«Es una verdad universalmente reconocida que un hombre soltero y poseedor de una gran fortuna necesita una esposa», reza la irónica frase inicial de ‘Orgullo y prejuicio’, y en una de las páginas de ‘Mansfield Park’, asimismo, alguien asegura: «Un buen sueldo es la mejor receta para la felicidad». Ambas afirmaciones sirven para ilustrar cómo su autora, Jane Austen, convirtió buena parte de su obra en una reflexión sobre el papel que el dinero juega en el amor y el matrimonio, sustentada en su maestría para formar parejas románticas en un entorno a priori tan poco idóneo para ello como finales del siglo XVIII, cuando hombres y mujeres vivían atrapados en roles sociales restrictivos dictados por la edad, la apariencia, los ingresos y la posición social.
Suele decirse que todas las comedias románticas producidas por Hollywood a lo largo del tiempo tienen su origen en las novelas de Austen, pero si las películas que tan popular hicieron el género hasta hace un par de décadas ignoraban las realidades prácticas de la vida en pareja en favor de grandes declaraciones de amor, la escritora era mucho más realista sobre las arduas dinámicas del apareamiento y cómo afectan especialmente a las mujeres. A partir del jueves en los cines, ‘Materialistas’ aplica ese método a nuestro presente, o a una versión más bien elitista de él. El segundo largometraje de la directora Celine Song, en su día nominada a dos premios Oscar gracias al drama romántico ‘Vidas pasadas’ (2023), adopta el disfraz de comedia romántica para reflexionar sobre los mecanismos de ese género y, especialmente, sobre las peculiaridades de las relaciones sentimentales en una época marcada por la obsesión por las apariencias que imponen las redes sociales, y para preguntarse cuánto han cambiado ciertas cosas desde los tiempos de Austen -el equilibrio de fuerzas entre lo romántico y lo pragmático, los misterios de la compatibilidad entre personas, el miedo a la soltería-, y cuánto no.
De hecho, su premisa argumental ofrece una variación de los asuntos tratados por la novelista en ‘Emma’ -una mujer orquesta las vidas amorosas de los demás-, ‘Persuasión’ -cuya protagonista inicialmente rompe su compromiso con el hombre al que ama porque carece tanto de una fortuna como de la posición social para obtenerla- y ‘Orgullo y prejuicio’, que trata el mundo de las citas como un mercado financiero en el que las personas son mercancía, y en el que el éxito del matrimonio depende de la compatibilidad económica.
El amor como transacción
Su protagonista, Lucy (Dakota Johnson), trabaja en una agencia de citas en Manhattan, encargada de emparejar con fría precisión a profesionales adinerados; si las madres de las heroínas de las novelas de Austen suspiran por un soltero de alta alcurnia, la clientela de Lucy clasifica a sus posibles parejas según baremos de edad, estatura, peso, estado físico, profesión, nivel educativo, nociones convencionales de atractivo físico y, sobre todo, ingresos económicos. Pese a que su actitud frente al amor es esencialmente cínica, llegado el momento la joven se ve obligada a elegir entre un apuesto millonario (Pedro Pascal) que cumple todos sus requisitos y su devoto exnovio (Chris Evans), un camarero y actor sin blanca, y, entretanto, un terrible suceso la lleva a reevaluar tanto la ética de una profesión que contribuye a la estigmatización de las personas como sus propios valores. Mientras la contempla, Song cuestiona cómo, a través de las ‘apps’, el capitalismo ha pervertido el mundo de las citas convirtiéndolas en operaciones transaccionales -como comprar un ordenador o pedir una pizza a domicilio- que simplifican y devalúan la humanidad de las personas.
Celine Song, en la presentación de ‘Materialistas’ en el Atlántida Mallorca Film Fest, el 2 de agosto / Miquel A. Borràs / EFE
En ‘Materialistas’, el dinero está en cada plano; sus personajes literalmente se asignan a sí mismos y a los demás una valoración con la que competir en un mercado abarrotado; quienes buscan pareja conocen de antemano los ingresos de sus pretendientes y usan esa información como base para decidir si son adecuados. En otras palabras, la película se pregunta más o menos lo mismo que en su día las obras de Austen -¿qué significa el amor en un mundo en la que las relaciones están monetizadas?- aunque Song cambie los carruajes por servicios VTC y la alta sociedad por la alta visibilidad, y aunque las reglas hoy sean menos explícitas que cuando todo el contacto físico que un caballero podía tener con una dama durante una cita era tomerle la mano enguantada durante el baile.
Si en la época de Austen el cortejo tenía lugar en bailes o salidas grupales, en la actualidad lo hace bajo otro tipo de escrutinio público; si entonces se medraba a través del matrimonio, hoy existen los ‘sugar daddies’ y las ‘sugar mommies’. Y, aunque ahora las mujeres -al menos las que buscan pareja en ‘Materialistas’- no necesitan ni quieren a alguien que las mantenga, la película sugiere que sí desean la sensación de logro que les proporciona conquistar al tipo de hombre que podría haber tenido a cualquier mujer que quisiera, y cuyo deseo por ellas las hace sentir no solo amadas sino matemáticamente valiosas. Sugiere, pues, que en ciertos asuntos tal vez no hayamos evolucionado tanto en todo este tiempo como damos por hecho.
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