otros ámbitos, las apariencias pueden ser profundamente engañosas.

Mientras las imágenes de la recepción cordial circulaban por el mundo, la realidad era que Putin había conseguido su mayor victoria diplomática desde el inicio de la invasión, sin tener que hacer la más mínima concesión.

El único consuelo es que Trump no firmó ningún acuerdo desastroso para los intereses occidentales. Pero cuando el listón estaba tan bajo, incluso eso parece una victoria pírrica.

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