Aunque era de chiste la famosa pregunta de Gila al teléfono de campaña: «¿Está el enemigo? Que se ponga», las peores cabezas del mundo se empeñan en contestarla. Donald Trump ha puesto en la diana a los sin techo, un colectivo que difícilmente dará una réplica a la altura del presidente de los Estados Unidos. No piensa procurar un hogar a los pobres que «afean» los parques y las calles de Washington, sino quitarlos de en medio desplegando al ejército y mandarlos quién sabe a dónde. A El Salvador, o a un kibutz de Israel, o a cualquier país que no disponga de un campo de golf en condiciones. Y quien diga que no los quiere se llevará un arancel. A Jumilla mejor que no los empaquete, que tiene sus propios enemigos. La alcaldesa popular de este pueblo murciano ha organizado el culebrón del verano con su decisión de prohibir de facto que los vecinos musulmanes celebren sus ceremonias religiosas colectivas en instalaciones municipales, como hacen desde hace años en ese lugar y en toda España. Qué necesidad. Y es que no sabe una qué ración de pepino xenófobo ponerle al gazpacho derechista para contentar a Vox sin que se desborde el vaso de la batidora. Ahí está la edil, famosa por un día, metiéndose en un jardín del que no quiere sacarla su partido. Si es lista pedirá un informe técnico que le diga lo que conviene, que mejor reformular el pastiche alegal, reculará y dejará a los próceres de Génova que sienten cátedra a la vuelta de vacaciones sobre cuál es el Dios verdadero. El único en cuyo nombre se puede cerrar al tráfico una calle o a los usuarios un polideportivo. De momento se han limitado a tirar balones fuera, a quién se le ocurre montar un incendio con este calor.
Suerte que está Santiago Abascal para defender las trincheras del PP, incluso en ferragosto. Seguro que Alberto Núñez Feijóo le dará un like. Aunque en el pleno de Jumilla Vox se abstuvo en la votación de la enmienda de los populares a una moción propia mucho más clara en contra de la comunidad musulmana, su presidente defiende el acuerdo y la intención islamófoba que desprende. Para ello, ha cargado incluso contra la Conferencia Episcopal que puso el grito en el cielo en pro de la libertad de culto. Abascal ha dejado claro que él es muy católico, pero no traga a cierta jerarquía que no dice lo que él desea oír. «No sé si se debe a los ingresos públicos que obtiene la Iglesia y que le dificultan combatir determinadas políticas de los gobiernos», atacó en una entrevista. Curioso comentario para un señor que jamás ha trabajado para la iniciativa privada, y que desde los 23 años desempeña distintos cargos políticos, en instituciones o chiringuitos creados ad hoc para su persona precisamente por ese PP con el que ahora compite. «No sé si tiene que ver con los casos de pederastia dentro de la Iglesia que la tienen absolutamente amordazada», siguió despachándose el líder de extrema derecha sobre la institución que encarna «los usos y costumbres del pueblo español», según defendía Vox en Jumilla. Vaya con el gran católico que se niega a poner la otra mejilla cuando se la abofetean los obispos. Abascal es más de palio que de sacramentos, pues está divorciado, y tampoco le van los mandamientos. Sobre todo el de amar al prójimo como a uno mismo.
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