Durante años, Carmen Martínez-Bordiú se sintió una mujer atrapada en una jaula de oro. El hecho de ser la nieta mayor del mismísimo Francisco Franco le daba muchos privilegios, qué duda cabe. Para algo hablamos de un dictador que tuvo todo el poder en nuestro país durante cuatro décadas. Pero pertenecer a una saga como esa también la asfixiaba, por eso de la hipocresía conservadora y lo fácil que resultaba decepcionar expectativas. Conocida durante años como Carmencita, la mayor de los siete hijos que tuvieron Carmen Franco y Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde, fue una niña bastante mimada, que se erigió en la preferida de su abuela Carmen Polo y apenas estuvo con sus padres, siempre de viaje o en actos sociales. “Mis hijos dicen que no estuve a su lado lo suficiente”, contaría Carmen Franco. “Seguramente no fui la madre que ellos esperaban. Reconozco que no he sido cariñosa, no tengo ni idea de cómo serlo. No me enseñaron. Descargué toda la responsabilidad en Nani, que ha sido la madre y el padre de mis hijos”.
Franco con su ‘nietísima’, Carmen Martínez-Bordiú, en imágenes de archivo emitidas en el programa ‘En tu casa o en la mía’. / TVE
En el palacio de El Pardo, Carmencita tuvo un maestro particular y no fue al colegio hasta los once años. Luego pasaría una temporada estudiando en el extranjero, primero en Ginebra y en Lausana, y más tarde, dos años en Irlanda. Al regresar a España fue presentada en sociedad, en el transcurso de una fiesta celebrada en la finca de Valdefuentes. Alrededor de esa misma época se dejó ver en las noches madrileñas con el jinete Jaime Rivera, su primer amor, pero esta relación no gustó nada a su padre, que tenía otras aspiraciones para ella. Según Pilar Eyre en su libro La reina de la casa, tampoco Franco celebró con fuegos artificiales el carácter revolucionario de su nieta, quien enseguida se escapó a la Costa Azul con un señor casado, Fernando de Baviera: “Franco envía a buscarla a su yerno, el marqués de Villaverde, que se la trae cogida de la oreja mientras amenaza a Fernando de Baviera con una denuncia por rapto y adulterio”. Al cabo de un año, concretamente en marzo del 72, la familia casó a Carmencita con el aristócrata Alfonso de Borbón, nieto de Alfonso XIII, para que no diera más guerra. Como muchos sabrán, Franco había nombrado tiempo atrás a don Juan Carlos ‘sucesor a título de rey’, pero Alfonso, que tras casarse fue beneficiado con el título de duque de Cádiz, albergaba todavía la esperanza de que hubiera algún cambio en la decisión que había adoptado el dictador para su sucesión.
La pareja tuvo dos hijos, Fran y Luis Alfonso, y antes del nacimiento del segundo abandonó El Pardo y se trasladó a un piso en la calle San Francisco de Sales, regalo de la abuela. Allí, Carmen e Isabel Preysler, entonces casada con el cantante Julio Iglesias y vecina suya, se hicieron íntimas amigas. Pero a los pocos meses del nacimiento de Luis Alfonso, la ‘nietísima’ conoció en un crucero a un maduro anticuario francés, Jean Marie Rossi, con el que empezó a ligar. Nada más volver a España, el mismo día que dejaba el piso de San Francisco de Sales para vivir en el chalé que se había construido en la lujosa zona de Puerta de Hierro en Madrid, se armó de valor y comunicó a su marido, con el que llevaba meses de discusiones, que estaba enamorada de otro hombre y que se iba a Francia con él. Alfonso puso el grito en el cielo y le pidió que no le abandonara, pero la decisión ya estaba tomada: pronto partió para el país galo y consiguió la separación legal. “Alfonso y Carmen estaban casados en régimen de gananciales, de modo que se repartieron los millones que les dieron tras la venta del chalé en el que no habían llegado a convivir”, escribió Nieves Herrero en su libro Carmen. El piso lo compró la Embajada de Venezuela. La periodista añade que Alfonso, que se quedó con la custodia de los hijos, “culpó de todo lo que había ocurrido a la inmadurez de su mujer y a las amigas divorciadas que frecuentaba y que no habían cesado de alabar los encantos que tenía la libertad”.

El Marqués de Villaverde (dcha.) con su hijo Jaime y, detrás, Carmen Martínez-Bordiú con su marido de entonces Alfonso de Borbón, en el entierro de Franco en el Valle de los Caídos. / EFE
En diciembre de 1984, Carmen se casó por lo civil con Rossi, con el que tuvo a su hija Cynthia, y en un pispás se vio viviendo como una elegante ama de casa parisina. “Jean-Marie me descubrió el arte y me enseñó a ser mujer”, aseguró de él en una entrevista con Bertín Osborne. En otra, cuando le preguntaron por su gusto por los hombres mayores, apuntó que buscaba en ellos “un referente adulto, maduro, con el que tener seguridad». El francés también fue el hombro sobre el que se apoyó en los malos momentos. Y de esos vivió unos cuantos en poco tiempo. Para empezar, la relación con su padre saltó por los aires después de que le comentara que había decidido separarse de Alfonso. Bastante enfadado, el marqués de Villaverde le dijo que aquello sería un escándalo y que, si se iba con Jean Marie, podía olvidarse de volver a poner un pie en su casa. Ella le explicó que le daba igual el boato y que dejaba a su marido porque estaba enamorada de una persona que le hacía feliz. Carmen Franco, que también vivió el tema con inquietud, optó sin embargo por no meterse en la vida de su prole y respetó su decisión. Padre e hija pasaron un tiempo sin hablarse. Pero volvieron a hacerlo cuando el marqués de Villaverde marcó el teléfono para comunicarle que sus hijos habían sufrido un grave accidente de coche y que Fran, de 11 años, estaba “muy mal”. Tan mal que enseguida falleció en el hospital donde lo atendieron.
Su muerte destrozó su estado anímico y ocasionó una fuerte depresión a su ex Alfonso, la persona que conducía aquel coche, al que un juez condenó a seis meses de prisión menor por imprudencia temeraria con resultado de muerte. En esa misma época, una de las gemelas Rossi, de solo 13 años, perdía la vida en aguas de las islas Bahamas, después de que una hélice de la lancha en la que navegaban la matara. Y por si todo esto fuera poco, en enero de 1989 fue el propio Alfonso quien encontró la muerte mientras esquiaba en Colorado (Estados Unidos). Todo aquello fue durísimo para Carmen, que esa época se codeaba con la jet parisina y criaba a su pequeña Cynthia, cuyo nacimiento, según dijo, le trajo vida. “Cuando me casé por primera vez los hijos se tenían sin pensar. Cuando me quedé embarazada de Cynthia los hijos para mí eran sufrimiento [tanto ella como su marido habían perdido a alguno]. Pero luego nació ella y fue la vida”. En el momento en que su matrimonio hizo agua y rompió con Jean-Marie, allá por 1994, los dos acordaron hacer las cosas de manera civilizada, e incluso siguieron compartiendo techo durante un tiempo, sobre todo por el bien de la cría.
En esas andaban uno y otro cuando las revistas se hicieron eco del affaire de Carmen con un amigo de juventud, el arquitecto italiano Roberto Federici, antes unido a la princesa Ira de Fürstenberg. Con él vivió un idílico romance en Los Camochos, una finca de 300 hectáreas, cercana a Cazalla de la Sierra (Sevilla), con la que se hizo entonces. “Era la época en que Carmen sentía devoción por Andalucía”, escribió la periodista María Eugenia Yagüe. “Compró un piso en la calle Mariana Pineda, contiguo a los Reales Alcázares de Sevilla, y disfrutaba del increíble paisaje de la Sierra junto a su amor de entonces […]. Este atractivo romano compartía la pasión de Carmen por el entorno y compró también una finca cercana”.

Carmen Martínez-Bordiú, con el empresario cántabro José Campos, durante un partido del Rácing de Santander en Coruña en 2007. / EFE/ CABALAR
Luego rompieron y ella se ennovió con José Campos, un empresario cántabro del que destacaba que tenía “un lado desenfadado, muy natural. Tiene un niño dentro de él y las mujeres, cuando ya no estamos en edad de procrear, nos sentimos madres con la pareja”. Contrajeron matrimonio en una ceremonia religiosa celebrada en 2006, dos años después de que Luis Alfonso de Borbón se casara con la venezolana Margarita Vargas. Junto a Campos se instaló en un lujoso piso que ella adquirió en Santander, tras deshacerse de la finca sevillana, y durante el tiempo que duró su historia de amor, la pareja se hartó de vender sus idas y venidas a la prensa. Por no hablar de que ella no dejó de aparecer en televisión, ya fuese para promocionar su libro autobiográfico (diremos eso porque fue ella quien lo firmó), ser entrevistada (previo pago de su importe) en alguno de los programas del corazón más punteros o para (hacer algo parecido a) danzar en el concurso ¡Mira quién baila!.

Carmen Martínez-Bordiú, en ‘Mira quién baila’. / TVE
Luego llegó a su vida Luis Miguel Rodríguez, propietario de Desguaces La Torre, al que casi todos conocen como El chatarrero, y por él plantó a su marido. Fue la revista ¡Hola! la que en 2013 anunció en exclusiva, qué sorpresa, su separación de Campos. A modo de apunte, alguien de su entorno cuenta que “Carmen odiaba las exclusivas, salir en las revistas y la notoriedad. Siempre le decía a Isabel Preysler que en cuanto pudiera se retiraría de todo eso, lo hacía para poder vivir mejor”. De ser cierto esto imaginamos el alivio que debió sentir cuando en 2017, tras la muerte de su madre, sus hermanos y ella pudieron repartirse el millonario legado familiar, valorado entre los 500 y 600 millones de euros. «La herencia la constituyen empresas dedicadas a negocios inmobiliarios: compra de inmuebles de renta antigua, alquileres de plazas de garaje, viviendas y oficinas situadas en varias provincias de España», escribió Maite Nieto en El País. «También propiedades importantes por su valor pecuniario o sentimental: lo que queda de la finca rústica Valdefuentes de nueve millones de metros cuadrados de extensión de la que en 2006 se recalificaron 3,3 millones de metros cuadrados y la casa natal del dictador en Ferrol».
Después de quedar huérfana de madre y romper con Luismi, la nietísima se instaló en Portugal. En parte para no seguir sometida al escrutinio de los medios de comunicación, en parte porque el país vecino había establecido el régimen fiscal de los residentes no habituales con beneficios para pensionistas extranjeros. Desde entonces ha venido huyendo de los focos como de la peste. “Pido que todo el mundo se olvide de mí”, llegó a declarar a su revista de cabecera. Ni siquiera se manifestó públicamente cuando los periodistas comentaban la oposición de los Franco a la exhumación de los restos del dictador del monumento público de El Valle de los Caídos. “Carmen no opinó del tema exhumación, pero apoyó a su familia y estuvo de acuerdo en todas las decisiones que tomaron para impugnar el tema incluso cuando recurrieron al Constitucional, y por supuesto estuvo presente el día del nuevo entierro. En cuanto a los negocios, Carmen ha sido más pasiva que algunos de sus hermanos, pero eso no quiere decir que no pusiera el cazo para su parte. Ella nunca estuvo en la administración de las empresas como tal, pero sí ha formado parte de algunos consejos de administración de las empresas familiares”, apunta el periodista de investigación David González, que en septiembre publicará un libro sobre la familia Franco.
Su última pareja conocida ha sido Timothy McKeague, un coach emocional australiano, 34 años más joven que ella, que al parecer desconocía quién era la nietísima cuando se toparon en la Costa Azul. “Él estaba trabajando para un amigo mío [el polémico empresario colombiano Carlos Mattos]”, contaría la propia protagonista. “Yo llegaba muy cansada porque me había cambiado de casa en Madrid, había vendido la de Santander y estaba mal físicamente. Así que él me puso en forma: caminamos mucho, hice yoga con él… y nos conocimos. Luego vino a Madrid y nos fuimos de viaje. Así empezó todo”. Según fuentes bien informadas, hace ya un tiempo que rompió con ese guaperas y hoy, a sus 74 años, vive en una casa de 600 metros que compró en Sintra, a media hora en coche de Lisboa, pero viaja mucho a España y Francia para ver a sus nietos. “Vive de la pasta que heredó de mamá y se dedica al dolce far niente”.