Ni la ausencia del esperado Morante de la Puebla fue obstáculo para agotar todo el billetaje y colgar el aviso de «vendidas las cinco mil localidades disponibles» en Huesca. Al final, con la repetición de Manuel Escribano –que no hay quien entienda si no es porque lo apodera el propio empresario– el cartel se dio la vuelta como un calcetín pareciéndose como un huevo a una castaña con respecto a la oferta inicial.
La mitomanía se tornó en posibilismo y la majeza y el perfil artístico de Morante fue cambiado por un lineal y previsible desempeño de Escribano, torero de virtudes pero ayer con un techo muy bajo, sin ideas para sorprender o tan siquiera para mantener la atención del público. Los consabidos tercios de banderillas, tan rutinarios como monótonos, fueron preludio de dos faenas, una de ellas que vino a morir en la puerta de toriles, terreno que ya marcó el torillo reiteradamente y una segunda en la que resultó fallida la porta gayola, fallido el quite y tras lo de la madera en cilindros cursó una faena en la que el torete se lo dio todo por abajo y él gestionó en modo suficiente para pasear un oreja menor de los menores.
Sobrepasado y engullido
Lo que llaman «el arte» lo aportaba supuestamente Juan Ortega. Sobrepasado y/o engullido por su propio personaje, parece que prefiriera en vez de burladeros espejos de cuerpo entero. La afectación en las formas y maneras es tan desmesurada que no se halla naturalidad en ninguno de los momentos de la lidia. Que no se da coba ni siquiera ante una colección de moñacos de encornaduras paupérrimas como los de ayer que sí, tuvieron mucho movimiento durante los primeros tercios pero se vinieron abajo conforme avanzaba la cosa para terminar en varias ocasiones palmando en la puerta de chiqueros. Con corridillas de estas algunos son capaces de armar un tangai ¿eh?
Con eso, en su primer turno no quiso ni siquiera salir más allá de las rayas. La cosa acabó, cómo no, con la especialidad de la casa: andulearle por la cara. En el quinto vendió mucho de accesorio y tal a lo largo de todo el ruedo, que se le hizo pequeño para darle la razón siempre al canijo animalillo sin adquirir compromiso alguno. Ñai.
A todo esto, Clemente, invitado de piedra, a lo suyo, el toreo de polvareda a cámara rápida con el capote en el que se suceden los lances entre la escandalera. Que a su manera, llega arriba. Yes.
Mejor construida la primera faena, en un área reducida, sobre una labor mandona y poderosa hubo qué ante un toro incansable al que le sopló varios cientos de muletazos. Un despojo como premio. Dos más obtuvo en el sexto, el toro que quedó más templado tras un puyazo de verdad en el que el toro recargó para luego entregarse en la muleta con suavidad y reiteración. Puede que le asustara el abismo de la calidad porque tiró por el populismo del sol y medio mangó esas dos orejas en medio del lío del tendido Don Simón. Jódete.