Después de la dura revelación en el hospital, cuando se supo que su propio hijo, Uras, había presentado una denuncia contra ella, Bahar ha decidido marcharse sin mirar atrás. Conducía sin rumbo, intentando escapar de la humillación y el dolor, cuando su coche se ha detenido en medio de la nada.
Para colmo, el móvil se le ha apagado, dejándola completamente incomunicada. El silencio del lugar solo se ha roto por las palabras de Leyla, ya fallecida, que han vuelto a su mente desde la carta que le dejó:
“Vi tu versión más frágil, más perdida y más asustada cuando llegaste a nuestra casa. Cuando cogías con torpeza a Aziz Uras entre tus brazos. Cuando sobre tus hombros se acumulaban una a una todas las cargas: tu marido, tus hijos, mi hermano, Nevra… ¿Puedo confesarte algo? Me fui porque la guerrera que había dentro de ti hacía que me avergonzara”.
A lo lejos, Bahar ha visto a un pastor y ha caminado hacia él para pedir ayuda. Tras explicarle que su coche se había averiado y que no pasaban vehículos, el pastor le ha indicado un camino hasta un hostal cercano, propiedad de una conocida llamada Ayla, donde podría pasar la noche.
El hombre, que se llamaba Ismet, también le ha aconsejado cerrar el coche: “Por aquí no pasa nadie… salvo las alimañas, que igual se lo arañan”.
Con un suspiro, Bahar ha empezado a andar, sintiendo que aquella carretera era tan solitaria como el momento que estaba viviendo.