Debería inventarse una palabra que nombre el temor a ver las noticias. Y otra para la culpa inducida, esa que hace que nos sintamos mal por seguir con nuestra vida mientras hay niños que mueren de hambre en Gaza o civiles asesinados en Ucrania (o en Sudán, Cachemira, Camboya, Sahel y tantos rincones donde, como escribió David Grossman, el mal se encarna en alguien con un rostro y un nombre muy concretos). Qué podemos hacer los demás salvo observar, horrorizarnos y dejarnos invadir por la culpa. Poco. Pero algo sí. El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince lo ha contado en su último libro, titulado Ahora y en la hora.
La culpa es una parte importante de este relato. El libro narra el viaje que Abad realizó a la Ucrania en guerra para participar en un festival literario. Cuenta también una excursión a Donetsk, cerca del frente, y lo que ocurrió en una pizzería de Kramatorsk donde cenó la última noche con sus compañeros. La muerte hace una ruidosa aparición en este punto de la historia, que hasta ahora transcurría entre reflexiones sobre la vejez y crónicas literarias. Un misil ruso Iskander impacta sobre la pizzería, produciendo 13 víctimas, la última de las cuales fue una joven escritora ucraniana de 37 años llamada Victoria Adelina. Novelista, poeta, militante por la causa de su país, entusiasta, joven y compañera de Abad en su viaje. Ese misil ruso le robó a ella la vida y el futuro. A su país le robó su voz y su valentía. A todos los demás, nos ha dejado sin sus palabras y sin la posibilidad de que algo de nuestras vidas cambie gracias a ellas.
Héctor Abad podría haber muerto en su lugar, pero sobrevivió. La culpa y el dolor le llevaron a rendirle homenaje en este hermoso libro, que es también una reflexión sobre lo arbitrario del horror, sobre la inhumanidad de quien lo provoca y sobre lo poco que podemos hacer todos los demás por impedirlo.
Podemos, eso sí, llorar a los muertos y escribir sobre lo ocurrido con la esperanza, tan humana y tan imposible, de que sirva de algo.
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