Si creyéramos que él cree en lo que dice, le diríamos al señor Abascal que pusiera al cerebro en funcionamiento antes que a la lengua en movimiento.
No lo hacemos porque estamos convencidos de que el señor Abascal no cree en lo que dice y que lo dice como fruto de la estrategia que aplicó a lo largo de toda su carrera política para crecer, a costa de los inocentes, al aprovecharse de los problemas reales de la gente ofreciendo soluciones simplonas, demagógicas, que apelan a los instintos en lugar de a la razón y al odio al diferente en vez de a la concordia humana.
Ha visto un filón en la inoperancia ajena y, desde hace años, aprovecha la demagogia contrarecíproca para crecer y medrar, sobre la base de que la solución a los problemas de España está en embestir a los oponentes hasta suprimirlos, en lugar de construir pensando y trabajando todos juntos para todos.
La situación actual de España con la confrontación entre extremistas de izquierda y derecha (los hunos y los hotros) es dramática no solo porque el odio permanente y el miedo a los adversarios generan dolor, no solo porque mirando y caminando hacia atrás siempre se va a hacia la congelación, sino porque los problemas solo se resuelven pensando sobre ellos y buscando soluciones.
Reiteramos, que, en nuestra opinión, el señor Abascal es un oportunista que fuerza las soluciones. Pese a ello consideramos, que a Vox la apoyan muchas personas que ven y sienten los muchos problemas que tiene España, desde la emigración hasta el respeto a las costumbres de unos humanos a las que las élites wokes de la izquierda snob, también demagógica, en el poder avasallan culturalmente, tras pasar por la pobreza de las clases bajas y medias explotadas por ambos. Lo decimos porque nuestros actuales gobernantes se pierden en batallas decimonónicas entre clases sociales intermedias y, en cambio, se pliegan a lo ahora determinante, que es el poder económico transnacional que está acentuando el desequilibrio social sin que los progresistas muevan un dedo.
También el desprestigio implica a la derecha tradicional porque, tras hablar de las viejas palabras, patria y religión, en los momentos decisivos, recordamos a la crisis anterior, optaron por ayudar a los grandes capitalistas castizos; eso le costó la popularidad al presidente Rajoy que, contrariamente a otros dirigentes europeos, salió de ella acentuando el desequilibrio social y la precariedad de los trabajadores.
Lo antedicho lleva a muchas personas de izquierdas y de derechas a votar por Vox. No es el fruto de un deseo ni de una voluntad popular. Es el resultado de una reducción al absurdo. Absurdo porque una persona desfavorecida socialmente está más cerca de la izquierda que de la derecha pero, pese a ello, no admite que no se resuelvan sus problemas, que se reitere siempre que se está camino de resolverlos y que se intente enmascarar la ineficiencia con ayudas sociales a la miseria y propaganda (los viejos pan y circo de todos los opresores) a la vez que, para mantener el poder se intenta convencer a los ciudadanos de que, aunque están mal, peor estarán con unas derechas que los van a destrozar, por lo que, tras despreciar al futuro, se recuerda lo más terrible de nuestras confrontaciones violentas de los últimos siglos, tras olvidar la propia culpa en los desafueros. Ello se hace mientras los dirigentes de la izquierda permanecemos en la élite disfrutando de las delicias del poder.
Ello empieza a no funcionarles porque muchos españoles comienzan a recordar una idea muy vieja: que la izquierda empieza por hacer que un país funcione. Tampoco somos una excepción porque sucede en otros países (USA por ejemplo) aunque es evidente (y Trump puede ser otro ejemplo) que las personas van a veces desde las ascuas al caldero,
A la derecha (rectifico y digo que a la mayoría de los partidos políticos, incluido al PSOE, que está ahora en las catacumbas, porque la democracia y la libertad no residen en el gobierno actual y sus aliados, siendo todos los demás fascistas) les está pasando factura su buenísimo y su cobardía al asumir el relato de la coalición gobernante y por tanto no atreverse a decir frontalmente a la mayoría lo que piensa, para, después, encabezar el oponerse a las imposiciones ajenas. Esa falta de entereza que lleva a humillarse y asumir lo que algunos dicen que son sus libertades, cuando en realidad avasallan a uno: es una cuestión que expresa muy bien esa frase, aparentemente simplona pero profunda, de la «derechita cobarde».
Los partidos tradicionales triunfarían si defendieran con entereza a los ciudadanos propugnando una sociedad abierta (Europa es una amalgama de pueblos procedentes de emigraciones e invasiones variopintas) que tiene que mantener sus principios y su, consecuente, Constitución Histórica y que admite a todos los demás que no quieran convertirnos en esclavos al hacernos asumir sus costumbres o creencias bien por la acción directa o bien por medio de farisaicas trampas saduceas fundamentadas en la ley del embudo:
Triunfarían porque nuestra sociedad quiere libertad para crear riqueza y equilibrio social, dado que la felicidad es para todos no para algunos. Por eso seguirían a los líderes que, además de ser valientes, no les engañasen y que promocionasen el razonar: por encima del trilerismo permanente y las guerras fratricidas.
En ese caso no existirían líderes como el señor Abascal que nacen por la misma razón que hace florecer a los curanderos, cuando desaparecen los médicos.
En nuestra opinión, la felicidad social nace de los liderazgos moderados que brotan del conocimiento y por eso los reivindicamos, pero liderazgo de personas enteras y con espina dorsal, que no hagan del buenísimo su guía.
Por eso a la vez que discrepamos de las palabras y repudiamos las costrosas críticas a la jerarquía católica del señor Abascal, pues creemos que el núcleo del catolicismo no está en las luminosas procesiones de Semana Santa, sino que está en aquellas palabras de Jesús cuando dijo: «En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aún los más pequeños, a mí lo hicisteis». Y creemos asimismo que la esencia de España no está en un himno y una bandera históricamente recientes, sino en portar la antorcha de la Cultura Cristiana de Occidente, hasta el extremo de que en lugar de colonizar supo crear la fragante América mestiza, la América católica, la América española a la que llenó de universidades cuando aún casi no existían en el mundo.
Consideramos también que es obligación de todos defender esos valores que están en el alma de la mayoría de nosotros, sean cuales sean nuestras ideas políticas y defenderlos con valor sin caer en confrontaciones estériles.
Si eso lo hicieran los partidos tradicionales, la población no se dejaría llevar por los que solo, desde su extremismo, embisten.
Así, sublimándonos todos sobre nuestros prejuicios (decir ideologías o principios me parece un pecado) construiremos una sociedad libre y abierta al mundo sin dejar de ser nosotros, más próspera y equilibrada socialmente.
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